Arroyito, el pueblo neuquino que busca volver a nacer

Vivió su apogeo con la construcción de una presa en los setentas. Muchos se fueron, pero hoy empieza a poblarse.

Vivió su apogeo con la construcción de una presa en los setentas. Muchos se fueron, pero hoy empieza a poblarse.

Un día del año 1984, Villa Arroyito se apagó. Y se fueron los chicos que jugaban a la pelota, la gente que compraba en el mercado, los vecinos con sus mascotas, jardines y autos. La obra del embalse terminó y todos dijeron adiós. La mayoría de las casas fueron desmanteladas y quedaron las manzanas peladas, con las plateas de cemento y los pilares de luz como únicos restos del barrio que funcionó allí por casi una década.

Hoy, parte de ese esqueleto desnudo sigue igual que hace tres décadas. Hay calles sin nombre que llevan a cuadras donde no vive nadie. Las plateas de las casas están rodeadas de yuyos y nadie pisa la tierra reseca. Sin embargo, aquí y allá hay algunas casas en pie que fueron apareciendo. Son las mismas de aquella antigua villa, refaccionadas, y otras que se están construyendo sobre los restos.

Arroyito está a 15 kilómetros de Senillosa, el municipio más cercano y del cual depende. Para muchos, es sólo una estación de servicio sobre la ruta, pero ahí vive cada vez más gente. Según el último censo, son 90 habitantes, aunque ellos afirman que hay por lo menos el triple.

En el sector donde estaba la antigua villa, al oeste, pegado al club de golf, viven unas 70 personas. Tienen casas pequeñas y les sobra patio, porque son muchos los lotes vacíos.

En 1976, cuando comenzó la obra de la presa, en ese mismo espacio convivían 100 familias. La empresa constructora, Conevial, levantó las viviendas para sus empleados. También funcionaba un club con pileta, una cancha de tenis, un gran galpón con carnicería y ramos generales, un taller y otras dependencias.

Las casitas eran prefabricadas, pero el incipiente poblado prometía más. Allí, en 1980, muchos disfrutaron la nieve por primera vez. También nacieron sus hijos, mientras iba llegando más y más gente. Pero el embalse se terminó y ese procesó quedó trunco. Ya no había motivos para quedarse.

Nadie recuerda qué pasó con las casas que faltan. De las cien familias de Conevial, quedó un matrimonio viviendo en el lugar hasta hoy: Coca y Servando. Por mucho tiempo, fueron los vecinos de un barrio fantasma. Había otras viviendas rurales cerca y también algunos desconocidos que se mudaron a las pocas prefabricadas que se conservaron. Pero eran pocos. El agua potable escaseaba y no tenían gas.

Recién en la última década consiguieron todos los servicios. Eso alentó la compra de los lotes y se sumaron vecinos. Mientras tanto, del otro lado de Arroyito se formó otro barrio, atrás de la estación. También se instaló un centro de rehabilitación en el viejo club con pileta. Hoy, la antigua villa obrera de apenas ocho manzanas está viviendo su pequeño boom inmobiliario.

Los de la segunda ola, en los 2000

Claudio y su mujer llegaron a Arroyito en el 2001. Del antiguo barrio obrero sólo conocieron los restos. Son parte de la nueva generación de vecinos que se animaron a quedarse en Arroyito. Vivían en Neuquén e iban seguido al club de golf, que está al lado. Se enamoraron de la tranquilidad del lugar y se mudaron.

«Elegí este sitio para hacer mi casa porque veníamos los fines de semana a jugar al golf y me gustó mucho», contó Claudio sobre el momento en el que se decidió a cambiar.

Compraron tres lotes con casas prefabricadas que se venían abajo a la empresa Cigade Ifasa.
Los fueron remodelando y de los tres hicieron una sola gran vivienda, rodeada de un jardín verde. Frente a ellos está el antiguo taller mecánico de Conevial, del que hoy sólo quedan la fosa y las plateas.

Claudio explicó los motivos que lo llevaron a decidirse por la mudanza y dejar la ciudad por un lugar más tranquilo y apacible, como la villa que busca resurgir. «Nos gusta acá porque tenemos todo, hasta el gas, pero es evidente que hay que acostumbrarse a vivir a 60 kilómetros de una ciudad grande», comentó.
«Debe ser por la distancia que esto se conservó casi intacto. En Neuquén capital, un barrio abandonado no dura ni una semana», indicó.

Llevan 37 años en el lugar: «No estábamos tan locos»

Coca González y Servando Corvalán son dos vecinos del ex barrio de Conevial que no se fueron. Llevan 37 años allí, en los que pasaron de todo. Llevan la historia de la villa obrera, hoy devenida en paraje, sobre sus espaldas.

Llegaron al lugar en 1979 con su hija escapando de una vida de privaciones en San Rafael, Mendoza. «Yo fui de los últimos en venir y el barrio ya estaba lleno, así que compré un terreno fuera de la línea, al lado», relató Servando.

Sus años como empleado de Conevial fueron los mejores. «Se ganaba bien», recuerda. Su mujer vendía comida y colaboraba con cualquier tarea que sirviera para sumar unos pesos más.

Cuando la obra se terminó, según cuenta Coca, «todos nos decían que estábamos locos por quedarnos y nos preguntaban ¿qué van a hacer solos?, pero teníamos nuestro terreno y dijimos que este era nuestro lugar». Fue una decisión difícil, porque no tenían gas y el agua potable se racionaba gota a gota.

Con otros vecinos se organizaron para salir adelante. De a poco, la casa prefabricada original duplicó su tamaño con paredes de ladrillos. Y en los últimos 10 años, varias familias compraron lotes del antiguo barrio para vivir allí. Casi todos llegaron de Neuquén capital y Cutral Co, alejándose del ruido.

«Tan locos no estábamos, porque este es un lugar muy lindo; por eso hoy anda tanta gente preguntando para venirse», dicen Coca y Servando, al mirar hacia atrás.

Fuente: La Mañana Neuquén