Haddad crece a pesar de todos los microgolpes
El ex intendente petista de San Pablo necesita tornarse más conocido entre los 147 millones de ciudadanos habilitados para sufragar en la primera vuelta que se realizará dentro de 14 días, o en el posible ballottage del 28 de octubre.
24/09/2018 EL MUNDOEl ex intendente petista de San Pablo necesita tornarse más conocido entre los 147 millones de ciudadanos habilitados para sufragar en la primera vuelta que se realizará dentro de 14 días, o en el posible ballottage del 28 de octubre.
Fernando Haddad ante el fantasma de los microgolpes. Proclamado hace sólo doce días con la bendición de Luiz Inácio Lula da Silva, el candidato del Partido de los Trabajadores (PT) tuvo un crecimiento pronunciado en las encuestas. Tanto en lo que respecta a los números inmediatos como en la proyección de votos. Haddad avanzó en todos los sondeos ubicándose detrás del militar retirado (ma non troppo) Jair Bolsonaro, primero con entre el 26 y 28 por ciento de respaldo.
La agencia Ibope mostró que el petista saltó del 9 al 19 por ciento en los primeros días como candidato mientras Datafolha indicó un avance del 9 al 16 por ciento en el mismo lapso. Esta última empresa de medición de opinión pública detectó un dato cualitativo preocupante para el cuartel general bolsonarista: el 33 por ciento respondió que votará sin dudarlo a quien sea patrocinado por Lula y 16 por ciento dijo que posiblemente opte por el heredero del político preso en Curitiba.
En otras palabras: Haddad tiene alrededor del 19 por ciento de apoyo actual y puede trepar al 49. Claro que para alcanzar ese guarismo tendrá que recorrer el país contra reloj. Ocurre que el ex intendente petista de San Pablo necesita tornarse más conocido entre los 147 millones de ciudadanos habilitados para sufragar en la primera vuelta que se realizará dentro de 14 días, o en el posible balotaje del 28 de octubre. Es una tarea que requiere de una campaña redoblada pero es una meta factible dado que Lula ya le transfirió millones de votos a Dilma Rousseff en las presidenciales de 2010 y 2014, y al propio Haddad en los comicios paulistas de 2012.
El ex mandatario fue impugnado por el Tribunal Superior Electoral a principios de septiembre, cuando su popularidad rozaba el 40 por ciento duplicando la de Bolsonaro. En esos días el comandante del Ejército, general Eduardo Villas Boas, concedió una larga entrevista de corte político al diario Estado de Sao Paulo para poner en conocimiento de la opinión pública, y también de los jueces, que los militares no aceptarían una victoria de Lula. Ese pronunciamiento fue el segundo microgolpe del jefe castrense, después de que en abril hubiera recomendado al Supremo Tribunal Federal rechazar un hábeas corpus al jefe petista que pocos días más tarde sería encerrado en la Superintendencia de la Policía Federal curitibana. Estas conjuras en baja escala ocurrieron antes y después del derrocamiento de Rousseff en agosto de 2016. Son movimientos colaterales más o menos visibles para el gran público.
Después de la deposición de la expresidenta estas operaciones intentaron inviabilizar el retorno de Lula y estuvieron a cargo principalmente de jueces y fiscales. Como la prisión en Curitiba no logró sepultarlo políticamente ni acabarlo electoralmente vinieron otras maniobras para impedirle hacer campaña. En la fase actual de esa guerra de baja intensidad el blanco es Fernando Haddad.
En la entrevista citada arriba el general en actividad Villas Boas también expresó, entrelíneas, su veto al recién lanzado candidato petista. Posteriormente el general en retiro Hamilton Mourao, dueño de un estilo algo brutal, ajeno al lenguaje elíptico, defendió un “autogolpe” y la formación a dedo una comisión redactora de una nueva Constitución sin la participación de la ciudadanía. Vale decir, amenazó con derrocar a las autoridades civiles e instaurar un nuevo régimen post-democrático con otra Carta Magna.
Mourao, que también alentó el envío de tropas brasileñas a Venezuela, es el candidato a vicepresidente de la fórmula encabezada por Bolsonaro que ayer cumplió su décimo sexto día internado en el Hospital Albert Einstein de San Pablo, donde la semana pasada fue operado por segunda vez de urgencia debido a las heridas sufridas al ser apuñalado durante un acto de campaña.
El atacante es Adelio Bispo de Oliveira, preso in fraganti, y alojado en una cárcel de máxima seguridad federal de Mato Grosso do Sul.
Las primeras averiguaciones policiales indicaron que actuó en solitario, pero curiosamente la investigación fue prorrogada por 15 días junto con presiones del bolsonarismo, que defiende la hipótesis de que la agresión fue obra de una organización política de izquierda. Nadie se sorprenderá si el preso acaba por confesar que actuó siguiendo órdenes de alguien ligado al PT o al propio Haddad. Si así fuera sería otro ejemplo de un supuesto microgolpe.
En el hospital de San Pablo funciona el comando de campaña de Bolsonaro frecuentado por sus hijos, que también son candidatos, por dipu-policías y militares de alto rango en retiro o actividad. El referente de la ultraderecha fue visitado recientemente por los generales Augusto Heleno y Santos Cruz. Si bien el capitán dejó el Ejército hace décadas, mantiene vivos sus vínculos informales con los militares. Así como la defensa de las reivindicaciones corporativas de los uniformados (por ejemplo jubilaciones privilegiadas) y la exaltación de banderas históricas entre las que sobresalen la apología de la dictadura, a la que llaman “Revolución”, y la reivindicación del terrorismo de Estado.
En 2016 Bolsonaro, el diputado más votado de Río de Janeiro, se pronunció por el derrocamiento de Dilma haciendo un homenaje a uno de los responsables de la represión, el fallecido coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, jefe de la policía política en San Pablo en los años 70.
Por todo lo anterior el aspirante presidencial puede ser considerado como exponente de una suerte de partido militar. Y al igual que algunos generales el candidato dejó entrever su respaldo a una salida militar si Haddad fuera el vencedor, alegando que está en marcha un “fraude” a través de las urnas presuntamente controladas por petistas infiltrados. Por cierto es una afirmación desvinculada de la realidad pero seguramente considerada verdadera por los millones de seguidores del capitán-candidato de discurso simplificador con resonancias evangélicas.
Estos arrebatos verbales operan como advertencias para intimidar a los electores indecisos o microgolpes para disciplinar a grupos de interés que en su hora celebraron la caída de Dilma y ahora se espantan ante el fenómeno político-militar-cultural encarnado en el bolsonarismo. Incluso sectores del mercado tradicionalmente fóbicos del PT estarían asimilando la posibilidad de una victoria de Haddad, al que ven como un político de centroizquierda permeable a ciertas exigencias del poder financiero.
Tal vez esta hipotética admisión de una parte (no se sabe su tamaño) del mercado a la figura de Haddad ayude a explicar por qué la semana pasada el dólar acumuló una baja del 2,86 por ciento, la más pronunciada desde 2017. Este movimiento cambiario en ningún modo significa que la banca le bajó el pulgar a Bolsonaro. Todo indica que el candidato internado en San Pablo es el preferido del capital.
Sólo se trata de un dato que merece registro, al que se puede sumar la portada de la revista británica The Economist que catalogó a Bolsonaro como una “amenaza” para América Latina. Ese semanario liberal, posiblemente el más influyente entre los ejecutivos de multinacionales, en 2010 hizo una tapa dedicada al crecimiento económico del Brasil del último año del gobierno lulista con el Cristo Redentor de Río de Janeiro despegando del cerro Corcovado como si fuera un cohete.