Abrieron una cocina comunitaria y los sábados reparten 200 almuerzos

Son operarios del Swift de Villa Gobernador Gálvez y tomaron la iniciativa tras jugar un picadito de fútbol. Instalaron la cocina en la vecinal Intendente Andreu.

Son operarios del Swift de Villa Gobernador Gálvez y tomaron la iniciativa tras jugar un picadito de fútbol. Instalaron la cocina en la vecinal Intendente Andreu.

César Duré tiene 34 años. Todos los viernes termina a las 23.20 su jornada laboral en la sección Picado del Frigorígico Swift. Y a las 6.30 de cada sábado ya está arriba, coordinando lo que en un momento fue el sueño en un picadito de fútbol y hoy es una realidad: desde que comenzó a funcionar, la cocina comunitaria y solidaria «Juntos podemos» sirve todos los sábados alrededor de 200 almuerzos a gente de la zona, y colabora con copa de leche, pan y facturas para las meriendas.

La idea surgió en esos momentos en que la gente se distiende y se forjan los lazos de amistad: en pleno descanso en medio de un partido de fútbol entre compañeros de trabajo, un «producto cultural» argentino por excelencia.

Todos formaban parte del mismo sector de la empresa de Villa Gobernador Gálvez. En medio de la charla, alguien dijo por qué no hacer algo para ayudar a los que menos tienen, en medio de una pandemia que ya se había declarado. Otro propuso un comedor, y así fue tomando forma la idea.

César propuso poner a disposición un salón grande y una cocina que tiene su suegra, pero a medida que la idea tomaba forma, alguien con más experiencia les sugirió con buen tino que buscaran un espacio de contención institucional.

Entonces comenzaron a trabajar en la vecinal Intendente Andreu, a unas diez cuadras del frigorífico.

El grupo comenzó con unos 30 operarios. El compromiso se fue diversificando pero nadie dejó de colaborar. Si bien hoy son 7 los que trabajan en el comedor, los originarios mantuvieron el compromiso de colaboración. «Todas las semanas cada muchacho pone algo de su bolsillo para comprar los insumos. Y se agregaron más: Carlitos Mendoza, de panadería La Familia, nos da 15 kilos de pan, además de facturas para las meriendas. Y la verdulería Antonio nos trae todos los sábados verduras para poder cocinar», cuenta César, con emoción. «Digo esto y se me pone la piel de gallina», confiesa.

Como en muchas otras iniciativas de este tipo, quienes las llevan adelante aseguran que el que más da es el que menos tiene. Por eso el eslógan: «Una olla popular sólo molesta al que nunca tuvo hambre».

Los mismos empleados tienen vales en la empresa donde trabajan para retirar alimentos. Y suelen aprovecharlos para llevar salchichas y otros productos que les permiten preparar platos más elaborados. También Gustavo Navarro ofreció una semana mondongo para preparar ese plato.

Si sobran raciones, las llevan al comedor La Ribera.

«Todo es a pulmón, Hacemos 200 raciones que entregamos al mediodía. La gente viene con las viandas y se las lleva. Y pasadas las 15, caen con los termos para llevar la merienda, que siempre entregamos con algo sólido, pan o facturas», comenta César. Y abunda: «En esto trabajamos mi cuñado, mis hermanos, la gente de la verdulería y compañeros de trabajo».

César es el encargado de las llaves de la vecinal. Trabaja de lunes a viernes de 13.30 a 23.20. Y a la mañana abre el local donde enseguida empiezan los trabajos.

El más «viejo» del grupo, Walter Fleitas, que cocina, tiene 47 años. Y Matías Arocha, que puso su juventud a disposición del grupo, apenas cuenta con 21. «No falta nunca Matías», jura César, que tiene 34. Y no se olvida de Manuel Gómez, Milton Gorosito, Richard Gómez, Johnatan Tassone, ni de Susana, Beatriz, y Roxana, de la vecinal.

César asegura que la movida es absolutamente solidaria y con un fin social, que no reciben aportes gubernamentales ni de grandes empresas. Y que, cuando se dé el momento, cuando vean que la misión haya estado cumplida, pondrán un cartel que diga «hasta aquí llegamos».

Fuente: La Capital