Baja “la mar” y reflota la historia del pueblo

La bajante de la laguna Mar Chiquita deja entrever a la “vieja Miramar”. Cada escombro esconde su historia y el pueblo se transforma en museo a cielo abierto.

La bajante de la laguna Mar Chiquita deja entrever a la “vieja Miramar”. Cada escombro esconde su historia y el pueblo se transforma en museo a cielo abierto. La historiadora Mariana Zapata nos cuenta un pedacito de esa historia que “se hizo carne” en los miramarenses y que atrae a los turistas.

«Para el común de la gente son sólo pilas de escombros, pero para los miramarenses es un pedacito de nuestra historia. Cada ladrillo tiene su identidad y forma parte de una anécdota de vida», cuenta la historiadora Mariana Zapata mientras recorre, junto a su bicicleta, una de las calles emblemáticas del pueblo como fue el bulevar Belgrano.

Esto es posible por la retirada histórica del agua que deja entrever a la «vieja Miramar». El fenómeno natural de la bajante- que se da cíclicamente cada 8 ó 10 años- transforma al pueblo en «un museo a cielo abierto» como lo define Zapata.

Mariana es historiadora y guía del Museo Fotográfico de Miramar, pero también muy conocida por un emprendimiento de cicloturismo. Ella guía recorridos en bicicleta por los senderos del flamante Parque Nacional.

LA VOZ DE SAN JUSTO caminó, junto a Zapata sobre los escombros que guardan el ADN de este pueblo del interior cordobés.

Parada sobre la intersección de lo que fue Belgrano y Moreno, Zapata señaló que «quienes pasan por ahí recuerdan cuando caminaban por esas calles. El bulevar Belgrano, es uno de ellas, imponente por su amplitud».

Escombros que esconden historia

Una de las imágenes más impactantes del lugar es la del techo de la cúpula de la Iglesia de la Virgen del Valle (patrona del turismo argentino) que quedó prácticamente intacto pese a que fue demolida en el año 92, lo cual denota las fuertes estructuras de construcción que tenían las edificaciones de la época.

«Cada escombro esconde una historia diferente», asegura Zapata.

«Esta iglesia encierra una historia muy particular siendo que se detuvo su construcción, luego se retoma y a diez años de su inauguración se inunda», relata la historiadora.

Un dato que sorprende es que el altar de la Virgen quedó en pie sosteniendo una viga. «Creer o reventar», agrega Zapata.

«En el ´92 cuando se deciden hacer las demoliciones controladas, el Ejército que es muy dogmático, no quería saber nada con derrumbarla, por lo que desde el municipio tuvieron que llamar al arzobispo de San Francisco para que los convenciera. El obispo vino, la desacralizó y les dijo que ya no cumplía la función de fe que tenía originalmente y que era una estructura más», recuerda la miramarense.

La historiadora cuenta que en septiembre de ese año, cuando comenzaron con las demoliciones, los militares llegaron a un acuerdo con el clero: «nosotros ponemos la carga de explosivos y cualquiera presiona el detonador». Y Así fue, «junto a sus buzos tácticos colocaron las cargas explosivas en los cimientos y un domingo a la tardecita, el padre Julio Ferreyra demolió la parroquia», comenta.

Desafiar a la naturaleza

Otras imágenes que conmueven son la de camas apiladas y estructuras comidas por la sal de hoteles de la época, como el épico Marchetti, familia emblemática del pueblo que hoy sigue invirtiendo en el turismo de la localidad.

«Algunos mudaron las cosas, mientras que otros desafiaron a la naturaleza y dejaron todo tal cual estaba, pensando que el agua iba a bajar», dijo.

«El respaldar de una cama contra la pared, intacta, es una muestra de esa resistencia. Esas pilas de camas son de las que ponían arriba del techo y cuando demolieron quedaron apiladas, estructuras comidas por la sal», puntualiza Mariana.

Demoliciones públicas

Según datos aportados por Zapata, la primera demolición- que fue la del Centro Termal Municipal- , junto a la de la parroquia, fueron las únicas dos en las que participó toda la comunidad.

«El resto era un dolor muy profundo; era ver como la historia de vida de cada uno que caía. Más allá de considerar que era necesario- porque era como tener el difunto y no sepultarlo- ver las ruinas y no poder hacer nada», expresa Zapata.

«Siempre decimos que al miramarense le quedó un dolor de alma. Levantarse todos los días y ver la historia de vida de cada uno en esas condiciones era un duelo constante y más allá de la controversia de demoler o no, fue necesario. Fue como despertar de una pesadilla y volver a empezar».

«Cuando los visitantes entienden que debajo del agua hay historia, también comprenden por qué con cada bajante de la mar, esos escombros no se limpian», resalta Zapata.

Sobre el final del recorrido, la historiadora cuenta que está previsto la creciente en los próximos dos años, por lo que seguramente en ese lapso, el agua vuelva a tapar «estos escombros que son historia pura».

Fuente: La Voz de San Justo