Cuarentena y después

Hay algo podrido en Dinamarca, sentencia el príncipe Hamlet, cuando ya sabe que indefectiblemente tendrá que tomar cartas en el asunto

Hay algo podrido en Dinamarca, sentencia el príncipe Hamlet, cuando ya sabe que indefectiblemente tendrá que tomar cartas en el asunto. Los psicoanalistas podemos optar por la prédica pastoral adaptativa y moralizante para seguir jugando a la clásica indolencia, o responder éticamente desde una toma de posición, para sostener que la vida no puede ponerse en pausa y que el deseo no admite ningún tipo de suspensión. Efectivamente la peste recorre el mundo con una velocidad asombrosa y con una extrema voracidad, heredera directa del capitalismo salvaje y del recontra podrido mundo financiero, ha arribado en vuelos de primera clase, en corbatas y portafolios de los afortunados hombres de negocios y no en barcazas de africanos. Tampoco llegó escondida entre las manos de bolivianos y paraguayos que construyen esas torres suntuosas, donde se escondieron y luego volaron los dólares, que tendremos que pagar con miseria ¿Acaso no hace ya más de tres décadas que el planeta se ve asolado por el DIOS oscuro del mercado? Efectivamente, una desmesura despiadada y brutal desconoce lo esencial de la vida y de la condición humana. Y eso que el Charly, ya nos avisó en los 80:

¿Qué importan ya tus ideales?
¿Qué importa tu canción?
La grasa de las capitales
cubre tu corazón.

Desde esto que padecemos y sufrimos desde hace décadas, donde vimos nuevamente incrementarse nuestra deuda, hasta el punto de tornarse nuevamente impagable, ahora nos vemos asolados por el pavor, el pánico y la incertidumbre. Y aquí una vez más el mundo terrorífico mediático nos impone una falsa dicotomía. No digo la salud o el trabajo, ya que eso queda eludido y además porque la salud es el trabajo, si no la nefasta dualidad entre la vida y la economía.  ¡Como si no supiéramos que la maldita economía se ha llevado puesta millones de vidas!.

Trabajadores de la salud –que no desconocemos el dolor de la existencia y las dificultades enormes que conlleva la vida cotidiana-  sabemos que tenemos que articular y tratar de ligar el necesario aislamiento preventivo y sanitario con las condiciones de cada padecimiento subjetivo. Debemos cuidar la vida, pero eso no es solamente el cuidado orgánico y sanitario de los cuerpos, necesitamos resituar que lo real de la vida es el empuje, la apuesta, el deseo y las diversas y variadas maneras de gozar de la existencia. Por lo tanto no se trata solamente de cuidar el cuerpo como si fuese ya una promesa cadavérica, como la cruel prohibición a los septuagenarios, olvidando increíblemente que si alguien llegó a esa edad y puede hoy, cuidarse y abastecerse a sí mismo, es porque lo ha sabido hacer y sostener por más de siete décadas. ¿Por qué más que encerrarlo y condenarlo, no le preguntamos y aprendemos?

Nuestro cuerpo no es meramente biológico, por eso hablamos y necesitamos escucharnos, por eso jugamos, creamos y tenemos sexo (más allá del instinto). Y ya sabemos en nuestra historia lo que implicó la dominación y el sometimiento de los cuerpos en los regímenes fascistas. Por lo tanto, ese cuerpo que tanto cuidamos, que debemos aislar y proteger (y estoy absolutamente de acuerdo con las medidas preventivas que se vienen tomando), no puede de ninguna manera reducirse a un control biopolítico, ya que aquello que pretendemos salvaguardar es un cuerpo que quiere vivir y eso debe ser atendido y respetado hoy más que nunca. Es el empuje de la vida y hacia la vida lo que nos mantiene vivos.

Estamos agujereados, perforados, devastados y lo real de la peste nos puede dejar en una actitud doliente y pasiva, donde nos refugiemos en los aspectos más siniestros y donde nuestra humanidad se desdibuje en un largo y lento penar. Desde nuestra práctica de escuchar el pathos humano (sufrimiento, aflicción, afecto), tenemos experiencia en sobrellevar momentos de desrealización, despersonalización y extrañamiento, que suelen ser directamente mortíferos y mortificantes cada vez que se los transita sin ninguna contención, cuando no se hace lugar al factor extremadamente mediador de la palabra y no se perfila una dirección en la cura.

Una vez más estamos comprobando que la ciencia (pese a su notable avance y al gran esfuerzo que están haciendo científicos de todo el mundo) puede ser insuficiente y que todo nuestro sistema simbólico puede colapsar, al no encontrar una solución acertada y eficaz.

Tanatos se ha soltado y se ha desatado con toda su furia destructora y homicida. Y ante la necedad (prenda predilecta del mundo de los negocios que no quiere parar) es importante sostener lo necesario y desde nuestra práctica en psicoanálisis lo necesario se articula a las distintas vertientes del amor.

Por eso quiero empezar por el amor hacía lo comunitario. Aquí pretendo detenerme en un aspecto esencial a nuestra América y las situaciones de pobreza y de extrema pobreza. Mientras en la clase media y en aquellos sectores que pueden seguir sosteniendo un trabajo (ese que dignifica al hombre) se ahondan la incertidumbre y el espanto, víctimas directas del poderoso negocio que opera desde los medios para “vender pánico”. Ante la falta de contención necesaria que siempre aporta el afuera (el mundo socio cultural en el que cada uno desarrolla su vida y además le encuentra cierto sentido), se disparan el aburrimiento, el tedio, la sensación de encierro (ahogo, fastidio), como así también la contracara del bajón: la ira, la violencia, la intolerancia, la alterabilidad. Y que todos ellos son equivalentes de la angustia, por eso, lejos de silenciarla, nos ofrecemos a trabajar y a situarla como tal, para que aprehendamos a saber hacer con ella, para sostener lo esencial que resultan para la experiencia humana el vacío y el silencio (estructurales a la creación, al arte y a la invención).

Estamos en un momento propicio para saber hacer con el ocio, justamente sin NEGO- OCIOS (negación del ocio). Pero también tenemos ese otro lugar, donde directamente NO hay adentro (y ni siquiera es una cuestión de casa o de hogar). En la clase media, en el adentro está el afuera (hoy un afuera absolutamente enrarecido y extraño). En cambio, en otros sectores, en el adentro puede comenzar el abismo. Propongo entonces que hay que inventar otros modos de un adentro, contemplando lo comunitario, no se puede crear un adentro sin la eficacia de un colectivo. Ahí podríamos contar con parroquias, vecinales, centros comunitarios, clubes. Lugares donde se pueda sostener un ADENTRO, donde nos cuidemos, nos respetemos y podamos situarnos en un lugar bien distinto del habitual de la segregación, la exclusión y la discriminación. Y por último sabiendo que la escuela es crucial en la vida de estos niños, no solamente por factores culturales, sociales, alimentarios y sanitarios, sino y fundamentalmente porque es el único modo en que estos niños puedan arribar a condiciones que impliquen cierta equidad. Podemos pensar también en algo urgente para que ese niño no se nos pierda en ese lugar de desapropiación (sin casa y sin escuela).

Estoy invitando entonces a mis colegas, a mis compañeros artistas y al diverso campo de la intelectualidad, a responsabilizarnos y a responder desde las tres vertientes del amor, tal como nos enseñaron los griegos.

Ágape, que los latinos tradujeron como CARIDAD, y que es el amor que cobra espíritu en la acción comunitaria y transformadora, en la vigencia del estatuto preciso y claro del prójimo.

Philia, que en nuestra cultura tiene el hermoso término de compañero/compañera  y donde se trata del amor al semejante, por eso quiero recordar a Eladia Blázquez:

Es un asombro, tener tu hombro
Y es un milagro la ternura…
¡Sentir tu mano fraternal!
Saber que siempre para vos…
¡El bien es bien y el mal es mal!

Y por supuesto el Eros, donde reina la metáfora, la creación y la diferencia, donde no se trata del ideal “romantiquero” que con dos hay que hacer uno, sino de esa tensión amorosa del dos, que en su búsqueda imposible solo hace estallar al UNO y así comienzan todas las maravillas y se renace cada vez. Como solemos pedir en cada magia del encuentro: “una vez más” “tócala de nuevo” y por supuesto la voz de cada niño (que recordemos, sufren en cautiverio y sufren mucho) pidiendo el edificante y glorioso: “Ota ve”.

Por Sabatino Cacho Palma (*)

(*) Psicoanalista. Director y dramaturgo teatral. Miembro fundador de Haeresis «encuentros de analistas en formación»

Fuente: Página 12