Brasil y Uruguay, espejos para la Argentina. Por Eduardo Anguita

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La edición de O Globo del lunes, el día después de que Dilma Rousseff ganara la segunda vuelta en forma ajustada sobre Aécio Neves, decía «Mina Gerais y el nordeste fueron decisivos en la reelección». De los 200 millones de habitantes que tiene Brasil, 20 millones viven en Mina Gerais, donde nació Dilma pero, a su vez, es el estado donde Aécio fue gobernador dos veces, la segunda en octubre de 2002 cuando Lula ganaba la primera vuelta para las presidenciales que lo coronaron al derrotar en segunda vuelta al delfín de Fernando Henrique Cardoso por una diferencia contundente: el 61 contra el 39 por ciento. Mina Gerais adquirió un perfil fuertemente industrial en los últimos años y es el segundo colegio electoral del país, donde la derecha esperaba el triunfo de Aécio; sin embargo, Dilma logró imponerse por un leve margen. El nordeste, en cambio, donde vive la cuarta parte de los brasileños, es la región más castigada de Brasil, de la cual partieron las migraciones de la pobreza históricamente.

Los dos mandatos de Lula y el primero de Dilma lograron avanzar con decisión en materia económica y social y el triunfo petista fue muy importante porque en esa región Marina Silva había hecho una buena primera vuelta y muchos esperaban que el apoyo de la ex ministra de Medio Ambiente de Lula transfiriera los votos a favor de Aécio. Pese al apoyo explícito de esta candidata que había salido tercera el 5 de octubre, el electorado se comportó de manera autónoma. Por caso, en Pernambuco –el estado más grande de la región, donde viven 9 millones de personas– Dilma obtuvo el 70% de los votos en esta segunda vuelta. Es decir, la mayoría de quienes apoyaron en el primer turno a Marina Silva porque era territorio del fallecido Eduardo Campos no siguieron su consejo de votar a Aécio sino que prefirieron a la presidenta. En ese estado, ocurrió lo contrario de lo que auguraban las encuestas. En términos matemáticos, el triunfo de Rousseff sobre Neves fue muy ajustado. Apenas 3,3 puntos. En la primera vuelta, Dilma había sacado el 41,59% y Aécio el 33,55 por ciento. O sea, de los primeros nueve puntos iniciales, la ventaja se redujo a menos de la mitad. El voto independiente fue mayoritariamente para Aécio.

Primeras palabras de Dilma

Con la voz ronca y el rostro feliz pero cansado, el primer agradecimiento de la reelecta presidenta fue para Lula, con quien se abrazó casi de inmediato de subir al escenario. También mencionó a cada uno de la decena de partidos políticos con los que el Partido Trabalhista (PT) se alió en esta reñida contienda. El mensaje es importante para los brasileños, sin duda, pero deja algunas enseñanzas para tener en cuenta en la Argentina. En cuanto a Lula porque el combativo líder metalúrgico y fundador del PT podría haber ambicionado él mismo ser candidato a presidente. Lo habilitaba la ley, lo estimulaban las encuestas y la simpatía intacta que despierta en las favelas, en los sectores obreros y populares. Sin embargo, Lula prefirió hacer campaña por Dilma sin mostrar ninguna fisura. Lo segundo que debe marcarse es que Dilma dijo que la palabra más mencionada en el vértigo electoral fue «cambio». Es decir, que ella misma debe hacerse cargo de esa demanda social que fue transversal al electorado. Pese al agotamiento, levantó el tono cuando habló de la corrupción y de la necesidad de mejorar los mecanismos de control de gestión.

Señaló, con fuerza, a la impunidad, como un enemigo. No cabe duda de que el destape de las coimas de Petrobras realizado por Paulo Costa, autoimputado en el hecho, golpeó a la presidenta. Dilma también habló de la inflación como otro factor, en un país donde la medición anual entre septiembre 2013 y 2014 fue del 6,6% y la acumulada en 2014 es del 4,6 por ciento. Se trata de guarismos difíciles de comparar con el proceso argentino y que, sin embargo, fueron un contrapeso para el PT. Dilma, de inmediato, anunció que convocará a un plebiscito para proponer una reforma política. Quiso tomar la iniciativa y apelar a un sentimiento que, probablemente, sume muchísimos más adherentes que los 54 millones de votantes que la acompañaron el domingo. Será, al mismo tiempo, una manera en el que el gigante latinoamericano pueda discutir una Carta Magna que termine con los lastres de la dictadura extendida entre 1964 y 1985. La actual Constitución es de una reforma de 1988.

Conjuras

Este balotaje resultó muy importante en el escenario mundial. Brasil es la sexta economía del mundo, forma parte del lote de naciones –junto a China, Rusia, la India y Sudáfrica– que muestran la tendencia al fin del hegemonismo de los Estados Unidos. A su vez, dentro de América Latina, es el país que puede traccionar con más fuerza para revitalizar las alianzas contrahegemónicas como el Mercosur y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) en momentos donde arrecian con fuerza los espacios de tratados librecambistas encaminados a consolidar los vínculos con Washington. No se trata de fantasmas sino de una realidad muy concreta. De los propósitos iniciales de Lula, Chávez y Kirchner destinados a fortalecer los lazos comerciales, productivos, financieros y culturales en la región no es mucho en lo que se avanzó. Este triunfo del PT renueva el desafío.

En cuanto a la Argentina, aunque no es conveniente hacer analogías fáciles, está claro que los precandidatos miraban este balotaje con sumo interés. Mauricio Macri y Sergio Massa hubieran preferido, desde ya, el éxito de Aécio y ahora deben moderar sus expectativas de cara a octubre de 2015. A su vez, Cristina Kirchner, Daniel Scioli y otros líderes del Frente para la Victoria deben tomar nota de que Dilma sacó un 41,59% en el primer turno, una cifra elevada si se la coteja con las encuestas –todavía prematuras– donde ninguno de los precandidatos oficialistas u opositores llega al 30 por ciento. El kirchnerismo tiene por delante un complejo escenario en el que deberá decidir si le conviene abrir el abanico de cara a las PASO de agosto próximo o consensuar una fórmula donde Cristina sea el factor de liderazgo y unidad. Por supuesto, en política se hace lo que se puede, lo que están dispuestos a consensuar los protagonistas principales. Lo de Brasil es un elemento para contribuir al debate.

Uruguay

Es preciso tomar dimensión cuantitativa: la República Oriental tiene algo más de 3,5 millones de habitantes en suelo uruguayo tras haber vivido una despoblación importante en los años setenta. La diáspora los llevó a Canadá, Australia, España, Suecia y, en buena medida, a la Argentina. El mismo Pepe Mujica se refiere con orgullo y cariño a su Uruguay como «el paisito». Los lazos históricos a ambos lados del Río de la Plata, sin embargo, hace que las noticias adquieran una dimensión importante. Tabaré Vázquez, el candidato del Frente Amplio consensuado entre todas las corrientes de ese espacio, obtuvo un contundente 47,11% en el primer turno del domingo pasado. A mucha distancia de Luis Lacalle Pou, el candidato del Partido Nacional (Blanco), quien sacó el 30,59% de los votos. El tercero fue Juan María Bordaberry (Partido Colorado) con el 12,8 por ciento. El balotaje tendrá lugar el 30 de noviembre y lo primero que hizo Lacalle Pou fue subir a Bordaberry a la tarima donde convocó a los orientales a evitar la continuidad del Frente Amplio en el gobierno. Desde ya, como estrategia electoral es legítima. Sin embargo, no puede dejar de mencionarse que ambos dirigentes son hijos de los dos partidos tradicionales de ese país, cuya hegemonía fue quebrada precisamente por el triunfo de Vázquez cuando ganó las elecciones de 2004. Lacalle Pou es hijo de Luis Lacalle, perseguido por la dictadura, incluso con una denuncia de intento de envenenamiento en aquel tiempo. Lo curioso es que Bordaberry es hijo de Juan María Bordaberry, quien era presidente constitucional en 1973 y se prestó a ser la cara civil de la feroz dictadura iniciada en junio de aquel año.

Otro dato a tener en cuenta para ver cómo se confunden los límites entre blancos y colorados es que el mismo día de las presidenciales se plebiscitó un intento de bajar la edad de imputabilidad penal de 18 a 16 años. La propuesta surgió de Bordaberry y, por supuesto, dado un clima de inseguridad real más la intoxicación mediática, la derecha logró juntar las firmas suficientes como para la convocatoria. El fervor y la paranoia de hacer campaña con el miedo a la delincuencia dieron un resultado interesante, que puede servir también de lección a las elecciones argentinas del año próximo. Bordaberry sacó el 13% mientras que el «sí» llegó al 45 por ciento. Amplios sectores, votaron por imputar penalmente a los jóvenes pero el líder de la mano dura no cosechó muchos adherentes. El Frente Amplio, aun sabiendo que el tema conmueve, optó por una posición inclusiva antes que punitiva y defendió el «no», que se impuso en las urnas.

Es importante señalar que Tabaré Vázquez expresa la visión moderada del electorado de la izquierda uruguaya. Sin perjuicio de ello y aunque la figura del vicepresidente es para presidir el Senado al igual que en la Argentina, la fórmula del Frente Amplio se completó con Raúl Sendic, quien hizo una muy buena gestión al frente de Ancap, la empresa estatal de combustibles. Sendic es hijo del homónimo y mítico fundador del Movimiento Nacional de Liberación – Tupamaros, uno de cuyos líderes máximos fue José Mujica, el presidente más austero del mundo, quien fue a votar en su cachila, como llaman los orientales a los autos viejos. De esa madera, de esa estirpe, está hecha buena parte del pueblo uruguayo.