Pampa Llana: donde el tiempo pasa entre la soledad y las carencias

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No solo ocho horas de viaje dividen a la capital de este pueblo. Una escuela, una cultura y la vocación de servicio.

Pisar el pueblo de Pampa Llana es como retroceder en el tiempo. Allá lejos, muy lejos, donde la tecnología y los medios de comunicación no llegan, la soledad y la carencia forman parte inseparable del paisaje. No existe el teléfono, muy pocos tienen luz y gas envasado, no hay señal satelital, médicos, ni comercios.

Una escuela, una iglesia y 30 casas de adobe conforman esta pequeña localidad inhóspita ubicada en el sur del departamento de San Carlos, a poco más de 100 kilómetros de Angastaco y a 4.500 metros de altura.

Escondido entre montañas que custodian con celo a las casi 400 personas de la etnia diaguita calchaquí que allí habitan, las necesidades están tan ocultas como sus habitantes dentro de la geografía salteña.

En Pampa Llana, apenas sale el sol, 100 niños y adolescentes acuden al punto que los une y que le dio vida a ese pueblo, la Escuela N§ 4.749.

Son las ocho de la mañana y los chicos se preparan para cantar Aurora y entrar a clases. Con una temperatura bajo cero, cantan entusiasmados. Es que allá, ir a la escuela es tener vida. Todo transcurre en ese edificio incompleto y con carencias cuyo principal motor es el esfuerzo de los docentes.

No todos viven cerca de la escuela. Nayla tiene cinco años y camina varios kilómetros de la mano de su hermano para ir a clase todos los días. Llega con el delantal y las zapatillas mojadas por el frío de la mañana, cuenta Raquel, su maestra de jardín.

En Pampa Llana los docentes hacen patria. Dejan a sus familias en la ciudad por la misión de educar a estos chicos. Están solos y privados del bienestar.

En sus rostros llevan ese orgullo por enseñar pese a las carencias con las que se encuentran y los sinsabores de estar lejos de sus hijos y de la ciudad. La mayoría de las veces, mandan cartas a través de alguna persona que baja hasta Salta. Otras, la radio AM 840 es la mensajera. “Un saludo para Teresita, de Pampa Llana. Le avisamos que subimos la semana que viene”, ejemplifica la maestra. La radio aún acorta distancias y solo algunos tienen.

El calor que se percibe en las aulas refleja que el trabajo docente rinde frutos, aunque luchan contra la falta de infraestructura y un presupuesto escueto. Los alumnos de 1§, 2§ y 3§ grados comparten simultáneamente la misma aula, igual que los de 4§, 5§, 6§ y 7§, que reciben las lecciones juntos y apretados. Los docentes dividen la hora de clase para enseñar a cada curso, mientras el resto espera su turno desde su banco.

Por día, el Gobierno destina $7,40 por cada chico que acude a jornada completa y $5,80 para los de media jornada. Con esa suma, y como si la inflación no existiera, la escuela tiene que darles el desayuno, el almuerzo y la merienda durante los 191 días de clases. “La comida fuerte la reciben en la escuela, por eso la asistencia es perfecta”, cuenta Teresa, la maestra principal de la institución.

Hay dos hechos que llaman la atención en Pampa Llana. Las adolescentes que se convierten en madres a corta edad y la paulatina desaparición del arte de tejer como medio de subsistencia tras percibir la Asignación Universal por Hijo (AUH).

Nadie llega hasta ahí

Pocos, casi nadie, se arriman hasta Pampa Llana, salvo los pastajeros cuyos hijos acuden a la escuela. La distancia y el camino pedregoso que bordea las montañas convierten en una odisea la llegada. Semanas atrás, y sin esperarlo, el ministro de Educación, Roberto Dib Ashur, llegó al lugar con su equipo. Contaron los vecinos que “estuvo diez minutos, le hizo frío y se marchó”, aunque con la promesa, acaso repetida en varias oportunidades, de construir un albergue en la escuela.

Pocos actores, pero claves

En este pueblo hay pocos actores que tienen la misión de dirigir los destinos de quienes allí viven. El director de la escuela, Jorge González, la maestra Teresa Urbano y el agente sanitario. Los dos primeros son los encargados de la preparación de los alumnos, un desafío que los enfrenta a una infinidad de adversidades, pero lo hacen y con orgullo, al igual que el resto del plantel de maestros y docentes. “Estoy lejos de todas las diversiones y de mi familia. Duele, pero yo tomo a los chicos como a mis hijos”, sostuvo Teresa, maestra que cumple el rol de docente y madre de los chicos.
“Que los chicos sean alguien el día de mañana”, es lo que más repite el cuerpo de docente.

“Solo le pido a Dios, que el futuro no me sea indiferente”

Un viaje inolvidable para ellos y una muy grata visita para quienes trabajan en la redacción de El Tribuno fue el primer contacto con un grupo de alumnos de la escuela Nº 4749 de Pampa Llana, quienes llegaron el 28 de noviembre del año pasado acompañados por la docente Daniela Ormachea.

Así comenzamos a conocer la historia de esos chicos de las montañas que, en algunos casos, caminan horas para ir a clases desde los distintos parajes en los que viven. En la redacción conocieron las rotativas, hablaron con los periodistas y hasta cantaron coplas. Antes de irse nos invitaron a conocer su lugar, dijeron que esperarían a El Tribuno en esa escuela que le da vida al pueblo. Imposible negarse.

Como la escuela tiene régimen de verano y las clases terminan en mayo, se organizó este viaje antes de que culmine marzo. Entre los trabajadores del diario y algunas instituciones se juntaron donaciones y, el jueves pasado, en una camioneta llena de ropa, calzado, golosinas y libros, partimos hacia ese paraje del municipio de Angastaco, en el departamento de San Carlos.

Casi ocho horas de viaje, por caminos con tramos de calamina, curvas pronunciadas, mucha altura y senderos de piedra que dificultan el transitar de los vehículos por la montaña, unen la capital salteña con ese paraje situado a casi 4.500 metros sobre el nivel del mar.

Al caer la tarde, despejada y fría, el equipo periodístico llegó a la escuela en la que lo esperaba el director y algunos docentes de la institución para compartir una merienda y una cena en la que pudimos conocer más sobre una comunidad lejana y olvidada.

La mañana siguiente, a las 7, comenzaron a llegar los alumnos. Era una jornada especial: celebrarían el equinoccio de otoño con ofrendas a la Madre Tierra. Primero lo hicieron los docentes, padres y alumnos más grandes y luego los más pequeños de la comunidad. Como todos los 21 de marzo, se rindió homenaje a la Pacha y se le agradeció por todos los alimentos que les ha brindado a la comunidad. Además, en un reloj de sol marcaron con un trazo de tiza el primer rayo del otoño que el viernes se registró a las 7.50. El mismo sol que se quedó durante el resto de la jornada.

Después del desayuno, con mate cocido y pan casero comenzaron las clases. Una de las aulas, colmada, reúne a diario a los alumnos de cuarto, quinto, sexto y séptimo grado. Teresita, la maestra de esos grados, debe organizar el tiempo para dar las clases a los 29 chicos que, en el mismo espacio, son estudiantes de cursos diferentes.

Antes de que termine la mañana los chicos rezaron un vía crucis en la iglesia del pueblo, a pocos metros de la escuela.

Siguieron el almuerzo, más horas de clases y los preparativos para una especial actividad en el patio soleado de la escuela.

Un decir de bailes y coplas

Los chicos comenzaron a salir de las aulas con ponchos salteños. Las chicas, con faldas estampadas, mantones y sombreros con cintas de colores. Se pusieron en posición y se armó el baile en Pampa Llana con chacareras, gatos y zambas.

Luego llegó la copla: “En el campo de Pampa Llana / se levanta polvo y remolino / y así me da vuelta el año / como piedra en el molino”, recitó uno de los chicos. “Pacha Mama, santa tierra / No me coma todavía, / voy a cantar esta noche / y mañana todo el día.”, recitó otro.

En la voz de decenas de niños que conmueven por su pureza, se oyó una canción que estremece en el marco de un primer día de otoño que predice otro duro invierno. “Solo le pido a Dios / que el futuro no me sea indiferente, / desahuciado está el que tiene que marchar / a vivir una cultura diferente”. Esa estrofa se vuelve reflexión y tristeza en esas voces.

Ese decir con bailes y coplas terminó la merienda, la última de las comidas que los chicos reciben en la escuela. Antes de irse, se les entregaron algunas de las golosinas que llegaron con las donaciones y leyeron varios ejemplares de El Tribunito.

A las cinco terminó la jornada escolar. Cargando las mochilas en sus espaldas y de frente al majestuoso paisaje con mucho cielo, volvieron a sus casas.

Para algunos, a esa hora, bajo un sol aún radiante, había llegado la hora de ponerse a trabajar con la lana para ayudar a sus padres. Otros, en cambio, iban a tener la suerte de hacer algún partidito de fútbol o jugar como juegan la mayoría de los niños, con sus hermanos y en casa.

Los datos

Según informó a El Tribuno el agente sanitario de Pampa Llana, hay dos niños que padecen de desnutrición. Otros pobladores afirman que son más los chicos golpeados por esa enfermedad. No hay médico y el agente sanitario atiende en su precaria vivienda. Para emergencias, tienen que bordear montañas y llegar a Angastaco.

Los habitantes del pueblo no se abastecen solo de lo que producen: habas, papas, rabanitos, queso de cabra y carne de llama y cordero; tienen que comprar mercadería en otros lugares para abastecerse. Ahora en la escuela han creado un invernadero donde siembran acelga, lechuga, cebolla y demás vegetales.

Por las bajas temperaturas, la escuela tiene el régimen de verano, es decir, las clases comienzan en agosto y se extienden hasta mayo. Cumplen con los 191 días del calendario escolar. Por la falta de espacio las clases son plurigrado, hay varios grados por aula y los maestros dictan las clases simultáneamente a chicos de distintos niveles.

Fuente: El Tribuno de Salta