El cuco no es uno solo

Es cierto que la actividad política tiene un alto componente ficcional. 

Es cierto que la actividad política tiene un alto componente ficcional.

La modalidad argentina se caracteriza por exacerbar ese elemento.

Miguel Ángel Pichetto fue presentado por el periodismo y los consultores oficialistas como una gran movida de Casa Rosada, en lo que se pareció a tratar de empardar a CFK porque impactó al bajarse para subirse de otro modo.

La única verdad es que Macri recurrió a Pichetto tras las negativas de Juan Manuel Urtubey y Ernesto Sanz, más la certificación de que ya no había tiempo para instalar una candidata joven de recorrido y carisma, mínimos, como para dar pelea pareja.

Tampoco había forma de rescatar alguna otra figura competitiva en el radicalismo, al que Macri le prodiga una profunda desconfianza.

Pichetto es el resultado de ese descarte, y mal puede entonces adjudicársele el carácter de sorpresa buscada.

Podrá pensarse lo que se quiera de Cristina y su decisión, y de cómo vaya a salirle. Lo que no se puede es negar que ella la elaboró hace tiempo y de a poco, desde la recomposición de relaciones con Alberto Fernández.

Muy por el contrario, Pichetto es prácticamente el último lance de fórmula que le quedaba al macrismo y, si acaso les saliera bien, será por lo que hagan de acá en adelante. Nunca porque vinieran elucubrándolo. Lo de gran movida, en consecuencia, te la debo.

Pero eso no es todo en materia de ficciones, porque además resulta que el senador les allega a los macristas un ingrediente peronista.

Hay dos partes en ese cuento.

La primera es que, si el significado de “peronismo” corresponde a la mejor versión de esa corriente histórica en su sentido de regular los desequilibrios sociales, el rionegrino es un ajeno por completo porque hace rato que sus definiciones económicas y generales están exactamente en la vereda opuesta.

Lo revela él mismo con sus alusiones xenófobas, además, y acaba de agregarle la pimienta macarta de acusar a Axel Kicillof por comunista.

Hasta puede decirse que Pichetto venía militando para que Macri terminara de seducirlo.

Será un político hábil. Será obediente, como siempre lo fue, con la estructura que le toque a su profesionalismo. Será un muy buen declarante y habrá que ver si en campaña llega a la estatura de orador, aunque en ese aspecto es de lo mejorcito que consiguió el otrora Cambiemos para asentar su núcleo duro (so pena de que para el gorilaje más extremo es un sapo del África Central).

Pero rotularlo en la actualidad como peronista es casi una extravagancia.

La segunda parte del relato, trabajada por la propaganda oficial  bajo el argumento de que “hay peronistas y peronistas”, consiste en que Pichetto le da “amplitud” al espacio de Macri. Con eso se puede estar de acuerdo, aunque no en la dirección publicitada sino en la de que se agrega derecha a la derecha. Un conservador de aquellos, con el agregado de rasgos manifiestamente fachos.

Fuera de tal apreciación ideológica, ¿de qué amplitud concreta estarían parloteando?

¿Qué territorios e influencia maneja Pichetto? Nada. Nada que no sea una proyección de imaginario.

En todo caso, es interesante que los cambiemitas, sin perder de vista que la jugada fue de última, tuvieran que caer en un político profesional para dar imagen de que están dispuestos a tejer por ahí.

Con el discurso zen de la antipolítica y de los empresarios puestos a conducir vieron que se iban a pique. Por lo tanto, inventan que admiten la necesidad de ser amplios en la rosca.

Y al cabo, tampoco nada modifica que la fórmula oficialista realmente existente es dólar quieto e invención inflacionaria a la baja. Asimismo ya dicho, el aumento de precios de un año hasta acá llega a cerca del 60 por ciento. Inédito en tres décadas, pero la noticia es que la inflación está bajando.

Según encuestas tanto públicas como reservadas que se conocieron recientemente, alrededor de un tercio del electorado definirá su voto entre los próximos tres meses y el mismo día de los comicios.

Sin entrar en mayores disquisiciones al respecto sobre fechas de primarias, primera vuelta y eventual ballottage, se cita el dato porque, aun sin ser afectos ni mucho menos a la encuestomanía electoral, hay verosimilitud por encima de aroma a números operados.

¿O acaso no hablamos, por enésima vez, de esa franja de vacilantes e impasibles que está bien lejos de una politización asumida?

Esto es: politizados estamos todos, todo el tiempo y en todas partes, pero afrontar la condición de tales es tan otra cosa que, si así no fuera, viviríamos en el paraíso universal de la conciencia de las masas.

Que esté en duda si habrá una mayoría o primera minoría efectiva para acabar con el modelo macrista que perjudicó, incluso y cómo, a quienes votaron por él, basta para tener idea de la dimensión que porta esta batalla. Que es de ideas, precisamente. No muy grandes, si se quiere.

Intentar salir de a poco del espejismo surgido en la expectativa hacia el rico confiable para el mundo, que multiplicó pobres, inflación, indigentes, deuda externa; que produce 50 pymes cerradas por día; que como proyecto estratégico se jugó por el apoyo productivo de inversionistas extranjeros, justo cuando el capital monopólico mundial tiene el signo de endeudar ilimitadamente a las periferias mediante programas de ajuste.

O intentar creer de nuevo en las profecías de quienes nunca resolvieron nada en términos de repartir mejor.

¿Dónde se vio que dé resultados positivos un programa del FMI?

¿Cuándo pasó, y por qué podría pasar, que ahorcar al Estado devengue en beneficios para las grandes mayorías?

¿En qué momento de cuál país les acomodó la vida económica a quiénes el achicamiento del déficit fiscal?

Argentina vive una situación social –que no política ni financiera– de crecientes semejanzas a la de 2001.

La malla protectora que dejó el kirchnerismo, ya no expansiva, es aguantada a duras penas en el conurbano bonaerense al solo efecto de evitar estallidos. Es en lo político donde Heidi teclea, para espanto casi decisivo del macrismo.

A medida que se acerquen las elecciones, el Gobierno volcará cuantos fondos le hagan falta para pelear una provincia que, de perderla, le augura un final dramático del mando nacional. Solamente puede contrastar a ese karma recreando fantasías de estabilidad, en los sectores de clase media refractarios al peronismo. O mejor dicho, a Cristina.

Aquello de sentirme mejor aunque me vaya peor, de puro gorila o de puro inconsciente.

¿Es tan complicado de entender?

Evidentemente sí, porque de lo contrario no estaría corriéndose el riesgo, o haciéndose la pregunta, de que Macri pudiera volver a imponerse.

Lo seguro no es qué pasará si ganan Fernández y Fernández, por mucho que, en definitiva, el Frente de Todos convoca en lo básico a un grueso de alianzas sectoriales para reacomodar tantos, capaces de volver a un modelo de capitalismo distributivamente más equitativo, sin la vergüenza de que un país con los recursos de éste sea una exhibición de gente durmiendo en la calle, sacando créditos a tasas usurarias para pagar tarifas, con la mitad de su industria parada. Con hambre.

Lo seguro es a dónde se irá a parar (en rigor, a dónde se continuará yendo) si la porción de irresolutos no es convencida, con propuestas firmes, de que el salto al vacío es Macri.

La invención forzada de Pichetto; la probabilidad de gobernadores sibaritas con lista corta; la euforia de los mercados; el duranbarbismo reciclado; el aparato mediático-judicial; la promesa de que ahora sí los cambiemitas tienen vocación de construir política por fuera de su círculo de CEOs… nada de esa batería, sin tampoco subestimarla, debería alcanzarle al oficialismo para vencer a una unidad opositora inteligente.

Eso quiere decir, supone un mero comentarista, demostrar que el cuco es uno solo.

Por Eduardo Aliverti

Fuente: Página 12