Desafíos de la economía poselectoral

La actividad se viene recuperando fuerte luego de haber superado el peor momento de la pandemia. Sin embargo, la tensión cambiaria y la negociación con el FMI suman incertidumbre al futuro inmediato.

La actividad se viene recuperando fuerte luego de haber superado el peor momento de la pandemia. Sin embargo, la tensión cambiaria y la negociación con el FMI suman incertidumbre al futuro inmediato.

El día después
Por Eduardo Crespo (*)

La coyuntura económica argentina es paradójica. Por un lado, muchos se ilusionan con la rápida recuperación de los niveles de actividad de los últimos meses. Por otro, este mismo dato preocupa porque a mayor producción mayores serán también las importaciones. Esto último, en una economía que se encuentra ante una limitación absoluta de reservas, y que enfrenta una negociación con el FMI para extender plazos de pagos, puede traducirse en devaluación monetaria o la ampliación de la brecha entre el dólar oficial y las cotizaciones paralelas.

La brecha amenaza con transformarse en una dificultad creciente, ya que desincentiva la liquidación de exportaciones en la cotización oficial y premia a quienes disfrazan importaciones para adquirir dólares a dicha paridad. Muchas ventas de servicios al exterior están hoy trabadas o simplemente se depositan en otros países para no liquidar al dólar oficial.

En este marco de extrema fragilidad, entendemos que en el corto plazo el camino a seguir pasa por reducir la brecha y amortiguar la inflación. La primera tarea enfrenta el dilema de soltar el oficial, con el costo político de reducir salarios y acelerar la inflación, o asumir una eventual ampliación de la brecha con el riesgo de enfrentar más de inflación y caídas salariales en el futuro. Para evitar ambos escenarios será necesario buscar dólares adicionales de las fuentes más diversas para intervenir en la cotización paralela, subir tasas de interés para premiar a quienes optan por el peso y adoptar medidas para amortiguar la inercia inflacionaria mediante un plan de des-indexación. Tal vez pueda admitirse que las exportaciones no tradicionales, como servicios, se liquiden en la cotización paralela como una alternativa adicional para obtener divisas.

En el mediano y largo plazo el gobierno debería adoptar una posición clara en favor de las exportaciones y los proyectos con potencial para sustituir importaciones. Simultáneamente, es necesario que se adopten criterios claros en favor de la inversión extranjera directa, especialmente aquella con grandes chances para ahorrar divisas. Varias iniciativas de enorme potencial exportador funcionan a media máquina por razones políticos. Vaca Muerta, por ejemplo, está operando muy por debajo de su potencial debido a la ausencia de un marco regulatorio apropiado en un contexto de indecisiones programáticas.

El bloqueo permanente de autoridades ambientales y medios de comunicación oficiales traba proyectos fundamentales en base a objeciones ecológicas endebles, como las inversiones petroleras offshore en nuestra plataforma submarina, granjas porcinas para exportar a China y varios emprendimientos mineros en nuestra cordillera.

Es imprescindible hacerse a la idea de que estamos frente a una economía de guerra y que no hay tiempo para perder en distracciones adolescentes, como la propuesta de canjear deuda externa por títulos de acción climática o las campañas moralizadoras en favor de la producción artesanal o de subsistencia, como la ‘agroecología’, en perjuicio de iniciativas de elevada productividad con capacidad para generar divisas. Un naufragio macroeconómico con toda probabilidad derivará en una crisis de grandes proporciones de la cual algunos sectores buscarán aprovecharse imponiendo la dolarización formal de nuestra economía.

Se alcanzará la estabilidad al costo de comprometer el futuro. Recuérdese que la derecha argentina siempre buscó apaciguar el conflicto social con la fijación de un tipo de cambio apreciado y sustentado en endeudamiento externo. Ocurrió con la dictadura, con la convertibilidad en tiempos del menemismo y durante el breve veranito macrista del año 2017. El ajuste de salarios y condiciones laborales, desindustrialización mediante, se deja para después. Un fuerte proceso inflacionario, unido a elevadas tasas de desempleo y caídas continuas de los ingresos, sería el contexto ideal, evalúan, para realizar un cuarto (¿y definitivo?) intento, esta vez mediante la dolarización. Hundir las naves para que no haya vuelta atrás. Una estabilización de este tipo exigirá que la población acepte la estabilidad a cualquier precio y para ello sería ideal que el actual gobierno termine su mandato incendiado. Si se quiere torcer este destino, serán fundamentales las medidas que se adopten en los primeros seis meses que seguirán a la elección.

(*) Profesor de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) y de la Universidad Nacional de Moreno (UNM).

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Pensar más allá de la coyuntura
Por Tomás Bril Mascarenhas (**) y Carlos Freytes (***)

Pasaron las elecciones: se abre espacio para debates por fuera de lo coyuntural. ¿Es factible un reframing de la discusión sobre el desarrollo en Argentina? Vale la pena intentarlo: en nuestro país, es urgente hablar del largo plazo. Hay múltiples movimientos posibles. Uno es especialmente oportuno en esta dirección: Argentina puede empezar a pensarse como un país ubicado en la Trampa del Ingreso Medio (TIM). Ese movimiento ofrece un universo de casos comparables distinto al que se usa en el debate público, centrado en la proximidad geográfica o en comparaciones mal formuladas con el Norte Global. Además, trae una nueva lente para reinterpretar el problema del desarrollo tardío y formular alternativas en pos de salir del entrampamiento.

En la actualidad, unos 50 países están en la casilla del ingreso medio. Si de ese conjunto separamos 3 subconjuntos con características muy peculiares (países pequeños, poscomunistas o petroleros), queda un cuarto grupo: países relativamente grandes y/o populosos que desde hace más de 60 años no logran saltar desde el ingreso medio al alto. Argentina comparte ese grupo con Brasil, Chile, Colombia, Malasia, México, Sudáfrica, Tailandia y Turquía.

Se trata de países que, agotadas las ganancias asociadas al salto previo del ingreso bajo al medio, experimentan desde hace décadas una desaceleración del crecimiento de su productividad. Están “atrapados” porque ya no pueden competir con aquellas economías que exportan manufacturas apoyadas sobre salarios bajos (ni esta es una opción atractiva para construir países más igualitarios) y no son capaces todavía de competir con economías avanzadas con altos niveles de innovación.

Este marco señala nuevas prioridades para una agenda de políticas públicas de largo plazo. Exceptuando su extrema volatilidad macroeconómica, hay una serie de rasgos que Argentina comparte con otros países en la TIM y que son cruciales para pensar tales agendas. Se trata, sin embargo, de temas que rara vez son visibilizados en el debate público, en general enfocado en lo idiosincrático y lo anecdótico.

Los países de ingreso medio deben cambiar su trayectoria para superar el estancamiento: esa premisa está en el centro del concepto de TIM. Esto requiere un salto en su perfil productivo y estrategia de innovación e inserción internacional. Como la vara global subió, la institucionalidad requerida para ese salto es más sofisticada que la que necesitaron países que alcanzaron el desarrollo más tempranamente. Las medidas que hacen falta para desplegar capacidades tecnológicas domésticas —mejorar los sistemas de entrenamiento técnico para el trabajo, promover la I+D, crear instituciones público-privadas que establezcan misiones sectoriales, entre otras— son complejas: su implementación requiere tiempo, saber técnico y una constelación de actores. Es por eso que para Argentina, al igual que para los demás países en la TIM —como ha argumentado Ben Ross Schneider (MIT) en múltiples trabajos y en su reciente visita a Buenos Aires— la salida de la trampa es más política que económica.

El problema es político porque es, ante todo, un problema coalicional. La agenda productiva para salir de la TIM debe ser diseñada por un entramado de actores estatales y socioeconómicos que hagan de la innovación y la productividad una prioridad sostenible en el tiempo. Los políticos tienen un rol natural en el forjado de coaliciones, pero es improbable el éxito de estas agendas si empresarios y sindicatos no las impulsan con decisión.

Salir de las discusiones de coyuntura es parte de la salida de esta trampa. La experiencia comparada indica que los pocos países que ingresaron, tardíamente, al desarrollo —generando igualdad y capacidad para competir en mercados internacionales— lo lograron luego de encontrar puntos de convergencia. A tal fin, representantes empresariales y sindicales cedieron algo. Cuando se aquieta la polvareda que en toda democracia vibrante siempre levanta una elección, se reabre una oportunidad para pensar en factores estructurales de economía política que explican dónde estamos. Transformarlos es inevitable para ir hacia dónde queremos ir.

(**) Director del área Desarrollo Productivo de Fundar.

(***) Director del área de Recursos Naturales de Fundar.

Fuente: Página 12