La historia del pueblo sanjuanino que hace ocho años se quedó sin agua
Es porque mermó el caudal de una vertiente del río Papagayos que cruza el pueblo. En esta localidad proliferan los tachos y los bidones para acumular agua en la puerta de cada casa.
06/07/2016 MUNICIPIOSEs porque mermó el caudal de una vertiente del río Papagayos que cruza el pueblo. En esta localidad proliferan los tachos y los bidones para acumular agua en la puerta de cada casa.
A unos 135 kilómetros de la capital de la provincia de San Juan, sobre la ruta nacional 141, hay un par de chicos que agitan bidones vacíos. Ansiosos, están ahí para «mendigar» lo que les falta: agua potable. Ellos forman parte de los 350 habitantes de la comunidad de La Plantaque hace ocho años se quedó sin agua, cuando mermó el caudal de una vertiente del río Papagayos que cruza el pueblo. En esta localidad de ranchos de adobe y paja, cruzada por el viento helado que suele soplar en la siesta, proliferan los tachos y los bidones para acumular agua en la puerta de cada casa.
Aquí, el agua -o mejor dicho, su falta- determina la rutina de los vecinos: esperar dos veces por semana que llegue el camión que los abastece desde Caucete -a unos 100 km de distancia- o desde la localidad riojana de Chepes -a unos 140 km-; estar atentos al nivel que tiene un pozo que contiene 10.000 litros de agua más bien sucia y que sirve para llenar los tachos que están en cada casa, y tener los 350 pesos para comprar esos recipientes.
Durante alrededor de un año, entre fines de 2014 y principios de 2015, tuvieron suministro de agua: un acueducto, cañerías y mangueras, a cargo de Obras Sanitarias Sociedad del Estado (Osse). «Un día no hubo más, dicen que se robaron las llaves de paso, que los de Marayes [la población aledaña]las cerraron y que se secó una de las vertientes [del río Papagayos]en Nikizanga», explica Nicolasa, una de las habitantes de La Planta.
Los pobladores dicen que durante años los funcionarios municipales que llegan aquí -la comuna depende del municipio de Caucete- les repiten que los chicos que piden agua en la ruta «hacen pasar vergüenza», pero no les explican por qué falta el agua.
Según los vecinos, el intendente Julián Gil no regresó a la zona después de las últimas elecciones. Su nombre trascendió cuando asumió y designó a seis familiares en el municipio, entre ellos su hijo de 18 años como secretario de Deportes. Era justicialista, quedó fuera de la interna y entonces se enroló en las filas de Sergio Massa.
El mandatario, en diálogo con La Nación, desmiente que no se ocupe del pueblo y sostiene que su equipo «asiste» a los vecinos. Insiste en que no se hará cargo de lo que hicieron las gestiones anteriores. Explica que las vertientes que sirven a las localidades de Bermejo y Marayes no tienen presión suficiente para llegar a La Planta y, que por lo tanto, hay que buscar otras fuentes. Asegura que en unos días enviará al gobierno nacional el proyecto para solucionar el problema del agua: «El objetivo es traerla desde las vertientes de Los Hornillos, a unos 24 kilómetros, y hacer de nuevo las cañerías. Es una obra costosa y no tenemos fondos».
La rutina
Silvia está con sus tres hijos y su hermano sobre la ruta, llevan unas cuatro horas esperando, mientras agitan bidones vacíos. «Venimos porque no queda otra. Somos personas con derecho a vivir dignamente -cuenta-. Ya estamos cansados.» Una camioneta de la iglesia evangélica Caminos de Vida trae tachos con agua y la merienda para los chicos. «Nos enteramos de lo que pasaba y ahora venimos a colaborar», apunta uno de los miembros del grupo. «Tener agua es lo mínimo que necesitan, pero también las casas se están cayendo», aporta otro. De hecho, por el viento y las escasas lluvias, las paredes y los techos de adobe y paja están cediendo.
María Isabel llevó su reclamo al intendente Gil en Caucete: un poco de portland para levantar una pared que se cayó de su casa. «Y le dije lo del agua también. Me da vergüenza cómo vivo», señala.
Sin embargo, durante el verano la situación empeora: las temperaturas superan los 40 grados con facilidad y, a veces, el camión que les trae el agua llega sólo una vez por semana.
Este año, Noelia decidió comprar una pileta de plástico para juntar agua y así poder lavar los platos y usar lo que necesite para el baño: «La estoy pagando en cuotas, pero en verano no me la llenan. Los chicos estaban contentos hasta que les dije que no era para bañarse». Para el consumo, usan el agua que acumulan en los tachos.
Micaela está con su hermana y sus sobrinos en la ruta. Después de unas seis horas, llegará una carreta sobre la que cargarán los bidones con agua y la empujarán a lo largo de un kilómetro, la distancia que hay desde la ruta hasta La Planta.
«Hace unos meses el agua vino sucia, con unos bichos, y los chicos se enfermaron. Les dolía la panza y tuvieron diarrea», describe Esther.
Silvia y Raúl van con frecuencia al santuario de San Expedito, a sólo 20 minutos de La Planta. Y llevan bidones con agua para la comuna. «Es una vergüenza. Da angustia», señala él. Si en la ruta no hay nadie que pida agua, dejan los bidones igual a la sombra de un árbol. Es un código no escrito entre los que ayudan y los que reciben.
Los camioneros se detienen siempre y avisan por las redes sociales para que otros colegas se sumen. Aunque los pobladores de La Planta sólo piden agua, a veces también los ayudan con ropa o productos no perecederos.
El río Papagayos cruza el pueblo. Cuando crece -ahora es una calle de arena- trae agua salada. Una de sus vertientes provee a Bermejo y a Marayes. Sin embargo, hoy, con muy poco caudal, esas localidades sufren cortes. A pesar de eso, los pobladores de La Planta dicen que sus vecinos son unos afortunados.
Aquí hace años que todos esperan que se hagan perforaciones para buscar agua. Sin embargo, Gil explica que ésa no es la solución: «Habría que ir a unos 300 metros o más. Es imposible».
Sin agua no hay cultivos y algunas pocas cabras pelean contra el suelo arenoso para andar. Los hombres de este paraje trabajan como hacheros en La Rioja, donde cobran unos 300 pesos por tonelada de leña. En cambio, las mujeres reciben planes sociales y se encargan de buscar el agua y mandar a los chicos a la escuela del pueblo. Cuando hay clases, los niños salen a la ruta alrededor de las 16.
En la 141 ya hay carteles del Plan Belgrano, el programa de desarrollo social y de infraestructura que lanzó Mauricio Macri. A pocos metros del asfalto corren las vías del ferrocarril que hace años dejó de pasar y están los galpones abandonados de una explotación de oro que tuvo su apogeo en la década del treinta.