El capitalismo y las posibilidades de cambiarlo
El psicoanalista y escritor acaba de presentar en Buenos Aires su última obra, en la que desmenuza el momento actual de la sociedad capitalista y se plantea si es posible cambiar un sistema que se presenta como permanente e inmodificable.
12/04/2019 OPINIÓNEl psicoanalista y escritor acaba de presentar en Buenos Aires su última obra, en la que desmenuza el momento actual de la sociedad capitalista y se plantea si es posible cambiar un sistema que se presenta como permanente e inmodificable. Aquí, el capítulo sobre “El carácter ilimitado del capitalismo”.
Por Jorge Alemán
Cualquiera que sea la posible caracterización del capitalismo, en su mutación neoliberal hay un hecho destacado: el carácter ilimitado del mismo. El capitalismo se comporta como una fuerza acéfala, que se expande ilimitadamente hasta el último confín de la vida. Esta es precisamente la novedad del neoliberalismo: la capacidad de producir subjetividades que se configuran según un paradigma empresarial, competitivo y gerencial de la propia existencia. El régimen de dominación neoliberal está sustentado en la “violencia sistémica” porque no necesita de una forma de opresión exterior, salvo en momentos cruciales de crisis orgánicas, y en cambio logra que los propios sujetos se vean capturados por una serie de imperativos donde se ven confrontados en su propia vida a las exigencias de lo “ilimitado”. Desde muy temprano, las vidas deben pasar por la prueba de si van a ser o no aceptadas, si van a tener lugar o no en el nuevo orden simbólico del mercado, porque funciona como un dispositivo imperativo, ejerciendo presión sobre las vidas, marcándolas con el deber de construir una vida feliz y realizada. Recomiendo especialmente el libro de Luciana Cadahia, Mediaciones de lo sensible, el cual desentraña con mucho rigor la lógica del funcionamiento de los dispositivos en el mundo contemporáneo. Esas exigencias del capital explotan sistemáticamente el “sentimiento de culpabilidad” que ya formalizó Freud en El malestar de la cultura, cuyos efectos se ven en la creciente expansión del fenómeno de la autoayuda, cuya realización deviene imposible, precisamente porque el carácter “ilimitado” del capital impide la realización plena que él mismo exige y demanda de forma constante. De este modo, las epidemias de depresión, el consumo adictivo de fármacos, el hedonismo depresivo de los adolescentes, las patologías de responsabilidad desmedida, el sentimiento irremediable de “estar en falta”, el “no dar la talla”, la asunción como “problema personal” de aquello que es un hecho estructural del sistema de dominación, no son más que manifestaciones del poderoso capitalismo contemporáneo, tal y como se confirma en la cultura norteamericana donde son nucleares los distintos relatos de “autorrealización” para sostener la primacía del Yo.
Sin embargo, las exigencias de lo ilimitado del capital conllevan un reverso obsceno que esconde la peor condena de la propia existencia, pues provocan, hasta el extremo, un sentimiento de culpabilidad en los sujetos que va ligado a la propia finitud, ya que esa dominación de lo ilimitado necesita colaboradores deudores de algo imposible de satisfacer. Al respecto, cabe pensar en que algún tipo de “santidad laica” pueda abrirse ante nosotros para salir del circuito culpabilizante de la “salud mental” neoliberal y no ceder a los designios del “consumidor consumido”, con los que se regodea el tiempo histórico que nos toca vivir. Por eso, ahora todo esto debe ser conjugado de otro modo, pues hay ciertas ofertas del capitalismo que se organizan en un “mercado de goce” en cualquiera de sus versiones y donde lo emancipatorio es intentar no obedecer a ciertos supuestos mandatos transgresores del capitalismo. En suma, no aceptar ver, escuchar, comprar lo que cierto mercado del “plus de gozar” viene organizando.
En ese sentido, lo relevante es que ya no se trata únicamente de la clásica alienación marxista, parte extrañada de uno mismo, pues ahora el neoliberalismo se propone fabricar un “hombre nuevo”, sin legados simbólicos, sin historias por descifrar, sin interrogantes acerca de lo singular e incurable que habita en cada uno. Toda esta dimensión de la experiencia humana debe ser abolida al servicio de un rendimiento, que está por encima de las posibilidades simbólicas con las que los hombres y mujeres ingresan en el lazo social. Y eso hace pensar que el carácter ilimitado de la voluntad del capital por perpetuarse, expandirse y diseminarse por doquier, introduce una inevitable pobreza de la experiencia. Porque ¿qué significa pensar, hacer política, desear transformar lo real, operaciones siempre limitadas cuando se enfrentan al poder ilimitado del capital? ¿Qué lugar ocupan la experiencia del amor, la creación poética, la invención científica o lo político, que siempre están referidas al límite? Y es que esa condición ilimitada del capitalismo, y por tanto sin salida, ya no se puede explicar únicamente desde el viejo panóptico ni desde el Leviatán, porque se trata más bien de una voluntad que “se quiere a sí misma”, una mezcla de Matrix con Alien, que conduce a un fin de la historia que, si no se remedia, puede resultar algo catastrófico.
El capitalismo: el mundo hiperconectado
Cuando leemos a diversos autores que describen con todo rigor las distintas mutaciones “antropológicas” desencadenadas por el capitalismo digital, financiero, algorítmico e hiperconectado, siempre surge la misma reserva que mantengo en lo que denomino “izquierda lacaniana”, desde la que se expone la diferencia irreductible entre el modo de producción de subjetividad propia del capitalismo actual y la invariante estructural del sujeto que adviene en Lalengua que se habla y que llega a través del Otro. Decimos la “lengua que se habla” para no confundirla con la elaboración lógica y lingüística que se nombra como lenguaje. Porque, tal como Lacan afirmó en el Seminario XX, el lenguaje no es otra cosa que una elucubración “científica” sobre Lalengua.
Sean como sean las mutaciones y su posible alcance en el orden antropológico, eso no conduce a un nuevo tipo de especie humana. Dado que el “embrollo” incurable y fallido por estructura al que se enfrenta el sujeto en su existencia hablante, sexuada y mortal siempre retorna. La operación que anuda un cuerpo y sus pulsiones a la palabra y al nombre propio, el sobrellevar como se pueda el peso de las identificaciones propias de la inconsistente y pesada novela familiar, la insatisfacción o la imposibilidad del deseo, la voz y la mirada del Otro, etcétera, siguen marcando de modo inexorable, lo que se pone en juego entre el ser hablante y su relación con la vida, impidiendo que pueda hablarse de un hombre nuevo. En ese sentido, aunque vengo insistiendo también en dar cuenta del modo en que este mundo neoliberal incide en los avatares antes comentados, ellos no se pueden borrar de un plumazo en nombre de una constante mutación antropológica. De hecho, en la experiencia de la cura psicoanalítica, escuchando al uno por uno, al que “dice ser”, se constata que esa famosa “mutación antropológica” nunca se ha realizado en su totalidad. Y es que en muchos teóricos de la megaconexión actual subyace un error político propio de su historicismo antropológico: disolver la constitución del sujeto en una subjetividad que en muchos casos es idéntica al devenir del capital. Por eso, la apuesta de una “izquierda lacaniana” debe dar cuenta, con sus recursos teórico-clínicos, de ese error de perspectiva que considero fundamental. Dicho de otro modo, las costuras sociopolíticas que saltan por todos lados, en el mundo del capitalismo de la info-esfera, haciéndolo crujir, pueden alcanzar su inteligibilidad si no se borra en la aparición de la nueva subjetividad capitalista aquello que en el sujeto hace objeción a sus mutaciones antropológicas.
Aunque sí es cierto, como se ha insistido ya en otros textos, que el capitalismo, en su nueva fase neoliberal, se ha constituido en algo más que la extracción de plusvalía en la relación capital-trabajo porque está intentando marcar simbólicamente la vida de los cuerpos hablantes y su experiencia subjetiva. Por ello, en este modo de producción de subjetividad, una pregunta crucial se vuelve pertinente: ¿qué parte de la vida puede eventualmente no ser apropiada por dichos dispositivos de producción? Hace ya bastante tiempo que Lacan anticipó en su enseñanza dos catástrofes en el orden simbólico, lugar donde el “animal humano” se convierte en “sujeto”. En los años 1940, en su primera profecía, Lacan señaló ya el declive de la función paterna, un punto de anclaje vital para que el sujeto se sitúe en algunas coordenadas que le permitan orientarse en la existencia sexuada, hablante y mortal. Era la marcha incesante del discurso de la ciencia ahora devenida en técnica la que propiciaría esa declinación de la función paterna. El otro anticipo era su tesis sobre El discurso capitalista, que en su funcionamiento homogeneizante y circular lograría hacer ingresar y capturar a las distintas experiencias humanas en su circuito interminable y sin corte o ruptura alguna.
Actualmente, después de estas anticipaciones lacanianas, se puede ya revisar el paisaje actual y verificar los diversos estragos del discurso capitalista. En dicho paisaje se encuentran: a) niños malcriados y caprichosos, pero que sin embargo son capturados desde muy temprano por distintos y rígidos protocolos de evaluación según los cuales serán diagnosticados y examinados en sus competencias, siempre en una lógica segregativa, tanto es así que esté bien que un niño se equivoque, según el criterio de los diversos expertos… b) jóvenes que se eternizan como tales en una “vida sin causa”, porque ningún legado simbólico los invita a separarse de una apatía de goce solitario y automático; c) adultos eternamente jóvenes, o que buscan vivir bajo ese mandato de ser joven a cualquier precio, que compran juguetes-objetos en una vida de consumidor-consumido; hombres y mujeres que descubren que su experiencia no ha dejado huella alguna, porque tampoco en sus vidas recibieron un legado simbólico por el que valía la pena luchar; hombres, mujeres y otros sexos asumidos, esperando lo que no llega: no llega el trabajo, no llega una verdad que sorprenda y haga que la existencia se divida , sin refugiarse más en su falsa unidad y no llegan los recursos, mientras a su vez se sienten culpables por envejecer o morir; f) hombres que matan a mujeres dominados por la desaparición de su virilidad y asediados por su impotencia en el amor; g) ancianos hacinados, absolutamente destituidos en su palabra y su experiencia de saber esperando una muerte indigna en instituciones horrendas.
Y qué decir del nefasto término “resiliencia”, que revela de un modo privilegiado las exigencias superyoicas del modo de producción de subjetividad neoliberal. El famoso término en absoluto es un elogio del coraje implicado en el deseo, más bien demanda una sumisión despolitizada al siguiente mandato: hagan lo que hagan contigo, vamos a premiar que lo soportes y haremos de esto una cualidad que te designa. Es un término hecho a la medida exacta del nuevo capitalismo que reclama que por abstracta y opaca que sea la fuerza que siempre te pide más, la virtud reside en quien se somete a ella, expresando la voracidad superyoica del neoliberalismo. Lo que evoca y vuelve indispensable la precisa indicación de Gramsci llamando a no confundir nunca optimismo con entusiasmo.
Tal vez en este abrupto paisaje contemporáneo, donde se podrían dar muchos más testimonios de la erosión de los lazos sociales provocadas por el capitalismo, se pueda admitir actualmente que una política con trazos emancipadores debe disponer de una teoría del sujeto y las posibilidades que puede desplegar en una praxis, donde su vida no esté totalmente cautivada por la trama del mercado y su despliegue. Finalmente se trata de pensar, por parte de la izquierda, en un orden simbólico que no sea inventado por nadie, tampoco por el capitalismo, para que pueda tener lugar la vida inapropiable, pues Lalengua habita el Común que no pertenece a nadie. Y eso constituye un grave problema actual para aquellas elaboraciones discursivas que aún se proponen construir un esbozo de una lógica política de la emancipación. Porque indudablemente deben tarde o temprano pasar de una lógica de la resistencia a una propuesta afirmativa de proyecto futuro. Cuestión sumamente espinosa en un período de la historia donde el porvenir se muestra con las señales del Apocalipsis. Incluso por difícil que sea la tarea, la cuestión de una nueva Internacional de una izquierda popular se impone como tal. En ella se debería hacer una revisión teórica diferente de la Shoah. El terror estalinista que luego continuó en Rusia y en China, impidió que se extrajeran y analizaran las verdaderas consecuencias del Holocausto, “sacrificio a los dioses oscuros” tal como lo designó Lacan. Aún quedan muchas lecturas pendientes al respecto, en clave tanto marxista como lacaniana, que merecen ser desplegadas después de tantos años de las llamadas “respuestas democráticas al Totalitarismo”.
En la complejidad de semejante panorama, donde el capitalismo, en su mutación neoliberal posfascista, no aparenta tener contradicciones que de modo inmanente lo conduzcan a su final, resta sólo una brecha que los proyectos nacionales, populares y emancipadores deben tener en cuenta: el neoliberalismo, en la heterogeneidad cambiante de sus formas, sólo dispone de una administración económica represiva, a la que sus representantes definen como “gobernanza”. Dicho de otro modo, no dispone de ninguna capacidad para articular pueblo, nación y Estado. De ahí sus inevitables apelaciones al surgimiento de una identidad xenófoba y racista para darle un nuevo contenido a la nación. Por tanto carece de legitimidad para construir un gobierno democrático. De esta brecha y sus posibles derivas políticas depende, a mi parecer, el futuro de la condición humana. Porque en esta brecha entre el neoliberalismo y la democracia es donde aparecen las condiciones, aún impensables, de un final del capitalismo. Ese final para el que aún no disponemos de nominación alguna.