La tiranía del número: acerca de los 30 mil
30/01/2016 El PaísEl presente artículo retoma fragmentos de mi libro sobre desaparición forzada, lo hago público en este momento en que se ha reavivado la disputa por saber quién tiene la verdad sobre el número exacto de desaparecidos.
Desaparecer, ésta es la tragedia argentina que nos dejó la última dictadura cívico-militar, la ausencia que deja la desaparición oculta la entidad del que ya no está visible en la escena social, porque detrás de la desaparición hay un obrero, un militante, un profesional, una mujer embarazada, un estudiante, un escritor. Esos sujetos fueron borrados, negados, desaparecidos.
La desaparición forzada sembró la angustia durante décadas, alimentó sospechas del destino de aquellos que ahora estaban desaparecidos, anuló su vida no sólo física sino espiritual; se buscaba a un desaparecido, a miles de ellos y ellas, pero solamente eran rostros en la multitud, fotos en las marchas que pedían su regreso con vida hasta pedir -con el paso del tiempo- la verdad de su destino porque ya se sabía que su vida estaba perdida. Los desaparecidos son las víctimas del terror de estado.
Marcado por los crímenes y los genocidios, el siglo XX a través de sus intelectuales y escritores, piensa a las víctimas como centro de toda preocupación en lo concerniente a los derechos humanos, pero el riesgo que nos deja esta orientación unidimensional de los derechos humanos es pensar únicamente en la víctima como su destinatario y en la política como lucha contra el mal. Sobre todo porque el origen político de los derechos humanos está orientado al ciudadano, al sujeto de derecho y a la consecución del bien.
Las mismas palabras, democracia, derechos, libertad… ahora son dichas por diferentes voces; en nombre de la democracia también se declara la guerra, en nombre de los derechos humanos se justifica la tortura, en nombre de la paz se persigue y se discrimina.
PENSAR. Emprender en la actualidad una crítica sobre nuestra mirada a esta problemática, luego de las atroces circunstancias y sus secuelas en la sociedad argentina debe desafiarnos, no inmovilizarnos. Despojarnos del temor de no ser suficientemente claros en los análisis, en un presente que amenaza con repetir lógicas de genocidio, lógicas de desaparición, estados de excepción que se transforman en regla.
Seoane y Muleiro citan a Jorge Rafael Videla quien invocó a los derechos humanos en su primer discurso como presidente de facto: “Para nosotros, el respeto de los derechos humanos no nace sólo del mandato de la ley y de las declaraciones internacionales sino que es el resultante de nuestra cristiana y profunda convicción acerca de la preeminente dignidad del hombre como valor fundamental. Y es seguramente para asegurar la debida protección de los derechos naturales del hombre que asumimos el ejercicio pleno de la autoridad, no para conculcar la libertad sino para afirmarla; no para torcer la justicia sino para imponerla…”.
La contradicción al transformar un estado de derecho en un estado que aplica el terror para lograr el orden social, un estado que secuestra, mata, se apropia de niños ocultando su verdadera identidad, hace desaparecer sujetos desde el justificado terrorismo de estado. El Estado que debe garantizar los derechos de los ciudadanos, en el sentido de propiciar el acceso a los derechos fundamentales, ahora aniquila por la fuerza el derecho humano fundamental: el derecho a la vida.
RAÍCES. En el citado discurso de Videla sus palabras confirman la contradicción: “Sólo el Estado, para el que no aceptamos el papel de mero espectador del proceso, habrá de monopolizar el uso de la fuerza, y sólo sus instituciones cumplirán las acciones vinculadas a la seguridad interna. Utilizaremos la fuerza cuantas veces haga falta para asegurar la paz social; con ese objetivo combatiremos sin tregua a la delincuencia subversiva en cualquiera de sus manifestaciones, hasta su total aniquilamiento…”.
Invocando los valores de la humanidad (occidental y cristiana) se llega a negar a los seres humanos hasta el ritual de la despedida, de la sepultura, de la verdad de lo acontecido. Jean Courtin afirma que: “…los Homo erectus…no conocían la sepultura, dejaban abandonados a sus muertos, uno encuentra los esqueletos abandonados, despedazados, en medio de huesos de animales…”. El Homo sapiens “es el primero que le concede una gran atención a sus difuntos, lo cual denota una forma innegable de apego a sus semejantes. Yo tiendo a pensar que el sentimiento amoroso va a la par con la consideración que se tiene por los muertos, con el sentido de la estética, la ornamentación. Por lo tanto, con características profundamente humanas, que sólo fueron desarrolladas por el hombre de Cromañón, hace 100.000 años en África y Cercano Oriente y hace unos 35.000 años en Europa”.
Nicolás Casullo reflexiona sobre los efectos que produce el fenómeno de la desaparición, el mismo guarda relación con el duelo, con la búsqueda de la verdad y la necesidad de justicia. El ritual de dar sepultura, confinado a una trama individual, familiar; se transforma en un ritual social que quedó inconcluso: “se habla de desaparecidos, se habla de guerra sucia, se habla de terrorismo… ¿a qué les hace acordar? Sobre una especie de cementerio al que nunca más volvimos porque está ahí y todavía lo tenemos que elaborar, sobre palabras de una significación muy fuerte. Eso hay que despejarlo, sino realmente nosotros vamos a vivir con chaleco de fuerza”.
Duelo colectivo que no se puede realizar, cementerio virtual de cuerpos que quedan en suspenso, negación de la desaparición, justificación del horror por un lado y búsqueda de justicia por otro.
DEBATE MIOPE. Estamos discutiendo el número de desaparecidos y aparece la cuestión sobre: ¿Quién se encuentra actualmente en condiciones de invocar a los derechos humanos? ¿Cómo aparece la víctima en la desaparición? ¿Quién en el presente puede monopolizar el discurso de los derechos humanos? Conflicto que se presenta bajo la disputa ética sobre la integridad de aquellos sujetos políticos que llevaron adelante políticas de derechos humanos en Argentina después de 1983. Bajo esta disputa todo entra en discusión: la validez del juicio a las Juntas Militares, la anulación de los Indultos, el número de víctimas, quiénes fueron más víctimas, quiénes se comprometieron en pleno período dictatorial en la defensa de los derechos humanos de los torturados, detenidos, desaparecidos…
No se trata de contar, bajo la tiranía del número, las cifras de las víctimas. Ni de contar el número de desaparecidos. No porque el número resulte un dato menor, sino porque el número nos encierra en la discusión acerca de cuántos desaparecieron alejándonos de cuestiones nodales sobre lo que implica una sociedad con desaparecidos. Fernández Meijide recordó que la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas había recibido 7.380 denuncias, que se convirtieron en 8.960 con casos mencionados por otros organismos. Este dato fue utilizado por diferentes medios de comunicación para cuestionar la política de derechos humanos que comenzó en Argentina con el gobierno de Néstor Kirchner.
AL CENTRO. La cuestión fundamental es la de analizar, descomponer, las circunstancias en las que se ha dado la desaparición forzada de personas, la desaparición de sujetos como personas físicas, la desaparición de sujetos críticos en el presente y la desaparición de esta posibilidad de seguir apostando a una política que sea la contracara de la barbarie. Barbarie que impide o cancela la posibilidad y el derecho a los rituales propios del ser humano.
Una sociedad dividida, que en cada década reacciona diferente, en los ’80 frente a los juicios y las leyes de impunidad; en los ’90 a propósito de los indultos y en los hodiernos comienzos de siglo XXI cuando el Estado deroga esas leyes y esos indultos haciéndose cargo de una política de derechos humanos que continúe la búsqueda. Rescatando testigos, memorias, identidades; inaugurando una nueva etapa en este camino por la verdad y la justicia.
Seguramente en cada juicio a los genocidas responsables de estas desapariciones forzadas, la tumba que no pudo ser, de alguna manera aparece en las condenas a los culpables. Dar sepultura para completar los rituales de la vida, para dar nacimiento a una cultura de la paz, la justicia y la libertad.