Civilización o barbarie a la francesa
La derecha plantea la defensa de la “identidad” contra el terrorismo. Hollande se muestra como el que supo enfrentar los ataques sin violar los valores fundamentales de la república: “Somos Francia y la democracia es nuestra mejor arma”.
09/09/2016 EL MUNDOLa derecha plantea la defensa de la “identidad” contra el terrorismo. Hollande se muestra como el que supo enfrentar los ataques sin violar los valores fundamentales de la república: “Somos Francia y la democracia es nuestra mejor arma”.
La derecha y el socialismo gobernante plantaron las banderas de lo que será el tema hegemónico de la campaña electoral para las elecciones presidenciales de 2017: el terrorismo. Ambas lo hacen con visiones muy distintas. La oposición conservadora, cuyo liderazgo –candidatura– se disputan el ex presidente Nicolas Sarkozy y el ex primer ministro Alain Juppé, orientó la suya hacia la metafórica idea de la defensa de la “identidad” contra el terrorismo. A su vez, el presidente francés, François Hollande, entró este jueves directamente en la campaña para su reelección con una conferencia cuyo tema es todo un programa electoral: “La democracia contra el terrorismo”. A pesar del desamor insistente entre el jefe del Estado y los electores, de los sondeos radicalmente contrarios –apenas 14 por ciento de aprobación–, del rechazo que suscita con 88 por ciento de las personas que se oponen a su candidatura y del juego de traiciones y de críticas feroces que emanan de su propio campo, Hollande decidió asumir la adversidad y postularse para un nuevo mandato. Le sobran enemigos y le falta apoyo, pero está convencido de que le queda una carta como paso a lo imposible. Por la izquierda y de cara a las primarias de los progresistas, el presidente se verá confrontado a al menos ocho candidaturas, entre las cuales hay cuatro de sus ex ministros. Por la derecha, el presidente tiene como enemigo a quien gane las primarias de la derecha, previstas para noviembre, y a la líder de la extrema derecha del Frente Nacional, Marine Le Pen.
Sus posibilidades parecen hoy una quimera. Desde que, hace unas dos semanas, el ex presidente Nicolas Sarkozy entró en campaña con su discurso racial contaminado con los principios de la seguridad y la identidad, Hollande empezó a posicionarse como el garante de la protección del país con el pleno respeto del Estado de Derecho y el único que, en medio de los peores ataques terroristas que sufrió el país, supo mantener la cohesión nacional. Ese es, hasta el momento, el eje de la narrativa oficial: ante las amenazas, el horror y la muerte, la unión contra la división, ante las tentaciones violatorias de los principios de Francia, de la Constitución y de los derechos humanos planteados por la derecha, la democracia como metodología irrenunciable. En su poco más de una hora de discurso, Hollande no oficializó su candidatura, pero sí salió a la batalla electoral. El contexto es novelesco: nunca había habido un presidente con tan bajos niveles de aceptación, y nunca se había dado una situación en la cual hasta sus propios ministros lo traicionaron y sus aliados del PS salieron a combatir sus proyectos políticos. El último en sumarse al baile de los traidores fue el ahora ex ministro de Economía, Emmanuel Macron, quien renunció a su cargo para montar su diseño presidencial. Macron fue promovido por el mismo Hollande, pero no dudó en dejar el barco gubernamental y criticar al jefe del Estado cuando estuvo seguro de que los sondeos de opinión le abrían las puertas de una candidatura presidencial. Nada hizo retroceder a Hollande. El presidente salió al paso de las propuestas de la derecha con una cautela muy bien argumentada. Mientras Nicolas Sarkozy y Marine Le Pen concursan para ver quién propone más medidas represivas, Hollande se mostró como el que supo enfrentar al terrorismo sin violar la democracia ni desunir al país. El mandatario dijo: “Las democracias siempre ganan la guerra contra el terror (…) Somos Francia y la democracia es nuestra mejor arma”. Como ejemplo, se preguntó si “acaso Guantánamo y el Patriot Act preservaron a los americanos”.
Aunque luego no cumplió con sus promesas electorales y ello acarreó una honda ruptura en la izquierda, Hollande marcó una diferencia drástica con la derecha durante la campaña electoral de las presidenciales de 2012. Ahora ha hecho lo mismo. Mientras Marine Le Pen y Nicolas Sarkozy promueven ideas difícilmente aplicables, como poner en la cárcel a los sospechosos de vínculos terroristas sin juicio alguno, prohibir que los extranjeros traigan a su familia –hijos o esposa– a Francia, o erradicar el uso del velo en todo el país, Hollande contrapone una suerte de pacificación nacional mediante la coexistencia a partir de un inamovible pacto democrático. Sarkozy centró su narrativa en torno de la identidad, la seguridad y la inmigración. Hollande se apoya en lo que, de alguna manera, la sociedad francesa demostró luego de los atentados contra el semanario Charlie Hebdo y el supermercado judío del este de París: en aquel mes de enero de 2015 millones de personas salieron a la calle con un lápiz en una mano, el libro de Voltaire Tratado sobre la tolerancia en la otra y el famoso cartel “Yo soy Charlie”. Es decir, el horror no nos hará abdicar y renunciar a nuestras raíces profundas. La disputa semántica que se plasmó ahora es intensa: Sarkozy pone a la identidad en el centro de la temática presidencial, Hollande reubica a la democracia y el Estado de Derecho como ejes del debate. El problema es que el mismo presidente que se viste de protector de los fundamentos intentó violar uno de ellos cuando, tras los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París, se le ocurrió la idea de modificar la Constitución con el propósito de retirarles la nacionalidad a las personas condenadas por actos terroristas.
El jefe del Estado fustigó el terrorismo de corte islamista cuya meta, dijo, “es la democracia porque encarna lo contrario de lo que es el terrorismo: la libertad de culto, el respeto, la igualdad entre las mujeres y los hombres. Esos principios le son insoportables”. Cuando abordó el delicadísimo tema de Francia y el Islam, del cual la derecha hizo su ingrediente racial preferido, Hollande se preguntó “si los principios planteados hace un siglo pueden adecuarse al Islam ahora que el Islam se convirtió en la segunda religión de Francia”. Su respuesta fue categórica: “sí” se puede. Según Hollande, la República laica y el Islam con perfectamente capaces de cohabitar. Por ello preguntó y respondió nuevamente: “El tema se le plantea así a la República: ¿acaso está realmente lista a acoger en su seno una religión que la República no había previsto hace más de un siglo con esta amplitud? Aquí también respondo claramente que sí”.
La diferencia con la derecha, al menos en la retórica, es abrumadora. Fronteras, identidad, exclusión, atropellos raciales, xenofobia, desprecio por los otros, la derecha y la ultraderecha francesas hicieron del terrorismo islámico un lema electoral sinónimo a la idea misma del extranjero. El jefe del Estado reacomodó las cartas con la idea de que “la democracia es más fuerte que la barbarie que le declaró la guerra” y, por consiguiente, con el principio según el cual no hace falta ni violar los principios democráticos ni lanzar acusaciones y sospechas colectivas contra alguna comunidad nacional para combatir el jihadismo. El primer paso en el camino hacia una nueva presidencia ha sido muy bien preparado. Su efecto queda por medirse. Entre el discurso del odio de la oposición conservadora y la narrativa democrática, constitucional y tolerante del presidente, la elección no resulta sencilla en un contexto doble: el de post atentados y el de la amenaza siempre latente. El ministro francés de Interior, Bernard Cazeneuve, anunció este jueves el arresto de tres mujeres que se aprestaban a cometer “nuevas acciones violentas e inminentes”.
El gran tema de la historia argentina, arropado con otros protagonistas, cruzó el Atlántico para incrustarse en la vida y la campaña electoral francesas: civilización o barbarie. A Hollande le quedan ocho meses para convencer. Vista desde 2016, la reelección resulta imposible. Con apenas un apoyo que va del 11 al 15 por ciento, los sondeos predicen que el jefe del Estado sería derrotado en la primera vuelta, cualquiera que sea su rival.