De Jacobacci a Bariloche en un tren que achica las distancias
19/08/2015 MUNICIPIOSLas vías unen a la gente del oeste de la Línea Sur con la ciudad más grande de la provincia. Tres veces por semana cientos de personas viajan para hacer trámites, ir al médico, estudiar o visitar familiares.
El reloj de la estación marcó las 5:30. La oscuridad de la noche aún reinaba y los pasajeros apuraban el paso hacia el vagón, aunque la mayoría ya se encontraba arriba, en sus asientos, a la espera del inicio del viaje que comenzó tras el sonido de la campana. De inmediato, el tren se puso en movimiento y la bocina anunció a todo el pueblo su partida.
Minutos antes Gustavo, el guarda de la formación, había dado la señal al maquinista para iniciar la marcha. Arriba, Rudecil miraba los últimos boletos para indicar a los pasajeros su ubicación, una tarea que repetiría en cada parada intermedia.
La formación tiene solo dos vagones con una capacidad de 144 pasajeros.El viaje comenzó en Ingeniero Jacobacci donde el llamado «tren chico» parte cargado de pasajeros que viajan por el día a Bariloche, generalmente para realizar trámites, ir al médico y hay quienes incluso van a hacer las compras a los supermercados. Con un importante rol social, la formación del Tren Patagónico comunica con la ciudad no solo a los jacobacinos sino también a los pobladores de Clemente Onelli, Comallo, Pilcaniyeu, Perito Moreno y Ñirihuau.
Flavia Pedraza fue una de las primeras en subir al tren y ubicarse en su butaca. Eligió la ventanilla para luego del amanecer poder tomar fotos porque hacía mucho tiempo que no hacía el trayecto. Esta vez había llegado horas antes de un largo viaje. Desde Chimpay, donde reside actualmente, había viajado por la Ruta 6 hasta Jacobacci. Pero de inmediato le surgió un nuevo viaje, esta vez a Bariloche para cumplir trámites para su madre que vive en Jacobacci y padece una discapacidad.
El convoy parte a la mañana de Jacobacci y regresa por la tarde.El abuelo de Flavia era ferroviario, por eso el viaje sobre rieles le gusta. «El paisaje es más lindo que el que se ve cuando vas en colectivo, las vías cruzan por el medio de las montañas», dijo entusiasmada. A su lado, otra mujer se sentó una vez más en el mismo tren en el que cada semana viaja al menos dos veces. Es conocida -o tal vez pariente- de Flavia, pero un poco más tímida y resguarda su nombre. Ella es una «pasajera frecuente» y no por placer sino porque la enfermedad de uno de sus hijos motiva sus viajes periódicos al hospital, a retirar medicamentos y realizar trámites en Bariloche. «El 27 vengo con él porque tenemos turno», contó antes de la primera parada de la formación.
A las 6:15 el maquinista activó las luces del vagón y volvieron a verse relucientes las butacas de cuerina azul, los percheros individuales y los bolsos del portaequipajes superior que se bamboleaban lentamente con el trajín del andar. La bocina prolongada anunció la proximidad de la primera parada: Clemente Onelli. Allí solo descendieron dos mujeres de guardapolvos, eran docentes de la escuela hogar que se puede ver desde la estación. De inmediato se perdieron en la noche caminando bajo la tenue luz del poblado y el tren volvió a andar.
Pilcaniyeu es la última parada antes del destino final. Para esa hora ya el sol asomó en la enorme estepa.La formación tiene solo dos vagones con una capacidad de 144 pasajeros. Al partir de Jacobacci se ubica a todos los pasajeros en uno de los coches y luego, en las paradas intermedias, se habilita el otro vagón. «En promedio viajan 100 pasajeros por servicio, los primeros días del mes van menos pero después siempre se llena. La gente lo usa para ir a hacer trámites a Bariloche, al médico y sobretodo los que suben en Pilcaniyeu y Comallo también van de compras porque les conviene ir al supermercado grande», relató Gustavo, el guarda que en cada estación toma un poco del aire fresco, controla los ascensos y toca el silbato para arrancar otra vez.
Cuando las luces del vagón se apagan se silencian las voces nuevamente. La mayoría aprovecha a dormir un rato hasta que otra vez la bocina los despierta, ahora en Comallo, donde espera una larga fila de pasajeros ansiosos por subir y refugiarse de la fría noche.
El reloj marca las 7:10 y se siente con fuerza el intenso frío al lado de las vías.
Mientras sigue detenido el tren, aparece en escena Sebastián, el joven con el carrito de golosinas y gaseosas que tiene la concesión del «bufete» del tren, pero como en este viaje se cambió la formación porque la utilizada habitualmente está en reparación, no tiene el espacio que hace las veces de «café a bordo» para los pasajeros.
Hay calefacción y, según la disponibilidad, hasta un bufete para que el viaje, que se inicia a la madrugada, sea más llevadero.Media hora antes de arribar a Pilcaniyeu, la tercera estación intermedia, comienza a clarear y la silueta del paisaje de estepa se hace más notoria. En la estación esperan unas 25 personas que directamente suben al segundo vagón luego de exhalar bocanadas de vapor que hace evidente el crudo frío de la mañana.
El tren tiene un significado particular en estas latitudes que a veces se sienten aisladas. «Es un servicio útil para todos», opinó Rudecil Varela, el limpiacoche del tren y coincidió Alfredo Penchulaf, que viajaba entre los primeros asientos. «La gente va por trámites, al médico o para hacer estudios que en Jacobacci no hay. Yo hoy voy a visitar a un hijo que tengo en Bariloche, es bueno el servicio, más cómodo y con baño», relató el hombre de boina que de inmediato fue interrumpido por su vecino de butaca, Néstor Anquita, quien aclaró que «también es más económico».
La formación tiene dos vagones, pero el segundo no se ocupa hasta que el primero no se haya completado.Desde el primer asiento Andrés Carriqueo, un bombero de Pilcaniyeu, acotó que para su pueblo es una ventaja tener el tren que «da garantía que pasa a horario» algo que con el transporte por ruta es aleatorio, dependiendo de las condiciones del camino.
Hasta 1993 Rudecil perteneció a las cuadrillas que reparaban las vías.Mientras tanto, el tren sigue su andar. Después de Pilcaniyeu, por donde pasó a las 8:30, la velocidad promedio de 40 a 50 kilómetros por hora, desciende por un trayecto en pendiente. Al no haber pasajeros en Perito Moreno ni en Ñirihuau, se omiten esas paradas y el tren sigue su curso para ingresar a horario en Bariloche, siempre con la bocina resonando hasta detenerse en la antigua estación donde algunos esperan su llegada en el andén.
Rudecil Varela, toda una vida sobre el ferrocarril
El tramo final acerca a Rudecil Varela al vagón de pasajeros para observar por la ventanilla el andar de los ciervos que cada tanto aparecen y desaparecen del paisaje. El hombre es un viejo empleado ferroviario, arrancó con Ferrocarriles Argentinos cerca de los 80, cuando realizaba tareas en las cuadrillas que reparaban la vía del antiguo trayecto de La Trochita, que pasaba por el paraje donde se crió, Ojos de Agua.
Rudecil trabajó hasta 1993 en esas tareas, luego fue enviado a una cuadrilla cerca de Patagones por donde transitaba el tren proveniente de Constitución y más adelante, ya con el Tren Patagónico, le ofrecieron cambiar de tarea. Ahora es limpiacoche y viaja en cada servicio del trayecto Jacobacci-Bariloche.
«Cuando me ofrecieron cambiar lo pensé porque tenía que mandar a mis hijos a estudiar y la paga era diferente», contó el hombre de anteojos, con el prolijo uniforme de la empresa estatal. No reniega del cambio pero prefiere no opinar qué tarea le gustaba más. La cuestión es que fue acertada en su momento y ahora tiene a su hija que se recibió de docente especial y vive en Viedma, y otro hijo policía en Bariloche, mientras continúa criando en Jacobacci al más chico, de 16.