Del laboratorio a la calle

Pensar en “la agenda de los argentinos” es arriesgado porque implica realizar un intento por universalizar la enorme diversidad de consumos culturales que desarrollan los habitantes del país.

Por Pablo Esteban
Pensar en “la agenda de los argentinos” es arriesgado porque implica realizar un intento por universalizar la enorme diversidad de consumos culturales que desarrollan los habitantes del país. Es, en esta línea, desconocer la multiplicidad de prácticas individuales y privadas que constituyen las experiencias mediáticas (y no mediáticas) de cada persona. Por tanto, imaginar “la agenda” como si fuese una única y gran referencia genera el primero de los obstáculos. Como si el menú informativo de los millones y millones de ciudadanos pudiera definirse –únicamente– a partir de los productos generados en los medios de comunicación tradicionales. Sin embargo, si se corre a un lado el juicio sociológico –ese que en la posmodernidad impide la supervivencia de los grandes relatos y desconfía del optimismo de las clasificaciones ambiciosas– es posible plasmar algunas líneas acerca del lugar asignado a la ciencia y a sus protagonistas, los científicos, en el espacio público. ¿A quién le interesa la ciencia? ¿Se debe apuntar a un público cautivo o intentar cautivar a todos? A continuación, se ensayan una serie de puntos que pueden servir para reflexionar al respecto.

1. Para empezar, una respuesta automática que surge como producto de la inercia y de cierto instinto apresurado (aunque positivo): las temáticas científicas (las investigaciones en salud, las innovaciones en el agro y los avance nanotecnológicos, entre otras) presentan una relevancia insoslayable. Ya nadie podrá decir que Argentina puede prescindir de la ciencia, pues el reconocimiento de su importancia ha devenido en un axioma incuestionable en las dinámicas cotidianas. Se trata de un triunfo simbólico que en el futuro deberá materializarse en mejores condiciones de trabajo para los científicos en ejercicio (salarios dignos, infraestructuras e insumos para competir a escala internacional), en nuevas posibilidades para los jóvenes talentos que aún no ingresaron al sistema y, por otra parte, en la multiplicación de los espacios destinados a los procesos de enseñanza y aprendizaje de las ciencias.

2. ¿La ciencia tiene más presencia en la vida cotidiana de los argentinos? Durante la última década, Argentina fue testigo de un proyecto de popularización de las ciencias sin precedentes. Miles de personas han observado valiosos productos televisivos (como Científicos Industria Argentina y Alterados por pi), han visitado infraestructuras de primer nivel internacional dedicadas a la producción y a la circulación del conocimiento (como Tecnópolis), y han leído colecciones de libros enteras dedicadas al campo. Desde aquí, figuras como Adrián Paenza y Diego Golombek –entre tantos– aportaron cuotas significativas de esfuerzo y talento. Y con ellos, un mito ha sido derribado: la popularización del conocimiento no equivale a disminuir la calidad de los mensajes. El público no representa una masa homogénea a la que es necesario brindar contenidos masticados ni análisis superficiales. La aguja hipodérmica ya no pincha como antaño y el esfuerzo de los sociólogos y comunicólogos debe concentrarse en mejores explicaciones. La ciencia tiene sentido si se comunica y los enunciados científicos adquieren cuerpo si los interlocutores que los reciben mantienen el mismo código. Como no es admisible el hermetismo: ¿ciencia para quién? ¡Ciencia para todos!

3. Sin embargo, para que los mensajes científicos sean comunicados sin resignar rigurosidad y precisión, se torna indispensable la elaboración de una perspectiva capaz de quebrar sentidos comunes y desarmar los mitos que componen el edificio histórico de la ciencia. Sobre todo, porque los mensajes que conforman “la agenda de los argentinos” están plagados de ellos. A continuación, algunos ejemplos.

Los científicos son genios encerrados en castillos de marfil. Por el contrario, forman parte de contextos y climas de época, trabajan junto a colegas que los ayudan y, en general, desarrollan trayectorias socioeconómicas que les brindan posibilidades de acción que otros individuos, en condiciones menos favorables, jamás experimentan. A menudo, se resta importancia a la desigualdad en el acceso a estudios de grado y posgrado, indispensables para la formación de los expertos. En definitiva, sus contribuciones son importantes en la medida en que colaboran en el avance y en el progreso de un determinado campo de estudio fundamental para el progreso social.

Los científicos son seres extraños que trabajan en la producción del conocimiento y en la socialización de los beneficios. Todos los prejuicios asociados a sus labores (sus guardapolvos blancos que parecen “tatuados”, su aparente “locura”, sus problemas de empatía, su aburrida personalidad) limitan sus posibilidades de construir identidades tanto hacia el interior como al exterior de la comunidad. Y como si fuera poco, ello deviene en la construcción de una red de prejuicios que nunca se ajusta demasiado a sus realidades.

La ciencia es un campo reservado al trabajo de los hombres. Es indispensable que las luchas de género se promuevan en todos los frentes. En este sentido, como la ciencia constituye un escenario social, no está exenta de tensiones de poder simbólicas. Para que el paisaje científico sea más equilibrado y saludable es muy importante que se democraticen las condiciones de acceso y participación de las mujeres en la ciencia, al tiempo que se distribuyan de una manera más equitativa los cargos jerárquicos en las instituciones del área.

Cada campo científico debe funcionar de manera autónoma. Por el contrario, es posible señalar que las departamentalizaciones obturan las oportunidades de diálogo entre las disciplinas. Tanto la clásica división entre “ciencias básicas y aplicadas”, o bien su fórmula actualizada “ciencias útiles e inútiles”, son segmentaciones nocivas. En contraposición a ello, cualquier trabajo debe sostenerse a partir del aporte de diversos espacios que dotan de complejidad al producto final y habilitan los caminos hacia la transformación social.

Ciencia es sinónimo de conocimiento. Si bien el método científico constituye el abordaje hegemónico que utilizan los seres humanos para poder educarse en el contexto actual, la familia, el barrio, los amigos y los compañeros de trabajo también educan y constituyen ejes no institucionalizados aunque centrales en los procesos de socialización contemporánea.

4. Cualquier análisis sobre la comunicación de mensajes científicos no puede prescindir de una reflexión política. Nadie puede desconocer los reclamos salariales y la representatividad de los 500 científicos que –pese a haber sido recomendados– no ingresaron a Conicet. Después de las movilizaciones, la historia ya no será susceptible de ser narrada de la misma manera. Los obstáculos tienen la ventaja de fortalecer los músculos sociales y sobre todo de sentar precedentes. Se requiere de una articulación planificada entre la dirección que debe adquirir el rumbo científico y las necesidades sociales a lo largo y lo ancho del territorio, y que los medios se hagan eco de esta clase de debates para recuperar voces silenciadas y otorgarles mayor visibilidad.

5. Las temáticas científicas que componen “la agenda de los argentinos” se escogen en virtud de dosis variables de: sentido común, siempre que los grandes medios seleccionan acontecimientos que ya están en la superficie y las reconvierten en hechos noticiables (funcionan como usinas informativas); oportunidad, cuando a un investigador “X” le otorgan un premio de relevancia internacional y, de repente, su tema se ubica como el más importante; coyuntura, cuando algún suceso susceptible de una mirada científica (por ejemplo, la erupción de un volcán) se torna central para una determinada población y los medios se esfuerzan por reflejarlo; y periodicidad, que se descubre en ciertos temas que –sin excepción– emergen durante determinadas épocas del año (los mosquitos o los virus endémicos en verano).

Sin embargo, la selección de ciertas temáticas no hace más que aplacar la comunicación de otras. Las noticias vinculadas a las ciencias sociales pocas veces forman parte de las agendas de los grandes medios. ¿Será que la eterna disputa que sostienen los estudios sociales por pertenecer al campo científico se ve restringida por su falta de circulación en el espacio público? ¿En qué medida los medios de comunicación impiden su avance y reconocimiento en el campo más general de las ciencias?

6. La ciencia está unida a la cultura por intermedio de un cordón umbilical. Es texto y contexto: es comunicación. Herramienta clave para desentrañar falsas concepciones, valoraciones y modos de significación, que permite identificar luchas de sentidos, atravesadas por períodos de dominación y poder; y comprender que la historia del conocimiento, bajo ningún punto de vista, se trata de una narración única. Ello implica el reconocimiento y el estudio preferencial de ciertos pensadores que determinaron el rumbo de la humanidad, pero comprendiendo que todos y cada uno de sus logros fueron posibles gracias al marco que los contenía.

Será vital, en este marco, la edificación de un enfoque que reconozca en la sociedad a su principal interlocutor. De la misma manera que los científicos producen ciencia para mejorar la calidad de vida de las poblaciones, los comunicadores comparten acontecimientos, novedades y fenómenos para democratizar el acceso. Jamás para restringirlo.

Fuente: Página 12