La Batalla de Salta: una lección de valores «A los vencedores y vencidos»
21/02/2015 El PaísLos actos para evocar los 202 años de la gesta se harán hoy, a las 10, en la Plaza Belgrano y culminarán en el histórico Monumento 20.
En las vísperas de la batalla de Salta, y al amanecer del 20 de febrero de 1813, cuentan las Memorias Póstumas del General Paz que Belgrano tuvo vómitos de sangre. Pasaron 202 años y no cuesta imaginar al prócer mitigando sus dolores entre las gruesas paredes de la casona de Castañares, donde descansó el Ejército del Norte antes de librar la histórica batalla. Era un sábado lluvioso de febrero. Salta tenía poco más de siete mil habitantes, siete barrios, dos reñideros de gallos y seis canchas de bolos. Era una aldea dentro de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y un precioso bastión estratégico que el ejército realista se disponía a defender con la vida de 3.388 hombres que conformaban sus filas.
El general Manuel Belgrano había llegado a Salta el 18 de febrero de 1813 y descansaba en la casona del coronel José Apolinario Saravia, apodado «Chocolate» por el color de su piel, quién acertadamente le había mostrado un camino desconocido hasta entonces (la quebrada de Chachapoyas), para burlar al enemigo.
«Chocolate», ansioso por conocer la cantidad y calidad de las fuerzas realistas de Pío Tristán, y las posiciones que ocupaban, se vistió como un leñero, y arreando una recua de burros, marchó hacia la casa de sus padres en la calle La Concordia (actual Buenos Aires).
Cuenta la historia que la lucha comenzó el 19 de febrero a las 11 de la mañana con el ataque por la retaguardia a la posición realista que había copado el Portezuelo. Belgrano, enfermo y dolorido, había preparado un carro para poder desplazarse, pero reunió fuerzas y montó a caballo. A las 9 de la mañana del 20 de febrero, el ejército patriota cubrió todo el ancho de la planicie que en leve plano inclinado conduce a la ciudad. Marchaba compacto sobre el centro con la caballería y la infantería separadas por sectores, reserva plegada y dos columnas de caballería.
Pío Tristán lo esperaba fortaleciendo el lado izquierdo de su formación, y el flanco derecho apoyado sobre el cerro San Bernardo. Esta disposición le posibilitó al español controlar los ataques al principio.
Al promediar el combate, Manuel Belgrano cambió su táctica: movilizó la reserva dotándola de más efectivos de infantería y caballería, y ordenó a Manuel Dorrego, que había reemplazado al segundo jefe Díaz Vélez, gravemente herido, atacar vigorosamente: «lléveselos por delante», le dijo.
Dispuso cargar simultáneamente con artillería y luego de cruzar el campo condujo él mismo la avanzada contra las barricadas del cerro. Ahí todo varió. La furibunda carga de Manuel Dorrego arrasó el flanco izquierdo junto a las columnas de Zelaya, Pico, Forest y Superí (los primeros oficiales triunfantes de la ciudad) que sostenían la persecución en las calles. Así el centro y el ala izquierda patriota fueron quebrando la resistencia.
Con la retirada cortada, los realistas vencidos retrocedieron desordenadamente quedando atrapados en el corral que circundaba la ciudad denominado Tagarete del Tineo (hoy calle Belgrano), donde fueron diezmados por los criollos. El tramo final de la lucha se concentró alrededor de la Plaza Mayor (9 de Julio), donde la persecución fue cruenta.
Un final como no hubo otro
Desde la iglesia de La Merced comenzaron a doblar las campanas anunciando la rendición incondicional del invasor. Todo un ejército había sido tomado prisionero. «Queda acordado que al día siguiente los soldados realistas salgan de la ciudad con los honores de la guerra, a tambor batiente y con las banderas desplegadas, y que a las tres cuadras rindan las armas y entreguen los pertrechos de guerra…»
El balance de la batalla fue: 17 jefes y oficiales prisioneros; 481 muertos, 114 heridos, 2.776 rendidos. En total eran 3.388 hombres del ejército de Tristán, sin escapar ni uno. Además, 10 piezas de artillería, 2.188 fusiles, 200 espadas, pistolas, carabinas y toda la maestranza.
En un gesto de grandeza y como muestra de su filantropía, Belgrano le evitó a Tristán la humillación de entregarle la espada y, en cambio, lo abrazó delante de todos.
Al final, Belgrano colocó una cruz de madera en la fosa común de los 600 muertos de ambos lados, con la leyenda: «A los Vencedores y Vencidos»