Alcances y futuro de la unidad opositora

Después del resultado favorable de la elección de octubre, Mauricio Macri imaginó un tránsito sin obstáculos para su reelección en el 2019.

Después del resultado favorable de la elección de octubre, Mauricio Macri imaginó un tránsito sin obstáculos para su reelección en el 2019. El peronismo aparecía debilitado y, sobre todo, dividido, y la gran mayoría de los gobernadores –presionados hasta el chantaje– aceptaban la propuesta de pacto fiscal. Con el triunvirato de la CGT el gobierno había llegado a un principio de acuerdo sobre la reforma laboral y a costa de los jubilados –sector disperso y poco organizado para resistir– conseguía los fondos que permitirían a María Eugenia Vidal recorrer el Conurbano profundo con algo más que su sonrisa, buscando debilitar la adhesión al kirchnerismo.

Aunque postergó el tratamiento de la reforma laboral, Cambiemos consiguió la aprobación de las otras propuestas: pese a ello el balance está lejos de ser positivo para el gobierno. Las grandes movilizaciones de las organizaciones sociales y los sindicatos del 13, 14 y 18 de diciembre alcanzaron una participación multitudinaria y los cacerolazos nocturnos no sólo reunieron muchísima gente sino que alcanzaron barrios de la ciudad y el Conurbano que el gobierno había ganado ampliamente. A su vez, en la Cámara de Diputados, la oposición mostró una unidad nunca lograda hasta entonces.

Lo ocurrido refuta la falsa opción entre movilizar en la calle o enfrentar al gobierno en el terreno institucional. Si la unidad fue más fácil de alcanzar esta vez, mucho tuvo que ver la masiva participación callejera y ésta, a su vez, convirtió el acuerdo parlamentario en una señal política que va más allá de la coyuntura. En las grandes jornadas de la historia argentina, la presencia popular en la calle ha sido la clave del cambio de rumbo. Lo sabe el gobierno que reprime y provoca, lo saben las multitudes que en actitud pacífica salieron a manifestar.

No fue totalmente ajeno a estos episodios que marcaron un nuevo momento político, el cambio de las metas de inflación y la curiosa conferencia de prensa en la que los cuatro principales gestores de la política económica trataron de convencernos de que esas metas debían recalibrarse –neologismo con olor a pólvora, tal vez recomendado por la ministra Bullrich– no porque se hubiera fracasado sino porque todo se había hecho muy bien. El alza del dólar  y la difusión de algunos datos alarmantes de la macroeconomía sobre incremento del déficit comercial y de las importaciones agregaron cierto dramatismo a la coyuntura. Nada comparable, de todos modos,  con la ausencia de los 44 tripulantes del submarino a cuyas familias el oficialismo brinda cada vez menos atención.

Aunque el gobierno aún tiene margen para endeudarse, en el futuro se harán más insostenibles las inconsistencias de esta política que nos deja muy expuestos a los cambios en el escenario internacional. Cuando la bicicleta financiera y la deuda externa se transforman en los ejes de la gestión económica, desde Martínez de Hoz pasando por los ‘90, ya sabemos que el resultado no puede ser otro que un país más desigual y menos industrializado. Debilitar la capacidad de movilización de los trabajadores y los movimientos sociales es condición para la viabilidad de esta política. A eso apunta tanto la reforma laboral como el incremento de la represión y un discurso criminalizador de la protesta que si bordea el ridículo por su orfandad jurídica, no es por eso menos inquietante.

Este reciente giro político que fortalece a la oposición, difícil de prever en los días siguientes a la elección, ha activado el imaginario antimacrista con declaraciones, polémicas, reuniones entre parlamentarios y todo tipo de comentarios acerca de las posibilidades de derrotar al gobierno en la elección presidencial y la constitución de un amplio frente político-social para lograr este objetivo. Bienvenida esa proliferación de mensajes, porque nos está mostrando que el 2019 aparece ahora como un objetivo posible. A esta altura de las cosas, se puede afirmar que no somos pocos los kirchneristas que defendemos esa necesaria unidad y pensamos que la división del peronismo en la próxima elección sería claramente perjudicial y aseguraría una victoria del actual gobierno con la consiguiente posibilidad de consolidación de su proyecto.

Sin embargo, otras voces cuestionan todo acercamiento haciendo hincapié en la cantidad de dirigentes peronistas que apoyaron a Cambiemos en el Parlamento o tuvieron actitudes conciliadoras con el gobierno. Frente a este argumento suele sostenerse que un objetivo tan importante como la derrota del macrismo bien justifica tragarse algunos sapos. Pero quizás  no sea este el mejor camino de discusión porque si empezamos por hacer referencia a los sapos, estos pueden ser tan grandes e indigeribles que desalienten cualquier propuesta. Quizás la discusión debería partir de otras premisas, definir un camino de profundización de los acuerdos logrados para enfrentar las políticas del macrismo y apoyarse en las organizaciones de trabajadores y los movimientos sociales cuya movilización generó las condiciones para el acuerdo opositor.

Como la unidad se postula sobre la base del rechazo a la política oficial, quedan naturalmente excluidos quienes apoyan activamente esa política y pretenderán, muy probablemente, llegar a la elección con un PJ complaciente que ocupe el espacio de una falsa oposición. En ese sentido, plantear la exclusión del kirchnerismo fortalecería la posición del gobierno, impidiendo un acuerdo opositor más amplio. Desbaratar estas maniobras, aislar a quienes están comprometidos con el proyecto macrista, requiere una gran amplitud en la convocatoria para construir el frente opositor. Esto supone, naturalmente, la reivindicación de la tradición nacional y popular del peronismo y convocar también a los sectores que siguieron al kirchnerismo desde otras tradiciones políticas, como los radicales que rechacen la actual degradación, los sectores de izquierda  y todos los que quieran sumarse a este llamado.

Es sabido que la cuestión central en todo frente es la referida a la hegemonía. El peronismo tiene experiencias en esta materia que no pueden hoy generalizarse. Muchas veces como ocurrió durante los gobiernos kirchneristas los frentes electorales eran convocados desde el poder y nadie discutía la preeminencia de quien formulaba la convocatoria. No fue tan distinto el caso de 1973, porque, si bien el peronismo no gobernaba antes de la elección del 11 de marzo, ejercía un poder de convocatoria indiscutido: después del retorno de Perón, en noviembre de 1972, resultaba evidente que el próximo presidente sería peronista.

La dificultad para construir el Frente en este caso es que ninguno de los participantes puede afirmar a priori su hegemonía. Algunas fuerzas porque no han alcanzado aún un suficiente caudal de convocatoria  y en cuanto al kirchnerismo, que cuenta con la principal figura opositora, una importante militancia y una adhesión en votos también significativa, necesita para derrotar al macrismo atraer a muchos de los que abandonaron las tiendas en 2013 y, además, generar algo nuevo (como señaló Cristina Kirchner en abril del 2016 en su discurso de Comodoro Py). Todo ello difícilmente se logre si la convocatoria se hace en nombre de la subordinación al kirchnerismo

El nuevo Frente debe ser visto como el espacio de construcción de una nueva hegemonía donde pesarán, naturalmente, los dirigentes y agrupamientos actuales, pero aparecerán también espacios y figuras nuevas como ha ocurrido en todas las situaciones críticas para el movimiento popular argentino. Habrá que trascender los límites partidarios, instalar un diálogo, o, muchos, con los sindicalistas y las organizaciones sociales que se movilizan y con los empresarios pyme, convocar a todos los sectores de la educación, la ciencia y la cultura, escuchar a los organismos de derechos humanos tantas veces ninguneados, apoyar los reclamos de la Convocatoria “Ni una menos” y atender las demandas de los pueblos originarios, enfrentadas hoy con la violencia que ejemplifica las muertes de Rafael Nahuel y Santiago Maldonado. Así, avanzando en una agenda común,  se ganará credibilidad para construir la alternativa.

¿Cuál puede ser el programa de un Frente como el que postulamos? Pensado como una creación colectiva, no puede plantearse más que algunos ejes. En principio, la vuelta atrás de todo lo que desde diciembre del 2015 ha significado restricción de derechos y libertades públicas, vulneración de conquistas sociales, transferencia de ingresos a los grupos más concentrados y retroceso en los desarrollos científico-tecnológicos que sustentaban un desarrollo autónomo. Será necesario también discutir –dando prioridad a la mirada hacia adelante– la experiencia de los años kirchneristas para recuperar de allí lo más importante, lo que sigue siendo la base de todo programa nacional y popular.

Con el manifiesto propósito de convertir a la Argentina en el reino de la especulación, sucesivas decisiones del actual gobierno eliminaron tanto el plazo mínimo de permanencia para las colocaciones de capitales externos como toda obligación de liquidar en el país las divisas obtenidas por los exportadores. Es imprescindible terminar con estas medidas y, también con la apertura indiscriminada a las importaciones que afecta seriamente la producción nacional y el empleo.

Otras decisiones oficiales, como la que promueve la descapitalización del Banco Nación, parecen anunciar nuevas privatizaciones que será necesario denunciar e impedir. Terminando con la actual orientación que pone al sector público al servicio de los grandes capitales, habrá que recuperar un Estado activo al servicio del crecimiento y la justicia social. En este camino es imprescindible la derogación de la reforma que redujo ingresos de los jubilados y beneficiarios de planes asistenciales y asegurar el funcionamiento sin topes ni restricciones de las negociaciones paritarias.

Frente al espectáculo de un Poder Judicial hoy instrumentado hasta el punto del encarcelamiento sin condena de Milagro Sala y de todos aquellos opositores que son señalados por el Ejecutivo y justiciados por TV, serán necesarios los acuerdos para terminar con esas situaciones aberrantes y avanzar en un camino de mayor independencia de la Justicia.

Habrá que ir pensando también en la necesidad de fijar criterios sobre el financiamiento de la actividad política que no faciliten la colusión con los grandes intereses, sancionar la vinculación estrecha de los altos funcionarios con los grupos monopólicos que en este gobierno de los CEO alcanza niveles de escándalo y establecer un control más estricto sobre las grandes licitaciones de obra pública y otros modos de corrupción instalados desde hace décadas en la gestión gubernamental.

El neoliberalismo que hoy conocemos es una visión de la sociedad y el mundo que todo lo convierte en mercancía. Desde la educación y la salud pública, la vida social, el deporte, hasta la misma gestión del Estado, todo debe girar en torno a la racionalidad de la competencia y el mercado. Cuando ya comienza a advertirse la capacidad de destrucción del tejido social e institucional de estas políticas, sus efectos negativos sobre las condiciones de vida de los más necesitados, llega la reacción de un pueblo que no olvida sus mejores tradiciones y quiere recuperar la autonomía de una nación que mire al mundo desde su integración sudamericana. Este es el proceso que hoy, afortunadamente, se alienta desde las instancias más variadas para enfrentar a una propuesta cuya irremediable tendencia a la banalización ya no sirve para ocultar cuan minoritarios son los poderosos intereses a los que su política sirve.

Como en toda gran emergencia nacional, firmeza para aguantar lo que se viene y amplitud para dialogar con todos los que se sientan convocados.

Por Eduardo Jozami

* Participación Popular.

Fuente: Pagina 12