Refugiados: la crisis que hace temblar a Europa
Aunque las olas migratorias golpean a Europa desde hace décadas, sobre todo provenientes del África miserable, es recién ahora -cuando la guerra civil en Siria expulsa a millones- que el Viejo Continente afronta una verdadera crisis que resquebraja los cimientos mismos de la Unión.
30/10/2017 EL MUNDOAunque las olas migratorias golpean a Europa desde hace décadas, sobre todo provenientes del África miserable, es recién ahora -cuando la guerra civil en Siria expulsa a millones- que el Viejo Continente afronta una verdadera crisis que resquebraja los cimientos mismos de la Unión.
Pese a los ruegos de Alemania, la mayoría de los países se resiste a recibir a los refugiados y las excusas son siempre las mismas: el gasto excesivo en políticas públicas que significa recibir a esas multitudes, el temor a que la llegada masiva de mano de obra redunde en falta de trabajo y las dificultades de asimilación de culturas tan diversas. Ahora se suma otra razón de peso por la cual algunos países no quieren saber nada con dar amparo: el fantasma del terrorismo.
Los refugiados provienen fundamentalmente de Siria, acorralada por una guerra civil que arrancó en 2011 y que desde 2013 vive la embestida anacrónica y salvaje de las milicias fundamentalistas de Estado Islámico, pero también llegan desde Irak, Afganistán, Somalia, Libia, Eritrea, la República Centroafricana y más países.
Más de 1,3 millones de refugiados llegaron a Europa durante 2015 y la cifra es, sí, apabullante, pero no es nada en relación con los millones de desesperados que se quedan en los territorios vecinos y mucho más pobres como Líbano, Jordania y Turquía.
Un vergonzoso pacto alivia a Europa del acoso de los refugiados
Turquía es un país que se convirtió en una pieza indispensable para que Europa pueda seguir estirando el tiempo en la medida de sus necesidades.
Un controvertido pacto firmado en 2016 compromete a Turquía -que ya alberga a 2,5 millones de refugiados- a absorber a todos los ilegales que lleguen a Europa, a cambio de 6.000 millones de euros, la eliminación de visas para los ciudadanos turcos y el avance del proceso de adhesión a la Unión Europea, un proceso detenido por objeciones de varios países miembros.
Para los organismos humanitarios el acuerdo entre Europa y Turquía es una vergüenza y un lavado de manos, además de ser una violación de los tratados internacionales en la materia. Cuestionan además a Turquía porque no lo consideran un país seguro para refugiados e inmigrantes.
Más allá del acuerdo económico, se trató de «una abdicación de la responsabilidad moral y legal de Europa de brindar protección a quienes la necesitan», según Médicos sin Fronteras. Para algunos analistas políticos, por su parte, se trata de un trueque inmoral. Mientras Turquía siga recibiendo refugiados que Europa se saca de encima, el presidente Recep Tayyip Erdogan podrá continuar con sus políticas represivas y autoritarias porque nadie levantará la voz para reprimirlo ni sancionarlo. Negocios son Negocios.
Europa continúa aislándose con muros y alambradas
Europa, mientras tanto, construye muros, vallas y alambrados que van de Francia a Reino Unido, de Grecia a Turquía, de Macedonia a Grecia, de Eslovenia a Croacia, de Austria a Eslovenia, Croacia y Serbia. Son 1200 kms de puertas cerradas a la desesperación. El circuito es venenoso: hombres y mujeres que salen de sus países de origen a buscar una vida mejor a países en donde el Estado de bienestar aún subsiste.
Para el académico holandés Hein de Haas, de la Universidad de Amsterdam, el mayor problema actualmente en Europa es la incapacidad para entender el fenómeno, ya que hay que pensar en las migraciones como una transformación más de las que trajo la globalización. Y sostiene: si se crean sociedades ricas, abiertas y desregularizadas, esas sociedades inevitablemente atraen inmigrantes.
Hay que entender que hace 25 años que Europa es una fortaleza y que esto fue un fracaso total. La gente sigue llegando igual y el principal resultado ha sido un incremento de las mafias, más sufrimiento para los migrantes y un trágico récord de muertes en las fronteras.
Los especialistas coinciden: hay poquísima evidencia de que la llegada de inmigrantes reduzca las posibilidades laborales, conduzca al desempleo estructural o precarice las condiciones de trabajo porque promueve la baja de salarios (en los casos en que se ha comprobado, la baja es mínima).
Los expertos también coinciden en que si bien en un comienzo los Estados deben desembolsar cifras importantes en el mantenimiento de los refugiados temporales, la educación y la adaptación de los recién llegados (Alemania gasta unos 12.000 euros al año por refugiado), los beneficios económicos existen, aunque pueden tardar en llegar entre tres y diez años, ya que es la incorporación al mercado laboral lo que permite que los inmigrantes comiencen a aportar.
Alemania está a la cabeza de recepción de refugiados en Europa y no todos les dan la bienvenida con la misma convicción que la canciller Angela Merkel, algunos por xenofobia y otros por temor. Si recibir a los refugiados es un deber moral de los países, diseñar estrategias de integración entre poblaciones tan diversas es otro de los deberes clave de las autoridades.
Sí, hay un deber moral a la hora de dar amparo. Pero imaginar un mundo feliz por el solo hecho de recibir a cientos de miles de desesperados en un país próspero sin reflexionar sobre las enormes diferencias entre sociedades laicas y liberales versus sociedades conservadoras y religiosas es disparar hacia adelante en una fuga ciega y peligrosa.
¿Qué es más relevante, el derecho de los refugiados a una vida decente o la dignidad de las mujeres? ¿Qué hay que priorizar en un caso como el de Colonia: las necesidades de quienes huyen del horror en sus países o la integridad de los habitantes locales? ¿Cómo se compatibilizan esos derechos? ¿Está bien estigmatizar a todos los inmigrantes porque algunos de ellos son violentos?