Casa, comida y trabajo en el basural de Plottier
Desde que amanece y hasta que cae el sol decenas de personas recolectan metales, cartón y hasta comida en el predio, ubicado al pie de la barda. Padecen la pobreza y cuentan sus experiencias.
09/11/2017 MUNICIPIOSDesde que amanece y hasta que cae el sol decenas de personas recolectan metales, cartón y hasta comida en el predio, ubicado al pie de la barda. Padecen la pobreza y cuentan sus experiencias.
Mucho antes de llegar, los restos de plástico van estrechando las serpenteantes calles y la densidad del humo que emana de la tierra marca un área a la que muchos no quieren acercarse. Sin embargo es allí, en las laderas del basural de Plottier, donde decenas de personas se ganan el peso con el que viven cada día, consiguen la ropa que usan, la comida que comen y hasta es el lugar que desde hace meses llaman hogar.
Juan Carlos no quería ser cartonero, no pensaba vivir de juntar lo que otros tiraban. Pero la vida lo puso en situación de necesidad y, como él mismo dice, “esto es trabajo, no le robo a nadie y le doy de comer a mi familia”.
Juan Carlos Aguirre supo ser empleado público. “Trabajé diez años en el ministerio de Desarrollo Social hasta que tuve un accidente y me hicieron firmar un papel y me quedé en la calle”, cuenta casi con la misma vergüenza con la que confiesa que no sabe leer ni escribir y por eso puso su garabato de firma en algo que resultó ser su renuncia.
“Tengo diez hijos, mi señora y quince nietos. Acá saco para que todos coman algo, hay días que llego a juntar hasta 500 pesos”, explica, ahora sí con orgullo.
Lucas tiene las manos tan curtidas que es casi difícil imaginar para qué utiliza guantes. Todos los días se levanta bien temprano y deja su casa en “la meseta”, para venir a ganarse la vida en el basural de Plottier. Cuenta que el Complejo Ambiental de Neuquén “está raro. Estuve muchos años allá pero ahora hay gente que manda”.
En Plottier, entre los que hacen un tesoro de lo que otros tiran nadie manda, son todos iguales, algo a lo que ayuda el humo que permanentemente emana del pozón que es ese basural. Un predio sin más demarcación que las pilas de residuos ya revisados, de más de una cuadra de largo, media de ancho y muchos, muchos metros de fuego, humo, tizne y olor.
“Acá se trabaja de sol a sol. Juntamos metales, cartón, cosas que valen y la misma gente viene a comprarnos casi todo”, cuenta Lucas.
Carlos es el único que decidió mudarse a las fauces del basural humeante. “Hace dos meses que estoy viviendo acá”, dice señalando una improvisada vivienda de pallets, nailon y trapos. Su familia lo visita casi todos los días y lo ayuda a juntar el sustento de vida, pero a la noche se vuelven a lo que sería su verdadera casa, ya que Carlos explica que “es una sola pieza de 6 metros por 5 para toda la familia”.
Vivir dentro del basurero es duro, incluso para Carlos quien cuenta que “para tener algo de agua tengo que caminar cien metros hasta el barrio. Por suerte hay gente buena y una familia hasta me deja bañar cada tanto”.
La distancia le pesa a este hombre que le esquiva a la cámara. Explica que hace unos días se lastimó un pie con un fierro, uno de los riesgos de revolver las montañas de residuos. “El tema es que soy diabético”, dice y agrega que “capaz que alguien me lleve al hospital pero a la gente que viene acá a dejar cosas no le gusta mucho andar llevándonos”.
Braian y Daniel son de los más jóvenes en el trabajo del recolector. Hace un tiempo que están allí casi todos los días buscando todo tipo de elementos que puedan vender. Con la alegría que los más grandes parecen no haber encontrado entre las pilas que revisan, Braian y Daniel cuentan que “a veces encontrás cosas buenas, sillones, colchones, hasta anillos de oro”. Y recuerdan que “hace unos días uno de los pibes encontró 1.200 pesos adentro de una bolsa, se fue y no volvió más”.
Braian tiene anillos de oro en tres dedos que demuestran que sus historias son verídicas pero también tiene muchas ganas de salir de ese lugar. “Acá estamos trabajando, nosotros no robamos, pero si alguien va a leer esto me gustaría que sepan que necesitamos trabajo, que nos den una mano”, dice ya poniéndose un poco más serio.
Cada día son seis los camiones del Municipio que ingresan al predio. Según datos de la comuna descargan allí unas 55 toneladas de residuos cada 24 horas.
Los fines de semana se multiplica el intercambio
“Acá la movida son los fines de semana. Viene más gente a tirar y más gente a buscar”, cuenta Carlos y agrega que “hasta podés hacerte unos pesos ayudando a la gente a descargar lo que traen”.
A diferencia de otros basurales de la provincia y el país, en Plottier quien quiera puede ir a tirar o juntar. No hay cercos, ni controles y el municipio que conduce Andrés Peressini sólo contabiliza las 55 toneladas por día que transportan los camiones recolectores.
Es así que el pasado Día de la Madre una espesa nube negra cubrió el lugar. “Vino un camión de una empresa y tiró como cien cubiertas viejas ahí adentro y se prendieron fuego. Ese día no se podía ni estar porque ni se veía”, recuerda Carlos.
El hombre que más conoce el lugar explica que “la gente viene los fines de semana a tirar lo que no se lleva el camión y te pagan algunos 10 pesos por ayudar. Ahí encontrás de todo”.
Y señala que “también viene gente a comprar; por ejemplo un par de zapatos o zapatillas en buen estado los vendemos a 10 pesos”. Y remata: “al final es como una feria”.
“Acá saco para darle de comer a mi familia. Si encuentro bastantes cosas como metal, puedo llegar a hacer 500 pesos en el día”,cuenta Juan Carlos, un hombre que supo ser empleado público.
“La comida la saco de acá. La verdura es más fácil, las cebollas, las papas. Con otras cosas hay que mirar bien pero vienen también”, explica Carlos, el hombre que decidió vivir dentro del basural de Plottier.
Cuando hay hambre no hay vencimientos
Un camión volcador descargó escombros, restos de viejos electrodomésticos y algunas bolsas de basura. En una de ellas Daniel encontró un sachet de yogur de frutilla y vino contento a mostrárselo a sus amigos.
“Está bueno”, dijo otro de los más jóvenes en la vida del basural y a pesar de que la fecha de vencimiento databa del 30 de julio le hincó los dientes sin dudarlo y se lo tomó en pocos minutos.
“Lo bueno lo traen los camiones del municipio, a veces encontrás hasta comida envasada que se ve es de algún supermercado”, cuentan.