El pueblo escondido en el norte de Córdoba que parece detenido en el siglo XVII
Ischilín conserva intactas las postales coloniales del Camino Real, entre aljibes, pulperías y un algarrobo de 400 años.
01/08/2025 TURISMOCalles de adobe, una iglesia construida por jesuitas y un museo rural dedicado a Fernando Fader hacen de este pueblo un rincón inolvidable del norte cordobés.
Ischilín conserva intactas las postales coloniales del Camino Real, entre aljibes, pulperías y un algarrobo de 400 años.
Ischilín es un pequeño pueblo a unos veinte kilómetros al sur de Deán Funes, en el noroeste cordobés. Su nombre, en lengua sanavirona, significa “alegría”, y eso es lo que sigue transmitiendo hoy, cuatro siglos después de su fundación. Calles de tierra, casas de adobe y una iglesia que parece detenida en el tiempo lo convierten en uno de los pueblos más singulares del interior argentino.
En este rincón que fue parte del histórico Camino Real al Alto Perú, los vestigios coloniales siguen en pie: una vieja pulpería, una comisaría antigua, el correo y la escuela Fernando Fader, todo alrededor de una plaza central donde se erige un algarrobo de más de 400 años. La postal se completa con la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, levantada en 1706, que según relatos habría sido el único templo jesuítico de Sudamérica construido sin mano de obra esclava.
Este pueblo tiene 385 años
El legado artístico también se respira fuerte. A solo ocho kilómetros de allí, en el paraje Loza Corral, la Casa Museo Fernando Fader guarda los objetos personales, murales y huellas de este reconocido pintor que eligió Ischilín para pasar sus últimos años. Fader, afectado por tuberculosis, no solo vivió y trabajó en la zona, sino que también restauró muchas construcciones coloniales con los colores que consideraba más auténticos: amarillos, ocres, morados.
El pueblo también forma parte del Camino del Vino de Córdoba. La bodega Jairala Oller ofrece degustaciones y recorridos entre viñedos, con vistas serranas y una atención personalizada. Allí, escabeches, chacinados, dulces caseros y quesos de cabra redondean la experiencia gastronómica.
Quienes busquen quedarse unos días pueden hospedarse en casas rurales como La Rosada o La Serena. En ambas, la propuesta es sencilla pero cálida: empanadas recién horneadas, pastelitos, y un desayuno casero con dulces artesanales.
A pesar de su crecimiento tranquilo, Ischilín guarda un fuerte sentido de identidad. Desde la vieja estación, hoy cerrada, hasta el Rancho de Doña Eleuteria, cada rincón guarda memorias de un pueblo que parece haber elegido vivir sin prisa. Un lugar donde el pasado no es decorado: es presente cotidiano.