Algo que vuelva a entusiasmar
El Presidente confirmó que habrá un bono y no una suma fija, hacia fin de año, para asistir a trabajadores registrados frente a la escalada inflacionaria. Se trata de una decisión que la vicepresidenta no comparte y, por lo que trasciende, el ministro de Economía tampoco.
16/11/2022 OPINIÓNEl Presidente confirmó que habrá un bono y no una suma fija, hacia fin de año, para asistir a trabajadores registrados frente a la escalada inflacionaria. Se trata de una decisión que la vicepresidenta no comparte y, por lo que trasciende, el ministro de Economía tampoco. Es un dato emblemático sobre las dificultades del Frente de Todos para articular esa mesa chica reclamada desde varios de sus sectores y figuras, con plena lógica, a fines de trabajar consensos elementales.
El lanzamiento de Precios Justos, en cambio, parece contar con el acuerdo de todas las tribus, aunque las esperanzas sobre su eficiencia compiten cabeza a cabeza con las dudas.
Una seguridad prácticamente absoluta es que, si gobernara el macrismo, con cualquiera de sus expresiones, ni siquiera habría probabilidades de discutir aspecto alguno.
Directamente se ajustaría a lo bruto por vía de quienes menos tienen, sin dar argumentos. Y sanseacabó.
En la coalición gobernante todavía hay tiranteces desde aspiraciones de centroizquierda.
En la otra, apenas disputan cómo regular quiénes desfilan más a la derecha.
En la agenda exclusiva de “la gente”, importa resolver el ingreso de bolsillo. Punto.
Sergio Massa, el jueves, cuando expuso en la conferencia anual de la Unión Industrial Argentina, advirtió que el proceso estabilizador iniciado tras la renuncia de Martín Guzmán “todavía no terminó”.
El centro de su intervención tuvo dos ejes.
Uno fue, justamente, que debe terminar de fortalecerse el “programa de acumulación de reservas y avanzar en las medidas de orden fiscal”, subrayando que pudo acomodarse la relación con el FMI, el Club de París, el BID y el Banco Mundial.
El otro consistió en las perspectivas también “macro”, sin duda optimistas, que trazan realizaciones insólitamente demoradas. En primer término, el gasoducto Néstor Kirchner que, el año próximo y para empezar, “permitirá un ahorro de 2700 millones de dólares” en reemplazo de importar gas natural licuado.
Seamos ecuánimes: el ministro de Economía también les enrostró a los dirigentes de la UIA que “hasta fin de año, nos aparecían pendientes 39 mil millones de dólares (???) en importaciones y todos saben que ese número no es el que necesita la producción para trabajar”. Tenía que ver con pedidos acumulados. Medidas cautelares agrupadas y concedidas en sedes tribunalicias que llegan a dar vergüenza ajena, como símbolo de un sector del Poder Judicial cuya corrupción no es eventual sino constitutiva.
Pero lo equitativo es, asimismo, que ni Massa ni sus contertulios hicieron referencia a la problemática salarial.
¿Aspiración ingenua?
Puede ser.
Sin embargo, no por eso menos decisoria.
Al fin y al cabo, “al margen” del ahorque que significan el acuerdo con el Fondo y las restricciones externas, estamos discutiendo si para distribuir mejor primero hace falta crecer. O si, para crecer, primero debe distribuirse con un criterio de justicia social más equilibrado.
Un dato sensacional de estos días es, al respecto, lo que reflexionó Felipe González.
Lo invitó a Buenos Aires el Grupo de los Seis (Cámara Argentina de la Construcción; Sociedad Rural Argentina; Cámara Argentina de Comercio; Asociación de Bancos Argentinos; Bolsa de Comercio porteña y Unión Industrial Argentina).
González come de todo menos vidrio y, resaltado por Raúl Dellatorre en su columna de Página/12, el miércoles, se lo considera corrido a la derecha (como corresponde). Fue el primer presidente socialista español y por cuatro períodos consecutivos, en el post franquismo. Pero de “socialismo” no le quedó nada ni siquiera en su única acepción vigente, que con suerte es la socialdemócrata. Se dedicó a transformarse en lobbista estrella de las corporaciones de su país.
Para innegable sorpresa de sus convocantes, se mandó con un discurso keynessiano.
Dijo: “Escuché muchas veces la recomendación de primero crecer para luego redistribuir. Nunca creí en eso y me parece que nunca funcionó en nuestros países, porque antes de que llegue la etapa de distribuir seguro ocurre una crisis. Entonces, para superar la crisis se vuelve a arrancar de cero (primero crecer y luego redistribuir) hasta que otra crisis vuelve a impedir llegar a la etapa de la redistribución”.
Mencionó el caso de Chile, como modelo que aparentemente funcionaba sin problemas hasta que la movilización social obligó al retroceso de las alianzas políticas tradicionales. Y el de Brasil, donde “San Pablo estalló por un aumento de 30 centavos en el transporte”.
Le preguntó al auditorio si de verdad creía que ése fue el motivo, o si acaso fue el descontento social acumulado.
Remató con prestar atención al crecimiento de las desigualdades y a la mayor concentración económica, frente a un público que, como también destaca el colega, expresa a ese congregado de dinero y poder.
Que Felipe González te corra por izquierda, cuando encima lo invitaste a decir lo que querés escuchar, habla de la mediocridad, el cipayismo, la oligarquía colonialista o la clase dominante que nunca es dirigente. Como quieran.
“Si son más los que quedaron abajo que los que están peleando arriba, estamos en un problema”, dejó González en mensaje trasladado como par de sus clientes y no precisamente cual miembro de alguna internacional troskista.
Esto lleva a la reiterada obviedad de que lo angurriento en la puja distributiva, por parte de los cortadores de la torta, no sólo no se sostiene a mediano o largo plazo.
Les sería peor, porque enfrentan probabilidades de mostrencos extremistas que provocarán -ya provocan- climas de violencia política y social de dudoso control.
¿A dónde llegó la incapacidad conductiva o asimiladora de nuestro gran empresariado, como para que personajes de espectáculos de luces y colores como Patricia Bullrich, Javier Milei y, desde ya, el propio Mauricio Macri, sean opciones potables ante una porción estimable del electorado?
¿Y a dónde llegó lo que otro colega, Diego Genoud, define como la impotencia de los progresismos (ver su nota más reciente en LaPolíticaOnline)?
Martín Burgos, investigador de Flacso y del Centro Cultural de la Cooperación, escribió hace más de un mes la nota central del suplemento Cash de este diario (9 de octubre).
Plantea que el dilema es a cuatro bandas, en torno de lo inflacionario, porque son cuatro los grandes precios que marcan la cancha inflacionaria: dólar, tarifas, salarios y tasa de interés.
La gran pregunta, recuerda, consiste en si el ajuste es el único camino y si los salarios quedarán nuevamente retrasados.
Los medios de comunicación, como indica Burgos en el apartado salarial, se hicieron eco -y continúan haciéndolo- de un fenómeno “raro”: se llenan los restorantes de las ciudades. Explotan, en rigor.
Eso expresa la dualidad en el mercado de trabajo.
Hay una capa de asalariados (y autónomos) que puede “empatarle” a la inflación y seguir con sus pautas de consumo habituales.
Y hay una porción que no llega a fin de mes, denominados como “trabajadores pobres” porque su ingreso no alcanza a cubrir la canasta familiar.
Esos trabajadores empobrecidos, con pautas de consumo más básicas y de escaso componente importado, deberían ser el sujeto de las políticas oficiales si es que el Gobierno quiere mejorar sus chances electorales el año que viene.
En consecuencia, la pregunta superior es a cuáles intereses, a través de qué medidas, está dispuesto a afectar el Gobierno si no pretende marchar a la derrota.
Nadie, seriamente en cuanto a implementaciones posibles y no mediante destemplanzas tribuneras, puede negar el requisito de un cierto orden en las cuentas públicas y la relativa “estabilidad” -de imagen con algo de poderío, incluso- que supuso la llegada del bombero Massa.
Pero sigue quedando claro que al Gobierno le hace falta alguna determinación capaz de renovar entusiasmo, en vez de sólo administrar.
¿Retomar el impuesto a las grandes fortunas? ¿Reintentar el gravamen sobre la Renta Inesperada, del que no se volvió a hablar? ¿Informar y proceder sin descanso contra los formadores de precios, diariamente, con exposición pública y extendida de nombres y apellidos? ¿Denunciar del mismo modo las maniobras en el mercado de cambios?
Algo debe mostrarse, que no sea prioritaria, solitaria, o supuestamente, haber acomodado “la macro”.
Por Eduardo Aliverti