Chubut: De frac en Punta Tombo

Cerca de Trelew, los pingüinos ya llegaron a su habitual punto de encuentro en el que se quedan a tener sus crías

Cerca de Trelew, los pingüinos ya llegaron a su habitual punto de encuentro en el que se quedan a tener sus crías

Que te lo cuenten está bárbaro. Vivirlo, ni te lo cuento. Ver las fotos te da una dimensión. Sacártelas ahí, casi no se explica. Pingüinos, miles. Saliendo del mar, bien lejos del agua, en sus nidos. Por toda Punta Tombo. Ahí donde se visten de frac para recibir en su casa a los turistas, a los que saben aprovechar de la imperdible experiencia. Están ahí al lado, al alcance de la mano, ojo no hace falta tocarlos. Son todos iguales, pero verlos resulta tan distinto. Son la atracción máxima para visitar Trelew, claro que no la única. Por el contrario, hay mucho por conocer y todo tiene un atractivo especial en esta ciudad enclavada en el corazón del valle de la provincia de Chubut, cerca de todo.
Claro, si ahí nomás se pueden ver toninas (los delfines chiquitos) jugando al lado del gomón con el que te llevan a conocerlas. También están los lobos marinos tomando sol y algunas ballenas dando vueltas ahí cerquita. Naturaleza viva, a pleno. Hay más, claro. Está la atracción gigante: los dinosaurios. Réplicas o fósiles reales. Con la presencia del Patagotitan, el más grande del mundo, encontrado en estas tierras. ¿Vivo? No, eso sólo en la imaginación de Susana. Pero sí lo podés imaginar con solo pararte al lado.

Demasiado para contar en una sola nota. Ya llegará una segunda parte con los orígenes poblacionales, las tradiciones de aquellos galeses que llegaron al sur argentino y se afincaron allá por 1865, cuando el 28 de julio desembarcaron en las costas argentinas, y actividades para hacer tanto en Trelew (el 20 de octubre cumple 136 años) como en las localidades de los alrededores, como Gaiman y Rawson, entre otras, para seguir conociendo cómo el mundo evolucionó desde hace 65 millones de años.

¿Cuántos? Sí, se habla de millones de años. De cuando en el planeta existían aquellos dinosaurios. Cuando ellos eran los protagonistas de una historia que el sur argentino puede contar con precisiones e investigaciones constantes. Avaladas por huesos, fósiles, estudios, muestras convincentes de que se trató de algo real, no imaginario. Claro, hoy quedaron en un segundo plano porque los pingüinos ganaron el protagonismo.

En esta parte del sur de Argentina hubo vida muchísimo antes de llamarse Argentina. Los protagonistas de la historia ya estaban cuando en octubre de 1492 Cristóbal Colón llegó de Europa a “descubrir” América, ahora que el pasado 12 de octubre se cumplieron 530 años del desembarco. Incluso, añares antes de estos 2022 de vida “moderna”.

Y que hoy la bienvenida a Trelew la protagonice el dinosaurio más grande del mundo que se conozca no es antojadizo: el Patagotitan. Ahí está parado, con toda su inmensidad a la vera de la ruta 3 del acceso norte. Con el cuello en alto como para que se vea desde lejos, para que él vigile cuando el visitante llega. Para que dé una dimensión real de su tamaño, para reflejar in situ y en las fotos que un humano normal no le llegaría ni a las rodillas. Igual, hay un secreto que está saliendo a la luz con las investigaciones: no podría levantar tanto el cuello sino llevarlo más en forma horizontal. Y está dentro de la lógica. Vivía en una zona fría, de árboles bajos, para qué llevar un cuello tan erguido.

Las partes de su cuerpo que se encontraron están en el Museo Paleontológico (MEF), ahí en Trelew. Un sitio hermoso, muy bien ambientado y en plena expansión. Hoy ocupa una porción de terreno, el año que viene tendrá más de una manzana de capacidad porque hay especialistas y entusiastas sureños orgullosos de mostrarle al mundo la belleza que representa el pasado enfocado desde un presente alentador.

Hoy mandan los pingüinos
Posterguemos la lectura y el conocimiento sobre los dinosaurios para unas líneas más abajo. Vamos a darles a los pingüinos el rol de protagonistas que tienen en este octubre y hasta abril. Si atrapan con sólo mirar unas fotos, un video o un documental en TV, ni hablar de verlos “en persona”. Van a darse cuenta que, si pueden, se van a dar una vuelta para visitarlos y conocerlos desde cerca. Gracias al privilegio de pertenecer al diario La Capital la visita fue a todas luces maravillosa y de eso se encargaron las principales referentes del Entretur (Ente Trelew Turístico), que organizaron un viaje inolvidable: Mónica Montes Roberts y Magalí Volpi.

La conexión entre el ayer de los dinosaurios y el hoy viene con gusto a mar, que le pone sal a las historias presentes. Muy atrapantes, las que traen los pingüinos año a año cuando arriban entre septiembre y octubre al área natural protegida Punta Tombo, a 115 kilómetros al sur del casco céntrico de Trelew, por la ruta 1 y el camino de ripio muy bien cuidado de la A42. Ellos se quedan hasta abril, cuando parten al sur de Brasil.

Vean las fotos. Son las primeras de esos señores de frac, que son los adelantados para acondicionar los nidos a la espera de sus hembras y sus pequeños por nacer.

Pingüinos por todos lados. Al costado del sendero, de piedritas o con puentecitos de madera preparado para observar en todas direcciones y ver que ellos están ahí. Quietos al lado del nido, tomando sol. Durmiendo en ellos. Acondicionándolos porque la naturaleza los modifica cada año, aunque ellos saben muy bien dónde están y cuál les pertenece.

¿Seguro? Claro, o ustedes no saben dónde quedan sus viviendas. Si la tienen cerca del agua, en la montaña, mirando a cualquier punto cardinal y entre medio de muchas o apartadas. Ellos igual, pero más simples: un pozo de determinado tamaño, atrás o en medio de arbustos o a los cuatro vientos. Hasta a unos 800 metros del mar. Cada uno elige.

Y así como los machos llegan sin indicaciones a sus nidos, las hembras tienen el mismo sentido de orientación. Se encuentran y ahí comienza la etapa de dar vida: desovar. Dos huevos, no más, no menos. Y a cuidar que desde adentro empiecen a asomar hasta decir presente y crecer.

Por eso, en plena temporada, entre machos, hembras y descendencia puede contabilizarse la presencia de un millón de pingüinos en esta área natural protegida de la provincia de Chubut de 210 hectáreas, creada en 1979. Una franja que penetra unos 3,5 kilómetros en el mar de playas amplias, de suave declive.

Claro, no todo se puede observar en un día. Por eso se creó el Centro de Interpretación, una continuidad del paisaje, con la chance de conocer el fondo del mar sin mojarse ni una gota. Está en el ingreso a Punta Tombo y también es muy interesante para recorrer antes o después de visitar a los pingüinos en persona, depende el horario que uno llegue a la reserva natural. Obviamente, tener estas comodidades tiene un costo que se debe abonar al ingresar al predio.

Sin dudas, lo principal es disfrutar de los senderos. Pasear entre los habitantes privilegiados de este escenario natural en el que se respetan las normas de convivencia con los pingüinos, en sus casas. En medio de una estepa que permite divisar el mar color turquesa al pie y las rocas rojas del magma en el extremo sur, al lado de una gran bandera argentina que flamea desde ese alto mástil en el que figuran en la piedra los puntos cardinales.

La prioridad de paso es de ellos. De estos pingüinos patagónicos de Magallanes (Spheniscus Magellanicus), que por algo eligieron este maravilloso lugar. No se asustan ni los incomoda la gente. La que los respeta. La que puede sacarles fotos sin ningún apuro, de arriba, del costado, haciendo foco, borrando y volviendo a tomar la imagen deseada. Ellos, como si nada. Si duermen, si miran para vaya saber dónde, si hablan, gritan o cantan (en su idioma, claro) o tienen ganas de ir al mar, a la arena, a las piedras o a hacer sus necesidades donde les venga en ganas, están en su derecho.

Hay que saber que no vuelan, que tienen dientes filosos y una piel dura que a ningún otro animal le gusta morder. Por ahí pueden pelearse entre ellos pero no es habitual.

Las hembras también se enojan si un macho se propasa cuando las intensiones no tienen cuestiones en común. Pero cuando se enamoran… listo. Es hasta que la muerte los separe. Fidelidad total.

Mientras tanto, incuban de manera compartida sus huevos, y luego que sus pichones nacen, cambian su plumaje y se meten al mar, allá ellos. Cada uno por su lado, a vivir la vida de la mejor manera que puedan.

Unos 40 días de incubación compartida, desde los primeros días de octubre, alcanzan para que las cáscaras de los huevos queden a un costado del nido y empiece el nuevo ciclo de vida.

Ahí en Punta Tombo

Desde que a mediados de septiembre los machos llegan bien comidos en su travesía por el mar, desde el estrecho de Magallanes, la primera misión tras descansar un poquito es poner en condición al nido, que aunque suene increíble, es el mismo que dejaron el año anterior. A los que llegan sin GPS y con certeza. Ninguno se confunde. Tampoco las hembras que arriban poquito después, ya preñadas, a poner sus dos huevos (blancos con un verde azulado que le ponen la dosis de color al panorama blanquinegro de estos grandes protagonistas de esta historia).

El nacimiento será con 4 o 5 días de diferencia entre uno y otro. Es para que el primero lo haga con fuerzas suficientes para sobrevivir, ya en noviembre. Son más feos, aunque eso va en gusto. Cubiertos de un plumón gris que van “canjeando” por el plumaje impermeable de ese frac que los caracteriza y los vuelve lindos, pitucos, como decían las abuelas.

Los pichones salen del nido cuando las gaviotas que revolotean ya no los preocupan, en enero, cuando llega la primera experiencia en el mar. Ya en febrero tienen el traje juvenil que cuidan y mantienen limpio. A fines de marzo y principios de abril empiezan la nueva aventura marítima, esta vez con destino norte, pasando Argentina y Uruguay, para llegar a las playas del sur de Brasil. Nadando a velocidades de entre 16 y 24 kilómetros por hora.

Van y vienen en cada temporada durante los cerca de 30 años que suelen vivir. Con sus casi cinco kilos de peso producto de sus comidas ideales: anchoítas, merluza, pejerrey, calamares… tienen un poco menos de medio metro de altura, siendo los machos un par de centímetros más altos, con un pico algo más largo y cabeza aplanada que las hembras. La madurez sexual recién les aparece entre los 4 y 5 años.

Igual, no son los únicos habitantes de Punta Tombo. Sin tanto protagonismo, incluso hasta compartiendo imágenes (ver foto) se encuentran guanacos. Claro que no son tan sociables con los visitantes pero a una distancia prudente se los puede fotografiar con miradas, que son las más aconsejables para el enriquecimiento visual, y mediante cualquier cámara fotográfica o del celular que hay que llevar con espacio suficiente en la memoria.

También se pueden encontrar gaviotas cocineras, las australes, skúas, ostreras, cormoranes. Y mamíferos como liebres, maras (quedan pocas y son un poquito más grandes que las liebres comunes), zorros, peludos y aves de tierra, tales como las veloces martinetas o los choiques (pequeños ñandúes). Si no los ves en vivo, en el Centro de Interpretación están representados de distintas formas.

En la visita dispuesta de manera impecable por el Entretur el regreso fue hasta Gaiman, que está a apenas 17 kilómetros de Trelew. Una buena idea para poder saborear el tradicional té galés con tortas de distintos sabores en cualquiera de los cuatro emprendimientos. En esta ocasión fue frente a la plaza, en Plas y Coed (significa Mansión entre los Arboles, y es la más antigua, que fue abierta en 1944), donde su joven propietaria Ana Chiabrando Rees ofició de anfitriona especial.

Avistaje de toninas
Trelew está en el centro neurálgico de este sistema ideal para la vista y todos los sentidos. Es que a solo 25 kilómetros está Rawson, y desde el puerto de esta ciudad capital de la provincia de Chubut, asoma otro gran atractivo turístico: el avistaje de toninas. Estos delfines patagonicos de formas simpáticas y picardías de nado que pasan por adelante, atrás o abajo de las pequeñas y medianas embarcaciones que llevan al visitante con las mismas expectativas que si fuera la primera vez.

Alcanza con mirar los gestos de satisfacción de los guías conductores de los gomones que se adentran en el mar cada vez que asoman las toninas o aquellas ballenas que suelen entrar a la bahía a darse unas vueltas para mostrarles a los visitantes lo inmensas que son.

Un recorrido de unos 45 minutos que alcanza para recibir la brisa fría del mar. Obvio, no sería el sur, no sería la inmensidad del agua, si no estuviera ese viento fresco que obliga a la campera más abrigada, el cuello bien cubierto, la cabeza con un infaltable gorro y el chaleco anaranjado provisto como salvavidas por la Estación Marítima Commersonii.

Un viajecito tranquilo, sin grandes olas (si el clima no acompaña, la travesía se posterga para mejor oportunidad), saliendo en medio de esos barcos pesqueros de langostinos que esperan que llegue noviembre para lanzar sus redes al mar. Lo ideal es ir temprano a la mañana (no hace falta madrugar) pero sí antes del mediodía. Claro, tiene un costo embarcarse, pero sin dudas vale la pena. La única sugerencia es no desayunar demasiado, es que si bien las olas son chicas y los gomones se mueven poco, mirar casi todo el tiempo al agua de mar suele dar algunas nauseas, que en esta travesía realizada no aparecieron en ninguno de los turistas.

Al toque está Playa Unión. A mar abierto y con playas de canto rodado pequeño a orillas del interminable océano Atlántico hacia el este. Esas que en verano se llenan de locales y visitantes para disfrutar del calor (en verano la temperatura acompaña de la mejor manera), el agua salada y el sol.

También del viento, que llama a los amantes de los deportes acuáticos de destreza y fuerza física para practicar surf, windsurf y kitesurf. Obvio, también los lugares de refrigerio y para almorzar tienen lo suyo, siempre con los mariscos en el top de las sugerencias.

Celeste de día y estrellas de noche
El cielo es otro lugar imperdible dentro de los atractivos trelewenses. Es cierto, es el mismo que habitualmente se ve, pero tiene con qué verse mejor. Es que el observatorio del Centro Astronómico Trelew, el más austral del mundo, permite una mirada distinta. El centro astronómico abre las puertas a la realidad. A historias de vida. Las que están en cada una de las estrellas que brillan en el firmamento. Teorías y realidades. Estudios, investigaciones constantes y explicaciones sobre la existencia de la vida en el planeta Tierra y todo el sistema solar.

Con la mirada que bajó siempre desde el norte, como la contaron los europeos o los americanos de la parte alta del mapa. También con un enfoque de los pueblos originarios, el cómo lo veían ellos y la relación con lo que pasaba por estos pagos del sur.

Precisamente, dos representantes de pueblos originarios aceptaron una charla de casi dos horas pautadas por las jóvenes integrantes del Entretur, que tienen las oficinas ahí mismo en el centro donde está el telescopio espacial.

Después de conocer la historia de las estrellas, estaban en el Rewe (sitio sagrado) los referentes Tehuelches y Mapuches esperando a La Capital y a los otros dos medios de prensa invitados de Córdoba y Bahía Blanca. Marcos Calfunao (director de Pueblos Originarios) y Moisés Meliñanco. Ahí, donde cada 24 de junio celebran la llegada del año nuevo, nos sorprendieron, primero con un ritual que cumplir dando dos vueltas al círculo de piedras donde se enciende la fogata sagrada para ingresar al territorio sagrado que la comunidad trelewense respeta como debe ser, dentro de la reserva natural Laguna Cacique Chiquichano. Luego, abriéndose a intercambiar conceptos, escuchar, contar y mostrar parte de lo que ellos creen, vivieron, le contaron y viven en el día a día moderno. Un gran paso para encontrar espacios de comunicación. Sin perder esencia. Mostrando algunas de las suyas. Es que las responsables del Entretur establecieron un vínculo que debe conservarse, ampliarse.

Aquellos gigantes del sur
Allá en los inicios de esta nota, la referencia en el tiempo hablaba de millones de años cuando hoy estamos recién en el último codo del 2022. Nada, en medio de tanto. Ni qué decir si la referencia hay que ponerla hace 8 años, cuando en 2014 el viento y el tiempo hicieron que se volara El Sombrero, el paraje ubicado a 277 kilómetros de Trelew (en el establecimiento rural La Flecha, de los hermanos Mayo), y ahí quedara al descubierto el primer hueso del gigante más gigante conocido del mundo: el Patagotitan.

Un trabajo minucioso, en silencio, con pasión, sorpresivo a cada instante, permitió unir y reconstruir aquel dinosaurio que pisó tierra firme. Al que una vez descubierto en su real dimensión se dio a conocer. Y se reconstruyó para que el mundo lo conociera. Claro que para dimensionarlo de verdad hay que llegar a Trelew. Ir hasta la imaginaria puerta de ingreso a la ciudad y pararse al lado. Ni a la rodilla se llega estirando la mano. Imposible abrazarle una pierna. Y se necesita una buena distancia para que su cuerpo entre en la foto del recuerdo.

Es una réplica, lógicamente. Los restos están muy bien cuidados en el MEF, el Museo Egidio Feruglio, que se encuentra en una pequeña elevación en el centro de Trelew. Un escenario al que le quedó chico su buen tamaño. Por eso, se trabaja contrarreloj para ampliarlo. La idea es tenerlo listo para inaugurarlo el año próximo, para cuando el turismo llame otra vez a ver los pingüinos y que permita también conocer más de dinosaurios.

El propio director del museo, Rubén Cúneo, explicó cuál es el propósito y las instancias de construcción del moderno museo, en el que se hará un sector para congresos de nivel nacional e internacional.

Adentro es donde se trabaja día a día con cada hueso, con los descubrimientos y estudios. Gente joven, comprometida y apasionada. Como el técnico paleontológico Leandro Canesa, que se hizo unos minutos para explicar cómo se trabaja en el laboratorio mientras los visitantes pueden verlo en acción. A él y sus compañeros, todos de una juventud que sorprende.

Ahí, en el MEF (www.mef.org.ar), grandes y chicos se unen en sorpresas permanentes al descubrir cómo fue aquella vida en la tierra de millones de años atrás. Todo tiene su explicación y las guías ayudan a contar las historias. Las que también se disfrutan con programas especiales para que niños y niñas de 6 a 12 años lo entiendan mejor, por eso no hay excusas e ir en familia es una buena recomendación. En los distintos sectores del museo se puede observar cómo fue el inicio de la vida con los primeros microorganismos hasta el nacimiento de la raza humana.

¿Lo malo? Que se acabe el viaje. Que llegue la hora de subirse al auto o al avión para pegar la vuelta. Eso sí, con el cuerpo y la mente recargada tras unos días de vacaciones recomendables sin lugar a dudas. Todo bajo un clima de paz. Caluroso en verano. Frío en invierno. Fresco casi todo el año. Salpicado por viento. Lógico, de lo contrario, no estaríamos refiriéndonos al sur.

Trelew espera, vayan a visitarla
Aerolíneas Argentinas desde Aeroparque te lleva a Trelew. El viaje es cortito, menos de dos horas. Claro, también te trae. Allá la oferta hotelera es muy buena, por ejemplo el Hotel Rayentray está en pleno centro, a la vuelta de la plaza, en la otra esquina de la Municipalidad. Y hay variedad de restaurantes para deleitarse con frutos de mar, cordero patagónico y demás alimentos. Una pista, pueden pasar por Raíces, Sugar, Casa Telsen, La Juliana del Mar, The Crown y de noche en Jyglo. Y no se olvide de probar y llevarse los alfajores Memorable (el artesanal más rico del país, según una elección en 2021), junto a una sensacional Torta Galesa.

Fuente: La Capital