Enfermeros de campaña: vacunar donde el diablo perdió el poncho

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Cada día cientos de enfermeros a lo largo y ancho del país recorren a pie, caballo, mula o en vehículo todo terreno cientos de kilómetros para vacunar en sitios de difícil acceso, demostrando que pueden acercar la salud a la gente en lugar de esperar a que vayan a los hospitales.
«Salir de campaña implica acercarse a donde está la gente y eso a veces te lleva varios días porque, por ejemplo, uno sube a la montaña y si te agarra una nevada tenés que quedarte hasta que pase porque uno no puede desafiar a la naturaleza», describió a Télam Margarita Ayala, una enfermera de 73 años que todavía se sube a su estanciera para ir a vacunar a las cumbres mendocinas.

«En general la gente te recibe muy bien, pero siempre hay quienes se resisten, entonces uno tiene que utilizar las herramientas que ya conoce para convencer. A mí lo que más me funciona es explicarle en qué consisten las enfermedades y cuáles pueden ser sus consecuencias, si se trata de adultos sin vueltas», sostuvo.

Margarita también es rescatista y bombera, pero la medicina preventiva es su máxima pasión: «durante los primeros años de mi profesión trabajé en terapia intensiva, pero sentía que era la antesala de la muerte, que no había nada para hacer más que acompañar al paciente», relató.

En la década del 60 una inundación en el río Matanza la puso a trabajar codo a codo con las catástrofes y con tan sólo 19 años su desempeño fue ejemplar a tal punto que cuando Albert Sabin visitó Argentina, la comunidad sanitaria la premió ofreciéndole ser la escolta del creador de la vacuna contra la poliomielitis.

«Hay personas que cuando nos reciben no habían tenido visitas hace meses, entonces su alegría es inmensa»
Margarita Ayala

«Allí comenzó mi amor hacia las vacunas como una forma de prevenir enfermedades», recordó en vísperas del Día Mundial de la Salud esta menocina que nació en Tunuyán pero a los pocos meses llegó a Buenos Aires con sus cuatro hermanos y su mamá, que era enfermera de la Fundación Eva Perón y del Hospital de Clínicas.

Cuando cumplió 21 años regresó a Mendoza porque su abuela se había enfermado.Ingresó al poco tiempo a trabajar como enfermera en esa provincia y nunca más se fue.

Claudia Llanes, en cambio, nunca vivió en otra provincia que no fuera Jujuy: «Nací en el campo, en la zona de Corral de Piedras, y haber podido estudiar para ser enfermera fue un sueño cumplido. Todavía me acuerdo cuando pasaban los vacunadores y nos escondíamos abajo la cama o en el cañaveral», contó.

Hoy es ella la que persigue a los chicos para iniciar o completar sus esquemas de vacunación en la zona de Yala, a pocos kilómetros de la capital jujeña, y, si bien ya es supervisora, todavía va en persona cuando le cuentan que alguien se resiste a ser vacunado.

«Vamos casa por casa, pero si estamos subiendo la montaña y vemos que viene bajando alguna persona que se va por unas horas, ahí nomás la vacunamos, en la mitad del camino», afirmó.

Y agregó: «Con los adolescentes, por ejemplo, me he metido en alguna reunión de amigos, buscando a tal o cual, y terminamos vacunando a todos».

Este llegar «a donde el diablo perdió el poncho» implica para los efectores de salud días fuera de su casa, noches durmiendo en escuelas, destacamentos policiales de frontera, garitas, carpas, bañarse con agua fría -o no bañarse- y comer lo justo para cargar poco en las mochilas, pues lo importante es llevar bien las vacunas.

«A mí me cargaban con que llevo las vacunas como un bebé; es que uno sabe la responsabilidad que tiene en sus manos, lo que sale y entonces hay que cuidarlas», cuenta Claudia.

Pero, dice, llegar a estas comunidades «muchas veces trasciende la vacunación. Hay personas que cuando nos reciben no habían tenido visitas hace meses, entonces su alegría es inmensa», describe.

El Estado argentino define a las vacunas como un bien social por su «efecto rebaño», pues una persona vacunada no sólo se cuida a si misma sino que también disminuye la carga viral que hay en el ambiente, beneficiando a toda la comunidad en la que vive.

«La incorporación de más vacunas al calendario oficial que se ha dado en estos últimos años ha sido maravilloso porque permite hacer prevención», sostuvo Margarita.

Y continuó: «Uno ha visto cómo desapareció la poliomielitis, el sarampión, cómo disminuyeron los casos de hepatitis y ojalá veamos en el futuro cómo bajan los casos de cáncer de cuello de útero, gracias a la vacuna contra el HPV (virus de papiloma humano) que le estamos dando a nuestras nenas», apuntó.

En Argentina existen 16 vacunas incluidas dentro del calendario oficial que son gratuitas y obligatorias para la población.

Fuente: Télam