Alerta sobre la depredación del planeta desde la mirada de una etnia del Amazonas

"La floresta está viva. Sólo morirá si los blancos insisten en destruirla" dice el chamán brasileño Davi Kopemawa desde la sabiduría ancestral de los indígenas yanomami, algo que se traduce en "El espíritu de la floresta"

«La floresta está viva. Sólo morirá si los blancos insisten en destruirla» dice el chamán brasileño Davi Kopemawa desde la sabiduría ancestral de los indígenas yanomami, algo que se traduce en «El espíritu de la floresta», un libro que ofrece una obra sobre cosmovisiones y choques culturales

“La floresta está viva. Sólo morirá si los blancos insisten en destruirla” asevera el chamán brasileño Davi Kopemawa desde la sabiduría ancestral de los indígenas yanomami del Amazonas, algo que se traduce en en el libro El espíritu de la floresta, la segunda entrega de la serie Pluriversos de Eterna Cadencia que ofrece una obra sobre cosmovisiones y choques culturales escrita a cuatro manos junto al antropólogo francés Bruce Albert.

El libro desarrolla el pensamiento y cosmovisión del pueblo Yanomami a partir del diálogo y la amistad surgida desde finales de la década de 1970 cuando el antropólogo francés Bruce Albert conoció a ese colectivo de cazadores-agricultores y a su actual líder y chamán, Davi Kopenawa, nacido hacia 1956 en la comunidad de Mõra mahi araopë (región del río Toototobi) en el extremo norte del Amazonas.

“Es posible que ustedes hayan oído hablar de nosotros. Sin embargo, no saben quiénes somos realmente. Eso no es bueno. No conocen nuestra floresta ni nuestras casas. No entienden nuestras palabras. Así que es posible que acabemos muriendo sin que lo sepan”, dice Kopenawa en el libro editado por Eterna Cadencia.
La actualidad del texto resume 20 años de testimonios, síntesis y recorridos compartidos entre los autores –y sus 45 años de amistad–, que contrasta e interpela desde la cosmovisión yanomami los estragos de la deforestación del Amazonas intensificada durante el gobierno de Jair Bolsonaro (2019-2022), así como la minería ilegal y contaminación de agua y suelo, entre otros males. Los grandes fuegos generados intencionalmente para arrasar el bosque tropical y destinar esas superficies a la explotación ganadera y cultivos, traen aparejados además las enfermedades llevadas por el hombre blanco –gripe, sarampión, tos convulsa, malaria– que desde los primeros contactos diezmaron a los pueblos y hoy continúan con una renovada fiebre del oro de los garimpeiros, como se conoce a los buscadores ilegales de minerales.

Una actividad que más allá de las acciones gubernamentales para frenar la actividad ilícita del año pasado, provocó que el 20 de enero el actual presidente Luiz Inácio “Lula” da Silva declarara el estado de emergencia ante la crisis sanitaria y de seguridad desatada por la minería ilegal.

“Quiero alertar a los blancos antes de que acaben arrancando del suelo hasta las raíces del cielo”, dice Kopenawa citado por Albert desde el texto previo y más extenso escrito por ambos, “A queda do ceu”.

“El espíritu de la floresta es uno de esos libros urgentes e indispensables que insta a comprender al otro en vez de aniquilarlo,propone desde el prefacio Emanuele Coccia. Son testimonios reunidos “de uno de los pueblos indígenas más emblemáticos de la región amazónica: una interpelación a explorar una salida alternativa a la devastación, la explotación, la violencia”.

El libro habilita un modo de abordar y traducir sin traicionar esta cosmovisión que enseña otro modo de vida, opuesta a la del “hombre mercancía” como define Kopenawa al hombre blanco y su “locura depredadora” en palabras de Bruce, en referencia a la penetración que comenzó en la floresta amazónica hace unos cien años, un proceso intensificado hacia 1970 con la idea de una carretera para integrar la Amazonia.

Términos como crisis climática, minería ilegal, ganadería y agricultura extensiva, quema y tala de la foresta, más las enfermedades como el sarampión que se llevó puesto a muchos en décadas previas, o las enfermedades respiratorias como la gripe y el corolario de la pandemia desatada en 2020, son un destino cada vez más compartido entre los yanomami y el “hombre blanco”. Una convergencia que alcanza a todas las etnias humanas a partir de la enfermedad por coronavirus (covid-19), equiparando un destino de aniquilación cada vez más cercano.

La etnia vive en Brasil en un geografía delimitada por el Estado brasileño desde 1992 como “Tierra Indígena Yanomami”, en respuesta a una lucha larga en defensa y preservación del pueblo amazónico impulsada por la Comisión Pro Yanomami fundada en 1978 por Kopenawa, Bruce, Andujar y Carlo Zacquini. Sin perder de vista esta institucionalidad necesaria, en la tierra-foresta-mundo o “urihi a” como la llaman los yanomami, el hombre es parte de la biodiversidad junto con espíritus y lenguas profusas que se llenan de onomatopeyas y llamados interespecies: es una tierra donde los chamanes protegen a los seres (humanos y no-humanos) de la enfermedad, buscando no extinguirse.

Una tierra donde se sueña, un poco en sintonía con Ailton de los Krenak, otro de los pueblos indígenas de Brasil, que invita a no dejar de soñar porque el tiempo del sueño es una continuidad de la vida (diurna), donde las imágenes cobran una fuerza que no alcanzan “las palabras dibujadas” (la escritura) del hombre blanco.

En el capítulo “Soñar lejos”, Kopenawa dice que para aprender a ver a los espíritus de la floresta, ver las imágenes –que están relacionadas con sus antepasados e historia– a las que se llega mediante el uso de un polvo psicotrópico (yãkoana) extraído de la resina de la corteza de un árbol, “se tarda tanto como los blancos en aprender a dibujar el sonido de sus palabras”. Crítico, afirma más adelante el líder de la comunidad que “los blancos dibujan las líneas de sus palabras porque su pensamiento está lleno de olvido”.

La tierra indígena Yanomami es la mayor reserva indígena de Brasil en la que viven unos 29 mil y se ubica entre el estado de Amazonas y Roraima, siendo alrededor de 54 mil las personas que forman parte de la etnia distribuidas en un territorio de unos 220 mil km2 de floresta tropical situado a ambos lados de la frontera entre Brasil y Venezuela.

Los que viven en el extremo norte de la Amazonia brasileña conforman 366 grupos locales diseminados en los afluentes de los principales cauces de la margen derecha del río Branco, en el oeste del estado de Roraima, y de la margen izquierda del río Negro, en el norte del Amazonas, de 96 650 km2.

“Este territorio está hoy devastado por una invasión masiva de mineros ilegales que no ha dejado de crecer, sometiendo a más de la mitad de la población yanomami a graves problemas de salud, violencia y explotación sexual, inseguridad alimentaria y degradación social. En octubre de 2018, 1236 hectáreas de floresta ya habían sido destruidas por la actividad minera ilegal. En septiembre de 2022, esta cifra casi se había cuadruplicado, alcanzando más de 4500 hectáreas”, señala Albert.

Pero sobre todo, se debe tener en cuenta que la floresta amazónica extendida por nueve países latinoamericanos alberga la mayor parte de biodiversidad conocida y está habitada por lo menos desde hace 11 mil años, muy lejos de ser una floresta virgen.

Fuente: El Ciudadano