La pelea por “la 125”, en la mirada de un observador clave

125

Antes de la presentación de su libro, Miguel Catalá analizó interrogantes que rodean a la medida de fuerza rural de 2008.

“Ya no entraba más tierra debajo de la alfombra. La conmovedora revuelta de 2008 revela la inconsistencia en el relato histórico, lo interpela, lo exhorta, lo sincera una vieja ruptura, atrasada pero no anacrónica. En pleno conflicto, la Federación Agraria Argentina (FAA) se proclama emergente de una pequeña y mediana burguesía, lo que lo obliga a repensar su genealogía; y Miguel Catalá lo hace”, afirma Orlando Cosenza en la introducción del libro 125. Preguntas y respuestas sobre el conflicto campo-gobierno (Manuel Suárez editor, 2014).

Miguel Catalá, profesor de Historia de los ámbitos universitario, terciario y secundario, tiene además otra virtud: fue delegado itinerante de la FAA justamente cuando se dio el conflicto por la célebre “Resolución 125”. Habiendo sido protagonista en primera línea, Catalá indaga las cuestiones que rodearon al estallido rural con 125 preguntas que van desde cuestiones básicas que explican qué son las retenciones, qué es la FAA, qué es un campo; a otros interrogantes mucho más complejos como qué son las otras entidades del campo, qué son los agronegocios o los pooles de siembra, hasta los detalles y cuestiones que hicieron que se montaran y fueran exitosos los “piquetes” en Gualeguaychú, Santa Teresa o Rufino.

El autor se sirve de su vasto conocimiento para desentrañar el presente y buscar muchas raíces del pasado y preocupaciones de los chacareros, en hitos históricos que marcaron a la gente del campo, como El Grito de Alcorta.
Antes de su presentación el sábado 15 de marzo, a las 10 (en Coad, Tucumán 2254), donde también ofrecerán un “desayuno chacarero”; en una entrevista con El Ciudadano Catalá eligió recordar el canto del Martín Fierro cuando dice “deshaceré la madeja, aunque me cueste la vida”, a la vez que pidió “hacer oír el sonido de varios cencerros que fueron silenciados por dos grandes campanas, la del gobierno y la de la mesa de enlace-diario Clarín”.

—¿Por qué elegiste hacer un libro sobre “la 125”?
—Elegí formular y contestar “125 preguntas y respuestas sobre el conflicto campo gobierno” para intentar aclararme dudas y conjeturas que me habían quedado picando desde aquellos días en que era delegado itinerante de la Federación Agraria Argentina (FAA), cuando tuve la posibilidad de conocer desde adentro muchos de los cortes de ruta que se realizaron en la región pampeana y en las nuevas zonas de expansión agrícola (sojera) como Santiago del Estero y Salta. Y también porque no me gusta escuchar a gente que nunca se agachó para plantar una semilla o cuyos abuelos ni padres nunca araron decir “lo gringo… lo gringo… lo gringo andan en 4×4”, sin esmerarse por correr un poco los velos que mal tapan una realidad múltiple, diversa, variopinta. En ese sentido va la estrofa del Martín Fierro que habla de deshacer la madeja. Muchas de las “125 respuestas” constituyen puntas de hilo de dónde agarrarse para desenredar y aclarar realidades mucho más profundas y estructurales que las coyunturas, y la forma en que suelen ser enunciadas.

—¿Por qué estalló el conflicto?
—En lo formal el conflicto estalla por el anuncio de la resolución 125. Pero en la región pampeana ya venía habiendo protestas. Primero por el cierre de las exportaciones de carne de vaca, luego por las consecuencias del subsidio al trigo y en general por los escasos márgenes de ganancia de los pequeños productores de los cultivos no pampeanos e incluso de los pequeños productores de soja. Afectados estos últimos por el famoso tema del paquete tecnológico y la famosa escala. Pero sirviéndose de ese caldo de cultivo, más puntualmente ocurrió que muchos medianos productores de la pampa húmeda no tan referenciados en las entidades gremiales como en los grupos de desarrollo tecnológico como la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (Aacrea) y la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) sintieron la suba del porcentaje en las retenciones como negativo para sus bolsillos, y llevados por una historia de relaciones e influencias de personajes poco amigos de la democracia, salieron a las rutas a proponer y efectuar los cortes que luego trascendieron como piquetes.

—¿Qué hizo mal el gobierno y qué hizo mal el sector denominado “el campo”?
—El campo así nomás, como sector, no existe. Hay mucho que diferenciar y de eso me ocupo en varias de las respuestas en mi libro. La 125 modificada, la que contemplaba la segmentación hubiese sido la mejor de las soluciones pues a los pequeños productores sojeros no sólo no los perjudicaba sino que los favorecía y me gustaría ilusionarme con lo que hubiese sido si además se acompañaba de intervenciones estatales en la adquisición de insumos importados.

Pero, en historia, no se puede ser contrafáctico. Del lado del gobierno lo único que me atrevo a decir es que en los primeros días del famoso conflicto hubo algunos desaciertos comunicacionales. Hubo un abrazo en la Cámara de Diputados el día de la aprobación de la 125 modificada que se deshizo en menos de 12 horas. Lo que hicieron mal los pequeños productores y me consta que de modo no intencional fue dejarse adocenar al lado de las entidades de la gran burguesía terrateniente, de la gran burguesía como la Sociedad Rural Argentina (SRA) y de la prédica de elevado tono desestabilizador que tenían algunos dirigentes ruralistas.

—¿Cuál es el balance de ese conflicto a seis años? ¿Qué se puede hacer para mejorar las cosas?
—Ahora existen en nuestro país mejores herramientas institucionales para mejorar la calidad de vida de los pequeños productores, agricultores familiares y descendientes de los pueblos originarios de todo el país. Ahora hay un Ministerio de Agricultura y una Secretaría de Desarrollo Rural y Agricultura Familiar. Pero el desafío es superar la mera asignación de subsidios cuyo único resultado es la subsistencia para pasar a, me gustaría subrayar esto, un desarrollo rural y, claro está, con los mismos actores. Es decir, no aportar un progreso con capitales y capitalistas provenientes de otros negocios y estimular, en cambio, un auténtico acceso a las posibilidades de producir en mejores condiciones estructurales a todos los verdaderos agricultores.

Fuente: El Ciudadano – Rosario