El porvenir de la reforma de la reforma

El Senado aprobó la reforma al impuesto a las ganancias. Diputados se apresta para hacerla ley hoy, cerrando su barroco trámite.

El Senado aprobó la reforma al impuesto a las ganancias. Diputados se apresta para hacerla ley hoy, cerrando su barroco trámite. El sistema político argentino es tan pródigo en records para el Guiness que las alternativas previas no calificaron para un premio… en otras latitudes lo hubieran obtenido.

El oficialismo se considera ganador tras haber ir ido perdiendo tres a cero con goles marcados en contra. Exagera: fue vencido porque debió ceder, porque los errores desataron internas y desprestigio cuyos costos se seguirán pagando en cuotas. Funda su alegría, filo eufórica, en haber frenado una iniciativa opositora pura, en haber “pegado” al diputado Sergio Massa con el kirchnerismo, en haber luego redimido al líder del Frente Renovador. El hombre ascendió de “impostor” a adversario sensato en el boletín macrista. Quedó lejos del dadivoso “8” para el presidente pero la Casa Rosada lo salvó del aplazo.

Massa, a su turno, se lee ganador porque tuvo alto protagonismo, mezclando conferencias de prensa plagadas de sus tics favoritos, por haber difundido una carta abierta a Macri, por haber recobrado centralidad, al fin.

Los triunviros de la CGT se jactan de ser el factor que desequilibra o resuelve los conflictos. Por haber mejorado la posición de (algunos) trabajadores. Y por estar enseñándole un rumbo a la dirigencia política. Esa lección, calculan, les permitirá recobrar espacio electoral y simbólico el año que viene.

Quienes bregaron por el primer proyecto, como avance relativo, y cuestionan este cierre tal vez no usen la palabra “ganadores” para autorretratarse. Pero quedan conformes por representar cabalmente los intereses de los más humildes, menoscabados por el macrismo y la oposición satélite. Hablamos del kirchnerismo, de la izquierda radical y parlamentaria tanto como de los gremialistas más duros que el triunvirato de la CGT: Sergio Palazzo (Bancario), Pablo Moyano (Camioneros), las dos CTA.

Los listados de este párrafo como los dos siguientes no son exhaustivos, escogen ejemplos que pueden ampliarse.

Las pulseadas por el mínimo no imponible se inscriben en varios mapas de desigualdades.

Hay ramas de actividad en las que la mayoría o muchos de sus empleados pagan ganancias. Los del sector financiero, los del transporte, los petroleros solo para empezar.

Hay otros segmentos en los que pocos (o casi nadie) llegan a pagar el tributo. Los peones del campo, los laburantes de la construcción, el grueso de los de Comercio. Los estatales nacionales o sub nacionales recorren una escala muy vasta pero son proporcionalmente contados los que llegan a la cifra alcanzada por el impuesto.

Si pasamos del sistema productivo a los territorios la divergencia entre provincias es asimismo notable. En aquellas en las que preponderan el petróleo y el gas muchos ciudadanos están alcanzados. Eso ayuda a entender el fervor (representativo, de nuevo) del gobernador chubutense Mario Das Neves quien anunció ayer haber conseguido, in extremis, una suba local del mínimo no imponible para sus comprovincianos.

En El NOA, en el NEA y en los Conurbanos un trabajador que contribuya con Ganancias es una rareza.

La mayor desigualdad excede esta nómina. Más del 80 por ciento de la masa trabajadora es (literalmente) ajena a la cuestión. Los desempleados, los no registrados, los que perciben haberes más bajos que sus aventajados compañeros de clase.
La legislación vigente todavía hoy es un rompecabezas de parches. La discusión pública es, a los ojos del cronista, poco feliz. Los cuestionamientos al “impuesto al trabajo” pecan de exageradas. El presidente Mauricio Macri los hizo flamear como promesa de campaña. Muchos popes gremiales avalan el relato. Sin embargo, el impuesto a los ingresos es progresivo, existe en la mayoría de los países capitalistas más o menos avanzados.

Claro que el sesgo equitativo solo se perfecciona si pagan solo los que superan un nivel de subsistencia básica, requisito básico que no se cumplió durante demasiados años.

Lo más propicio de las reformas es haber elevado el mínimo no imponible. Y haber diseñado más progresivamente las alícuotas que eran injustamente altas para quienes apenas lo superaban.

También es racional establecer mecanismos de actualización regular pre pautados, en base a índices oficiales. Se constriñe así la discrecionalidad de los Ejecutivos que, con velocidad, derrapan a la arbitrariedad. Que la primera actualización vaya a regir recién en 2018 es una de las manchas de la atigrada neo reforma del proyecto de ley.
Este cronista se inhibe de entrar en la minucia técnica de la norma, sobre la que se explayan especialistas de todo pelaje y muchos colegas conocedores en ediciones previas de este diario, tanto como en la actual y en futuras.

Dentro de su zona de competencia, señala que es un enigma saber cuántos contribuyentes pagarán ganancias después de las convenciones colectivas de 2017, que se desgranan durante el año y que están por comenzar lentamente.

La cifra dependerá de los porcentajes de aumentos a negociarse. El Gobierno, corpo friendly por convicción y pertenencia, aspira a que no compensen (no contemplen)  el sablazo inflacionario de 2016. Con toda lógica y razón, los sindicalistas combativos y hasta los auto descriptos como “prudentes” entienden que lo efectivamente perdido debe recuperarse.

Si los sindicatos ganan la pulseada se incrementará el universo de pagadores, paradojas te da la vida.

Es difícil e imperioso especular acerca de si las mejoras (progresivas en conjunto) representarán una mejora en la capacidad adquisitiva de los laburantes. Todo indica que, en promedio, no será así porque la inflación se sostendrá elevada. Pero más aún porque el modelo económico macrista desequilibra la puja distributiva en su contra. Haber torcido su tendencia, sostenida durante los doce años de gestión kirchnerista, es uno de los logros más nítidos del Gobierno que no puede declamarlo porque suena mal ante la tribuna popular.  Pero fue un compromiso de campaña para el establishment que Macri honró con creces.
La CGT reitera su predisposición a defender solo a los trabajadores formales y, dentro de ellos, con más ahínco a los mejor posicionados. Los informales quedan afuera de su radar aunque en este año participó en movilizaciones junto a movimientos sociales. La novedad es valorable pero insuficiente. Un caso extremo fue la postura del triunviro Juan Carlos Schmid, quien rehusó un paro general pero provocó uno de transportes, muy lesivo y notorio, casi dedicado solo a defender la posición de sus representados más directos. Logró el objetivo, despegándose del grueso del movimiento obrero.

Las personas del común posiblemente olviden pronto las jugadas del TEG parlamentario de estas semanas. Estarán más pendientes, en el corto plazo, de qué harán en las fiestas, qué pondrán en la mesa familiar (si puede tenderla), si gozarán de vacaciones y de cómo les fue este año.

En el próximo, con una perspectiva mayor, seguramente votarán en base a datos más tangibles y certeros que la mutante aritmética parlamentaria que entretiene a los iniciados. Tal vez porque opera el milagro-espejismo de un juego en el que “todos” se perciben ganadores. La realidad económica- social es, ay, bien diferente.

Por Mario Wainfeld
Fuente: Página 12