Actor de reparto que no logra lucirse
En los últimos años se diluyó la estrategia de los emergentes para reformar la arquitectura financiera internacional, equilibrar el sistema multilateral de comercio o luchar contra las guaridas fiscales. Argentina apuesta a ser un “mediador confiable”.
26/11/2018 El PaísEn los últimos años se diluyó la estrategia de los emergentes para reformar la arquitectura financiera internacional, equilibrar el sistema multilateral de comercio o luchar contra las guaridas fiscales. Argentina apuesta a ser un “mediador confiable”.
Estrategia equivocada
Por Juan Manuel Padín *
La Presidencia argentina del G-20 representa un enorme desafío teniendo en cuenta las disputas existentes entre los principales países del planeta –con Estados Unidos a la cabeza– respecto al curso que debería tomar la economía mundial. Se trata de una de las sillas más valiosas que ocupa el país en la arena internacional en tanto le permite influir en puntos nodales de la agenda global. El G-20, cabe recordar, es un foro en el cual las potencias, junto a otros Estados con cierta relevancia regional, coordinan posiciones políticas, económicas y financieras. Entre sus miembros se encuentran la Unión Europea (como bloque) y 19 países donde se destacan, en primer lugar, Estados Unidos, China, Alemania, Reino Unido, Japón, India, Rusia, Francia, Italia, y Canadá; y, en segundo lugar, otros países con menor peso relativo como Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Corea del Sur, Indonesia, México, Sudáfrica y Turquía. En conjunto, estas economías representan el 85 por ciento del producto bruto global y el 75 por ciento del comercio internacional; aunque, en realidad, es el primer grupo mencionado quien explica, mayoritariamente, esta participación.
Los cambios que se produjeron en el plano nacional y regional en los últimos años, lamentablemente, redujeron la capacidad del país de incidir en la agenda del G-20. A nivel nacional, la Argentina incrementó su dependencia: la Alianza Cambiemos no sólo delegó parte sustancial de la política económica en el staff del FMI; también impulsó un esquema de inserción con una visión aperturista sin frutos a la vista, que incluyó la renuncia a potenciar nuestra voz a partir de una política de articulación regional. En este marco, los tres ejes de la Presidencia argentina del G-20 (El futuro del trabajo, Infraestructura para el desarrollo, y un futuro alimentario sostenible) resultan un reflejo irónico de nuestra situación actual. En términos regionales la situación no es mejor. Es evidente que la alianza estratégica entre la Argentina y Brasil es parte del pasado. Los cambios políticos en ambos países quebraron el impulso a la integración como eje estructurador de la política exterior, y dieron paso a la implementación de políticas de desregulación y liberalización comercial y financiera. En igual sentido, se diluyó la articulación de posiciones con otros países emergentes para, entre otras cuestiones vitales, reformar la arquitectura financiera internacional, equilibrar el sistema multilateral de comercio, o luchar contra las guaridas fiscales.
Es en este escenario, signado por la pérdida del poder de decisión sobre la política económica y sin soporte regional, que la Argentina preside el G-20. A esto debemos adicionar, como complemento, la crítica coyuntura global donde ya no es ninguna novedad que hay un malestar creciente producto del avance de la globalización neoliberal, comandada por el capital financiero y los principales grupos multinacionales. Esta condujo al planeta a un combo explosivo –y no sustentable ambientalmente–, azuzado por la creciente desigualdad y la fragilidad en la que se encuentran millones de personas, en un mundo donde las redes de protección social se fueron licuando (allí donde existían); y el auge de China resquebrajó el dominio económico de Estados Unidos, al tiempo que puso en aprietos a ramas enteras de producción a escala global y a una amplia gama de empleos, también bajo amenaza ante la irrupción de nuevas tecnologías.
En este contexto, el rol de “mediador confiable” entre las potencias que intenta jugar el macrismo, facilitando acuerdos desde una posición subordinada, es un camino sin beneficios ostensibles, atento a que el rediseño de las reglas que rigen la economía internacional tiene un valor estratégico para el país ya que puede ofrecer un marco (más o menos) propicio para impulsar el desarrollo. Construir una voz regional que resguarde esta posibilidad contemplando nuestros intereses constituirá una acción ineludible a futuro. En esta oportunidad, esto no será posible.
* Doctorando-Universidad Nacional de Quilmes.
Las viejas recetas
Por Luciana Ghiotto *
El Grupo de los 20 (G-20) nació en 1999 como espacio informal de coordinación entre los ministros de finanzas para hacer frente a las recurrentes crisis financieras a las que nos acostumbró el capitalismo en las últimas décadas. Tras la crisis económica y financiera en 2008, el G-20 se presentó a sí mismo como el principal foro internacional para la cooperación económica, financiera y política e incorporó a varios de los países aliados de Estados Unidos, como Arabia Saudita, y a los países emergentes como China, Brasil e India. En el contexto de la crisis de los ámbitos multilaterales como la Organización Mundial de Comercio (OMC), el G-20 se convirtió en un foro “atrapa todo”: aborda no solamente temas financieros, sino también cuestiones correspondientes a la transición energética, el cambio climático, empleo y educación, salud, agricultura, temas de género, la economía digital, comercio e inversiones, corrupción y desarrollo.
Este año, con la realización de la cumbre en Argentina, el gobierno nacional sostiene que la llegada del G-20 pondrá “las necesidades de la gente en primer plano” y buscará un “consenso para un desarrollo equitativo y sostenible”. Sin embargo, trascendió la cifra de 200 millones de dólares como la suma que el país ha desembolsado para la organización de todas las reuniones de los grupos de afinidad de G-20 durante todo el año, de lo cual más de la mitad ha sido destinado a la compra de equipamiento para las fuerzas de seguridad. Se adquirieron aviones, helicópteros, radares, armas y otros dispositivos con el fin de reprimir “disturbios”. Todo este material quedará en la Argentina luego del G-20, al igual que las instalaciones para garantizar la ‘ciberseguridad’ a través del espionaje virtual. Sabemos también que va a haber más de 20.000 policías de todas las fuerzas de seguridad en la Capital Federal durante la cumbre de los líderes. Todo este despliegue de seguridad parece estar lejos del término “consenso” que pregona el gobierno.
Más allá de lo que pase en las calles, podemos aquí vaticinar con fundamentos que puertas adentro nada relevante va a suceder. Más allá de reuniones bilaterales que ocurran durante sus 2 días de reunión, el G-20 no va a llegar a ninguna decisión relevante para enfrentar el cambio climático ni las crisis financieras ni los desafíos del “trabajo del futuro”. La realidad es que el G-20 como foro político no tiene la capacidad de revertir el auge del capital financiero ni puede restituir a Estados Unidos como el núcleo de la acumulación global de capital, hoy ubicado en torno a China. Los mega-proyectos de infraestructura de la nueva “ruta de la seda” se convirtieron en la fuerza centrípeta para un capital global disponible que no logra una tasa de ganancia similar en ningún país de occidente. Alcanza mirar los millonarios negocios que hacen con ese proyecto empresas como la alemana Siemens o la norteamericana LG.
Y mientras tanto, el G-20 intenta enfrentar la turbulencia capitalista global a partir de recetar medidas de corte neoliberal que ya han probado ser inservibles para traer bienestar a los pueblos, y que, por el contrario, han aumentado la desconfianza de las sociedades sobre los supuestos beneficios de la democracia como régimen político. Entonces, el problema del G-20 no es ni Macri ni Temer, ni siquiera Trump: el problema del G-20 es intentar cocinar una torta diferente con los mismos ingredientes. En esta receta siguen siendo centrales el Fondo Monetario Internacional (FMI), las políticas de libre comercio, la protección incondicional de las inversiones extranjeras, las reformas estructurales demandadas por los sectores dominantes, entre otros. El único modo de revertir las políticas del G-20 es construyendo una subjetividad diferente que pueda disputar otro orden social, político, económico y cultural. Esto supone un programa radicalmente diferente a la existencia de este foro, que ponga en primer lugar el Otro Mundo Posible, urgente y necesario.
* Investigadora de Conicet/Unsam. Miembro de ATTAC Argentina y de la Confluencia Fuera G-20-FMI.