Hurgar o multar: la basura entendida en dos idiomas

Un desafortunado anuncio de multas a los que revuelven contenedores en Buenos Aires desnudó la falta de empatía para buscar soluciones integrales.

Un desafortunado anuncio de multas a los que revuelven contenedores en Buenos Aires desnudó la falta de empatía para buscar soluciones integrales.

«Hasta $900 mil de multa si te gusta hurgar la basura en la Ciudad. Sí, leíste bien», publicó Laura Alonso, la vocera del jefe de Gobierno porteño, en un desafortunado mensaje que cosechó críticas de la oposición, de líderes sociales y hasta de la homilía de San Cayetano que pronunció el arzobispo de Buenos Aires.

El mensaje pretendía anunciar las medidas antivandálicas que impulsa la Policía de la Ciudad, y que buscan librar a las coquetas veredas porteñas de la basura que revuelven los “recicladores”, ese nombre elegante que usa el Ejecutivo para denominar a los que hurgan entre el descarte por un material valioso para vender, una prenda todavía útil para abrigarse o un desperdicio aún comestible para llenarse un estómago que ruge, vacío.
Más allá de las medidas o la eficacia de cobrar montos casi millonarios a los sectores más vulnerables de la población, el ojo de la tormenta pasaba, esta vez, por el verbo.
Gustar. ¿A alguien le gusta -de verdad- revolver la basura? ¿Hay algún placer oculto en el olor nauseabundo de los contenedores, en la degradación de revolver el desperdicio ajeno, o en el riesgo de heridas o infecciones que implica hacerlo?

Como un Ecuador estético, la limpieza urbana traza una línea divisoria entre las grandes capitales del planeta y esas urbes caóticas y tercermundistas que nadie quiere ver. Por eso, las políticas antivandálicas pueden ser la llave para conservar el atractivo de esa París latinoamericana que quizás ya no somos, pero que una vez supimos ser.

No puede negarse: los contribuyentes porteños merecen veredas limpias, y el turismo receptivo es también una fuente de bonanza económica. Pero alcanzar esos objetivos necesita más que normas desconectadas y carentes de empatía que se dictan desde un escritorio o una banca de la Legislatura.

Las multas deberían ser el último recurso a una política integral que interprete una realidad compleja y erradique el problema de raíz. Pero cuando dicen “gustar”, queda claro que hay dos bandos distintos. Los que hurgan y los que multan. Dos bandos que -al menos por ahora- no hablan el mismo idioma.

Por Sofía Sandovalssandoval@lmneuquen.com.ar

Fuente: La Mañana Neuquén