Destino: Tolar Grande: viaje hacia un universo de misterio y color
En medio de la soledad, tierra, sal y cielo se combinan en un escenario de inigualable y exultante belleza.
26/09/2017 TURISMOEn medio de la soledad, tierra, sal y cielo se combinan en un escenario de inigualable y exultante belleza.
Parangonando esa hermosa canción de Armando Tejada Gómez que dice: el viento que se va, no es el que vuelve, podríamos decir que el viajero que va a La Puna no es el mismo cuando vuelve.
Uno vuelve con un bagaje en la retina de incomparables y únicas experiencias visuales.
A pocos kilómetros de la ciudad capital, el viaje por la ruta 51 empieza a mostrar el esplendor de la naturaleza: dejamos atrás verde del Valle de Lerma y, muy cerca, en El Alisal y El Candado asoma la inmensidad de un paisaje de altura que más tarde nos acompañará en una sucesión infinita de formas.
Desde Campo Quijano hasta la estación Chorrillos se transita sobre 23 km de ripio, el resto hasta San Antonio de los Cobres (159 km en total) será un camino de asfalto para disfrutar.
Las estaciones de tren que dieron nombre a incomparables paisajes dentro de la Quebrada del Toro, como Gobernador Solá y Alfarcito, merecen dedicarle un tiempo en este viaje. Ni que hablar de Santa Rosa de Tastil, la antigua ciudad prehispánica que constituye uno de los monumentos arqueológicos más extraordinarios de argentina.
Elogio del viento
«…El viento va de pueblo por la vida/
le amanece muchacho al continente/
escribo al pie del viento,
porque el viento/
no es el viento que va, sino el que vuelve.
En San Antonio hay que aprovisionarse y cargar combustible para seguir por la 51 hasta Cauchari (61 km). A no olvidar que el camino empieza a trepar por las nubes (Alto Chorrillos a 4.560 msnm) y el paisaje juega a las escondidas con sorpresas entre los penitentes cardones: de repente pueden aparecer un rebaño de frágiles vicuñas, una bandada de suris o algunas esquivas perdices del cerro.
Un hilo plateado de agua, serpenteado por unos líquenes y carrizos de un intenso verde, nos acompañará buena parte de los 70 km que nos demandará llegar a la ruta provincial 27, después de dejar atrás el pueblo minero de Olacapato.
El camino irá surcando un territorio de profundo misterio en la soledad de un paisaje lunar hasta llegar a la planicie del Salar de Pocitos, 40 km después del cruce de las rutas.
El camino corre, muchas veces al lado de las vías del C14 con destino a Chile.
Después de atravesar el blanco salar por la Recta de la Paciencia que atraviesa la nada, en Los Colorados empiezan a tomar forma unos desmesurados montículos de tierra que se parecen a unos hornos de barro gigantes en medio de ventanales abiertos en la montaña como pantallas de cine en un escenario natural. Todo esto, antes de llegar al Salar del Diablo.
Las Siete Curvas nos exige más de una panorámica en un “sube y baja” que será la envidia del constructor de alguna montaña rusa mucho más pausada.
Donde el viento acaricia el verde de las tolas, la montaña de a poco va dejando lugar a una meseta increíble que contrasta con el intenso azul del cielo, es ahí, -en el centro de la Puna- donde se levanta el pueblo de Tolar Grande.
Con toda la generosidad y simpleza de su gente
Los macizos andinos se muestran como un marco imponente en una obra de ingeniería de tiempos remotos.
Los volcanes Incahuasi, Guanaquero, Aracar, Salin, Pulares, Arizaro, Socompa, Macón y se muestran en todo su esplendor en las cercanías de Tolar Grande, una estación del ferrocarril que se convirtió en un pequeño poblado de gente de trabajo duro que extiende su mano al viajero con impecable y amable cortesía.
Caminar por las calles en una apacible tarde de otoño, y departir con sus vecinos resulta una experiencia que ya no se olvidará. La singularidad de los anfitriones no tiene par. Y si vamos a compartir una comida en alguno de los comedores será de lo más reconfortante.
Esta travesía andina es un gran viaje en el sentido clásico del término, donde uno sale al encuentro de panoramas desconocidos y de personas con un modo de vida y creencias que tienen muy poco en común con nuestra cotidianidad.
Un volcán sin cráter que se levanta como una pirámide casi perfecta en medio de la planicie de un salar
La excursión increíble que se hace desde Tolar Grande es la que llega al Cono de Arita, una pirámide casi perfecta que se levanta inexplicablemente en medio de la planicie de un salar. En el camino hacia el cono (86 km desde Tolar Grande) se atraviesa el Salar de Arizaro, cuyos 5.500 km2 lo convierten en el tercero más grande del continente. A comienzos del siglo XX se creía que una pirámide tan perfecta sólo podría haber sido construida por el hombre. Pero se trata de un pequeño volcán al que le faltó fuerza para estallar y por eso nunca tuvo cráter ni echó lava. Todo a su alrededor es sal negra sacada a la superficie por antiguas corrientes subterráneas de magma. Los restos arqueológicos encontrados en el cono indican que el lugar fue un centro ceremonial anterior a la llegada de los incas.