El fenómeno de la abstención electoral

Estar enojado con la política o desinformado no se justifican como excusa. La abstención como modo de protesta o el desinterés cívico transforma al ciudadano en un espectador pasivo y daña a la democracia.

Estar enojado con la política o desinformado no se justifican como excusa. La abstención como modo de protesta o el desinterés cívico transforma al ciudadano en un espectador pasivo y daña a la democracia.

La historia política de la Argentina tiene numerosos casos registrados del fenómeno llamado abstencionismo. En la última mitad del siglo XIX y principios del XX, algunas agrupaciones decidían no participar de las elecciones debido a variados reclamos que se originaban en las particulares condiciones políticas del momento. Más acá en el tiempo, la palabra proscripción fue el argumento principal de la decisión de determinados grupos de instar a sus adherentes a que no concurran a depositar su voto en las urnas.

La recuperación de la democracia en 1983 significó la reivindicación de la participación popular en la elección de sus autoridades. Los porcentajes de las dos primeras décadas superaban ampliamente el 80% de ciudadanos empadronados que habían concurrido a votar. Pero luego de la crisis de 2001, los números comenzaron a descender de manera gradual hasta llegar a los preocupantes índices que hoy se registran en las elecciones provinciales. La muestra más significativa fue la de nuestra Córdoba, en donde bastante menos del 70% de la ciudadanía participó de la elección del nuevo gobernador.

A esta circunstancia debe añadirse el alto porcentaje de voto en blanco que, especialmente en las categorías de legisladores y tribunales de cuentas, superó las previsiones. Un ejemplo ilustrativo se dio en nuestra ciudad. Si bien la participación ciudadana alcanzó el 74%, varios puntos por encima del promedio provincial, se verificó que el voto en blanco llegó casi al 7% en la elección de gobernador y vice; trepó al 8,3% en la de intendente y superó el 22% en la columna para legisladores provinciales distrito único.

La ausencia cada vez más notoria de parte de la ciudadanía en las elecciones tiene su fundamento en lo que habitualmente se denomina «voto bronca». La baja o nula confianza en el sistema político y en la dirigencia inhibe la participación electoral. La mentira, la impunidad, las prácticas reñidas con los más elementales principios republicanos y la sensación de que todo es lo mismo acrecienta la desconfianza existente y fortalece la idea de que ninguna de las agrupaciones que presentan candidatos generará cambios en sus vidas. Esto determina que el ciudadano se quede en casa. Ayuda para ello la ineficacia comunicacional y administrativa de las autoridades electorales que, en esta elección incluso, admitieron que no se cobrarán las multas previstas por violar la disposición de la obligación legal de concurrir a votar. Además, si a algún funcionario se le ocurre aplicar la ley, el Congreso dicta una amnistía para los que incumplieron su deber y a otra cosa.

En lo referido al voto en blanco que fue muy alto en algunas categorías de la última elección cordobesa, otro elemento se ha podido detectar. Fueron numerosos los presidentes de mesa que han señalado la escasa información que tenían las personas, tanto en lo referido a las candidaturas como, especialmente, en la utilización de la Boleta Única. Esta circunstancia podría haber generado «errores» al momento de marcar las opciones preferidas. Y denota, además de la lógica expresión de malestar ya señalada, tanto el desinterés de algunos ciudadanos por cumplir con responsabilidad su rol, como la ineficacia del Estado y de los partidos políticos en su esencial tarea de incentivar, informar y formar en la importancia del acto electoral para la democracia y en el manejo del instrumento para sufragar.

El voto no es solo un derecho. Es una obligación. Impuesta por la ley, sí. Pero también por la ética que implica ejercer la ciudadanía. Estar enojado con la política o desinformado no se justifican como excusa. La abstención como modo de protesta o el desinterés cívico transforma al ciudadano en un espectador pasivo. El voto, por cierto, una necesaria herramienta para empezar a revertir la decadencia argentina. No ejercer esta obligación, desentenderse de las cuestiones públicas, daña a la democracia.

Fuente: La Voz de san Justo