Estancias Jesuíticas: un paseo cercano por la historia

Un recorrido por las estancias de Caroya, Jesús María, Santa Catalina, Alta Gracia y La Candelaria. Arquitectura, sistemas productivos e iglesias que se llevan todas las miradas.

Un recorrido por las estancias de Caroya, Jesús María, Santa Catalina, Alta Gracia y La Candelaria. Arquitectura, sistemas productivos e iglesias que se llevan todas las miradas.

«Visitarlas sirve para redescubrir nuestro pasado”, le dice la guía Paulina Sivieri a Voy de Viaje en el patio de la Estancia Jesuítica de Colonia Caroya. Esas palabras despejan el camino para trasladarlo por ruta nacional 9 y espiar la primera de las cinco (hubo una sexta que ya no existe) que levantaron los jesuitas en territorio cordobés. Al centro de la escena hay un aljibe, y en cada una de las piezas que desembocan en una galería de estilo colonial habita un pedazo de historia.

Una misma ruta

En Colonia Caroya se ubica el primer establecimiento rural organizado por la compañía en 1616. Allí los sacerdotes del colegio Monserrat se encargaban de educar y evangelizar, y servía de residencia para las vacaciones de los internos de esa institución. Trabajaban la tierra y se daban maña con la ganadería. Después de ser expulsados los jesuitas, pasó el tiempo y en 1813 la casona se convirtió en la primera fábrica de armas blancas durante la guerra de la Independencia. Cuentan que en 1820 durmió Manuel Belgrano tres meses antes de morir y que cuatro años antes había dejado su estela el general José de San Martín. En 1854 pasó a manos del Estado nacional y un buen día llegaron los primeros 295 inmigrantes que dejaban atrás la guerra y apostaban por una “América prometedora”. Actualmente, la estancia es Monumento Histórico Nacional y Provincial.

No muy lejos de allí se impone la Estancia Jesuítica de Jesús María. Verla aparecer después de trepar un camino empedrado asombra. Para la Compañía de Jesús significó el segundo punto en importancia por su producción vitivinícola. Si todavía sigue ahí, no demore y saque una foto con la imaginación: la iglesia se destaca por su cúpula central y sobreviven restos de molinos. Ya no están las habitaciones donde soñaron indios y esclavos con un mejor destino, aunque sobrevive la estancia organizada sobre un claustro en dos niveles.

En Ascochinga –a 60 kilómetros de Córdoba capital– surge la estancia Santa Catalina. Don Miguel de Ardiles, quien había acompañado a Jerónimo Luis de Cabrera en la fundación de Córdoba, fue el primer dueño de estas tierras. La estancia conserva su arquitectura de los siglos XVII y XVIII. Los jesuitas se arremangaron en 1622 y lo primero que hicieron fue una obra de ingeniería hidráulica para combatir la escasez de agua. La atención, apenas uno la enfrenta, se posa sobre la fachada de dos torres de la iglesia y la estructura de columnas onduladas con un tinte de estilo barroco venido del centro europeo.

Las cabezas de ganado alimentaron la esperanza de sus habitantes y también sirvieron de sustento los telares, la herrería y dos molinos incansables en su época. Recorrer el lugar implica regresar al pasado y dar con los restos del reconocido músico Domingo Zípoli. En el interior de la iglesia, la cúpula y el altar se llevan todas las fotos.

En el corazón de Alta Gracia

A 39 kilómetros de la capital cordobesa, en pleno centro de Alta Gracia, está la estancia que los jesuitas levantaron en 1643. En su construcción sobresalen las paredes de adobe y la presencia del barroco italiano. Su templo pasó a ser la parroquia Nuestra Señora de la Merced y tiene vida propia entre los habitantes actuales.

La escalinata central invita a pasar y, a diferencia de Santa Catalina, acá no hay torres imponentes, sino un jardín en la entrada que combina su verde para darle un aire todavía más natural. Entre sus atractivos está el museo con salas ambientadas con objetos de herrería y los utilizados en la cocina por Santiago Liniers, por lo que también se la conoce como “la casa del virrey”.

Última parada

Situada en el departamento de Cruz del Eje, la estancia La Candelaria es para muchos la más pintoresca. En 1683, la Compañía tomó posesión de ella y se destacaron por la producción de ganado mular destinado al tráfico de bienes con el Alto Perú.

Sin tiempo que perder, edificaron una propiedad con 300 hectáreas. Resisten las ruinas de las rancherías –habitaciones destinadas a los esclavos– y construcciones de acequias, tajamar y molinos. Entre sus características principales está su aspecto cerrado, provisto en torno a un patio central rectangular, uno de cuyos lados es la iglesia.

El breve recorrido por la Estancias Jesuíticas termina y lo devuelve al principio del viaje imaginario. Quedará en usted elegir la ruta y conocerlas de cerca.

Datos útiles

CÓMO LLEGAR: dependerá de cuál se elige para visitar. Para conocer la de Santa Catalina, por ejemplo, hay que partir desde Córdoba y pasar por Salsipuedes, El Manzano y la Granja por ruta E53 hasta llegar a Ascochinga. Hasta allí está todo pavimentado, y desde Ascochinga a Santa Catalina hay 14 kilómetros de ripio.

PASEOS: todas las estancias tienen a disposición visitas guiadas, algunas de ellas con tiendas de suvenires y, en el caso de la estancia La Candelaria, un centro gastronómico para probar platos típicos. Otra posibilidad es iniciar desde Colonia Caroya el recorrido del Camino Real, visitando las postas que unieron el Virreinato del Perú con el Río de la Plata.

MÁS DATOS: información sobre horario de visitas y contactos de todas las estancias en: cordobaturismo.gov.ar/producto/turismo-cultural/horarios-estancias-jesuiticas.

Fuetne: La Voz