La degradación del lenguaje en el habla de la ultraderecha 

Hay insulto ahí donde la palabra pierde su autoridad y su eficacia, su función pacificadora. El insulto más bien constituye un cortocircuito del lenguaje y se ubica al mismo nivel del puñetazo, no remite a otros significantes, dice el autor.

Hay insulto ahí donde la palabra pierde su autoridad y su eficacia, su función pacificadora. El insulto más bien constituye un cortocircuito del lenguaje y se ubica al mismo nivel del puñetazo, no remite a otros significantes, dice el autor.

Pareciera que algunos funcionarios nacionales, de cuyos nombres no quiero acordarme, prosiguieran perdiendo día a día en sus alocuciones la condición metafórica del lenguaje, la pertenencia del lenguaje al orden simbólico.

Si algunos ciudadanos opinan que «no llegan a fin de mes», ellos no están diciendo que morirán antes de esa fecha, sino que no les alcanza el sueldo para cubrir los gastos mensuales: los servicios públicos, el alquiler de la vivienda, los medicamentos, los alimentos, etc.

Decir que, “si fuera cierto que esos ciudadanos no llegan a fin de mes, las calles de la ciudad estarían sembradas de cadáveres», constituye, además de una imagen de pésimo gusto, una dificultad para realizar la sustitución metafórica propia del lenguaje y el orden simbólico, tal como suele suceder en el habla de la psicosis.

Si un amigo «normal» nos dice, por ejemplo, «Si no venís esta noche a cenar a casa, te mato», no tenemos de qué temer, por supuesto, ya que está empleando la sustitución y diciendo muy otra cosa de lo literalmente enunciado. Pero si un psicótico (no digo que los funcionarios en cuestión lo sean), nos dice, por ejemplo: «si no vas a cenar a casa te mato», hay que ponerse en alerta, dado que podría hacerlo al fallar la dimensión de metáfora y poner con frecuencia al lenguaje a nivel de la cosa, es decir, de un objeto más como cualquier otro (en el cual él mismo como sujeto no está representado).

Otro tema es la proliferación del insulto como método que va en la misma dirección de la pérdida anteriormente señalada. Hay insulto ahí donde la palabra pierde su autoridad y su eficacia, su función pacificadora. El insulto no se articula en la cadena significante sino más bien constituye un cortocircuito del lenguaje y se ubica al mismo nivel del puñetazo, o sea, no remite a otros significantes. No hay allí posibilidad de debate ni dialéctica.

Es que la actual declinación del orden simbólico, la progresiva caída de la ley simbólica, el deterioro de las instituciones, la degradación de la lengua, confinan paulatinamente a los sujetos en la primacía de lo imaginario, en la relación paranoide con el semejante, en la agresión, en la construcción del otro como enemigo. Ese es el actual plan de los dueños del planeta para una dominación absoluta en el orden humano. De ahí la destrucción de la cultura, los embates a la educación pública, el desfinanciamiento de las universidades, el crecimiento de la marginalidad. En síntesis, el daño en lo simbólico puede ser inclusive mucho mayor que el daño económico.

Pero si bien, para el proyecto de apropiación planetaria por parte de la ultraderecha y de las mafias financieras especulativas globales, son actualmente útiles y necesarios los sujetos locos, inestables, desabrochados, estrafalarios, etc., en funciones públicas, individuos que interpreten la locura de la época y faciliten las identificaciones de una parte importante de los votantes, no por ello permitirían, al menos por ahora, que esos personajes vayan más allá de la locura generalizada de este tiempo y se escapen de las manos, produzcan una fuga de los votos de sus propios adherentes, etc.

En ese caso lo previsible es que, dentro de las mismas filas de la ultraderecha, se produzcan desplazamientos, reemplazos a través de maniobras o golpes institucionales encubiertos.

Por Antonio Ramón Gutiérrez*

*Escritor y psicoanalista

Fuente: Página 12