EE.UU. elige, y todo el mundo está pendiente

El país más influyente del planeta escoge hoy presidente entre una política y un magnate. Hillary Clinton y Donald Trump dirimen una puja en la que sobraron agravios y faltó carisma.

El país más influyente del planeta escoge hoy presidente entre una política y un magnate. Hillary Clinton y Donald Trump dirimen una puja en la que sobraron agravios y faltó carisma.

¿Qué clase de liderazgo va a darse Estados Unidos a sí mismo y al mundo? Esa es la pregunta central que comenzará a develarse hoy cuando se conozca si la Casa Blanca será ocupada, en los próximos cuatro años, por la demócrata Hillary Clinton o por el republicano Donald Trump.

Como la campaña aquí no cierra hasta el mismo momento de la votación, las últimas horas fueron frenéticas para ambos, a partir de encuestas que mostraban a Hillary con ventaja muy leve y que, por ende, podía ser descontable.

Es verdad que el sistema de elección indirecta que rige en Estados Unidos no lleva de manera directa al candidato más votado a la presidencia y que debe mediar un colegio electoral, donde la diferencia por un voto en cualquier estado puede significar quedarse con todos sus representantes.

Pero es cierto, también, que la percepción de quién puede llegar a triunfar activa los mecanismos para achicar brechas y revertir resultados ante una sociedad que, a simple vista, parece muy apática frente al proceso electoral.

El promedio de encuestas que diariamente viene ofreciendo el sitio especializado Real Clear Politics ponía a Clinton 2,9 por ciento por encima de Trump: este 47,2 por ciento y 44,3 que se le tributaba a cada uno ofrecía un escenario de 203 electores contra 164, respectivamente. Para ganar, el número mágico es 270.

Una cuestión que se ha convertido en la duda central por develar hoy mismo es si esta cerrazón en las previsiones motivará una mayor presencia de ciudadanos para votar, en un país donde el sufragio no es obligatorio y la inscripción no es automática a los 18 años, sino que requiere la voluntad de anotarse para hacerlo.

La apatía que se percibe en las calles de Nueva York frente al proceso electoral puede encontrar múltiples explicaciones: en primer lugar, la condición de esta ciudad como hogar y refugio de millones de inmigrantes, muchos irregulares; en segundo lugar, que en Nueva York y en particular en Manhattan, lo que menos hay son neoyorquinos, como ironizan sus propios habitantes, y tercero, porque muchos trabajadores comunes sienten desencanto hacia la clase política.

Se pueden recoger dos percepciones más o menos claras que dibujan a los dos candidatos:

Trump representa el mundo de los negocios y de las finanzas, muy alejado del estadounidense medio, por más que él quiera mostrarse como el hombre que llega a la cima con su esfuerzo.

Pero Hillary no es muy diferente: es consecuencia de un establishment político que, sin importar de qué partido provenga, maneja los hilos desde siempre. La clase dirigente, aquí también, tiene cuentas pendientes.

Es verdad que, desde lo discursivo, cae mejor el mensaje más tranquilo de Hillary que el incendiario de Trump, siempre cargado de datos falsos o cuando menos incomprobables.

Pero sobre ella pesa la idea de que es ambiciosa y que permaneció al lado de Bill Clinton, pese a las infidelidades, sólo para mantener su carrera política.

La cuestión de género terminó marcando la campaña tanto como las bravuconadas de Trump sobre la inmigración. En efecto, de un lado, la condición femenina de Hillary es utilizada por quienes ponen en duda su capacidad de liderazgo. Pero al mismo tiempo termina siendo un valor frente a un oponente que debió enfrentar un escándalo por un video del año 2005, en el que aparece jactándose como acosador.

Como nunca antes

A esta altura, nadie se atreve a asignar la cuota de importancia que el asunto tendrá o si apenas quedará en la anécdota para quienes vayan hoy a votar.

Es tradicional que la prensa de Estados Unidos haga público su respaldo por uno u otro candidato. Lo curioso es que esta vez todos los grandes medios de comunicación, aun aquellos más conservadores, se pronunciaron en contra de Trump.

“Nunca hemos visto razón para cambiar. Hasta ahora”, dijo el USA Today, que fue uno de los últimos grandes diarios de referencia en pronunciarse. Ayer, otro diario prestigioso, The Washington Post, publicó un artículo de su comité editorial en que ratifica su respaldo a Hillary.

¨No sólo ha esbozado la señora Clinton una agenda política reflexiva y ambiciosa, sino que también ha ejecutado una campaña impresionante, incluyendo la elección del compañero (de fórmula, Tim Kaine, senador por Virginia) y su hábil dominio de tres debates¨, destacó.

Si se los mira desde un punto de vista partidario, en lo binaria que es la política en este país, con claridad surge que Hillary representa mucho más a los demócratas que Trump a los republicanos, pero la cercanía en las encuestas demuestra que, aun contra sí mismo, el magnate es un postulante mucho más transversal.

Como fuere, por primera vez en años, la presidencia de los Estados Unidos se dirime entre dos candidatos sin demasiado carisma; impopulares, pese a los 40 puntos de favoritismo, y con discursos que devuelven una imagen del sueño americano que quizá pocos quieran ver. Quizá hoy la alternativa sea una especie de transición hasta que la política se autodepure y ofrezca tiempos mejores.

Ahora es el tiempo en que los estadounidenses decidan si, como dice Trump, cierran el libro de la historia de los Clinton. Aunque abrírselo a él puede ser impredecible.

Ola de votos anticipados

El voto anticipado apunta dos tendencias claras: los latinos acuden a las urnas con más pasión que en anteriores comicios, lo que beneficia a Hillary Clinton, pero los negros muestran mayor desgana, lo que favorece a Donald Trump.

¿La primera presidenta? Hillary Diane Rodham nació hace 69 años en Chicago. Antes de cumplir los 28 ya había trabajado como abogada ad honorem para pobres, investigado las condiciones de los trabajadores inmigrantes y cómo el sistema de salud trata los casos de abusos infantiles, y participado del juicio político contra Richard Nixon. Pero dejó el hervidero político de Washington para acompañar a su novio, un también joven Bill Clinton, al estado sureño de Arkansas, donde se casaron y él inició como gobernador su carrera a la Casa Blanca, a la que llegó en 1993. Para entonces, Hillary hacía rato que tenía un perfil propio que la llevó a ser senadora y precandidata presidencial en las primarias demócratas que perdió en 2008 con Barack Obama, de quien sería secretaria de Estado. Quiere ser la primera mujer que presida su país.

Fuente: La Voz del Interior