El jardín de infantes del Hospital Ramos Mejía no pudo comenzar las clases
La comunidad educativa del jardín de infantes Nº6 del Hospital Ramos Mejía vivieron un inicio de clases diferente, con las puertas del jardín cerradas y un acto de protesta
03/03/2020 MUNICIPIOSLa comunidad educativa del jardín de infantes Nº6 del Hospital Ramos Mejía vivieron un inicio de clases diferente, con las puertas del jardín cerradas y un acto de protesta. Padres, madres, niñes y docentes comenzaron el año exigiendo que no se realice el traspaso del jardín a un edificio de la manzana 66, en Catamarca 342 y Belgrano, que además todavía está en obra.
El reclamo es porque el gobierno porteño intenta cerrar el jardín del Ramos Mejía y habilitar en su lugar el de la manzana 66, con lo que en vez de ampliar la matrícula, ya exigua, se reducirían las vacantes disponibles.
“Si abren los dos jardines, como corresponde, se abarcarían 800 vacantes en total”, señaló Verónica Ferreira, que este 2 de marzo cumple veintiocho años de docencia dentro del jardín. Tras el reclamo de la comunidad educativa, el gobierno porteño retrasó el inicio de clases para el miércoles 4 de marzo, pero padres y madres aún no fueron notificados sobre el lugar donde sus hijes comenzarían las clases.
«Mudar el jardín es restar vacantes»
“Mudar el jardín es dejar sin vacantes a 350 chicos que podrían ingresar al sistema educativo”, señaló María José Gutiérrez, secretaria del nivel inicial de la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE), en referencia a los nuevos lugares que se abrirían en el nuevo jardín si los chicos del Ramos Mejía se quedan. El martes por la tarde, padres y madres del jardín deberán concurrir al nuevo establecimiento para conocer las instalaciones, que hasta el viernes pasado seguían en obra.
Alrededor de las diez de la mañana, dos horas más tarde del horario habitual en que los chicos del primer turno empezarían las clases, comenzó a sonar «sube, sube», la canción que musicalizó el izamiento de la bandera plantada en medio de la calle frente a las puertas cerradas del jardín. «Cómo los bebés van a estar allá si los papás están acá”, se preguntó Morena, que hoy empieza su último año en el jardín, en la sala de cinco. Después de hablar al micrófono para pedir “que no cierren el jardín”, corrió a esconderse tras un auto. Sus compañeras de sala ya habían encontrado escondites detrás de un árbol o entre los adultos, y a otra le tocó contar hasta diez y salir a buscarlas.
Ingrid Rotela tiene 28 años y lleva a sus dos hijas, de dos y tres años, al jardín del Hospital, donde trabaja en el sector de farmacia. “Yo estoy todo el día en movimiento, preparando salas, atendiendo pacientes y proovedores, no es un lugar accesible para estar con niños”, relató. Según Rotela, por cada servicio del centro de salud hay al menos tres personas que llevan a sus hijes al jardín. El viernes pasado, al concurrir a la reunión en la otra escuela, perdió casi dos horas entre ida y vuelta “y por primera vez desde que soy madre me cuestionaron en el trabajo por ausentarme tanto tiempo”. Del carrito que Cecilia empuja por la calle Venezuela, cuelga un cartel: “Yo quiero ir a mi jardín. Sebastián – sala de 3”. Ella también estuvo en el edificio al que el gobierno porteño quiere mudar el jardín que eligió para su hijo. “Yo trabajo todo el día y elegí este jardín porque tiene horarios extendidos”, señaló la mamá de Sebastián, que esta semana tuvo que “hacer malabares” entre el trabajo y la casa de su hermana, donde pudo dejar a su hijo algunos días. “Para la semana que viene ya no tengo a nadie que me lo cuide”, afirmó.
“Cuando le conté a Ema lo que está pasando, ella me dijo que vengamos a cenar al jardín y nos quedemos a dormir, así nadie iba a poder sacarnos”, relató a Página/12 la mamá de Ema, que trabaja como cajera en un supermercado del barrio y por eso eligió el turno tarde para sus hijes. El primero en concurrir al jardín del Ramos Mejía fue su hijo, que ahora ya pasó a la primaria. “A los cuatro años le diagnosticaron TGD (Trastorno Generalizado del Desarrollo), pero un año antes ya lo habían notado las maestras y me lo habían dicho, es un jardín muy inclusivo y dedicado”, afirmó.
Un edificio a medio hacer
El 18 de febrero, fruto de los reclamos de la comunidad educativa, el juez Marcelo López Alfonsín llamó a audiencia pública. Este viernes 6 de marzo hará una inspección ocular en el edificio nuevo para determinar si está en condiciones de recibir a les niñes. “A pesar de que el juez todavía no tomó una decisión, el área de educación inicial del Gobierno de la Ciudad, obliga a las maestras a cumplir horas en el otro jardín”, señaló a este diario Gutiérrez y advirtió que además “cuando los padres quieren inscribir a los chicos en el jardín del Ramos Mejía, les salta la dirección de la calle Catamarca”.
En ese edificio, “hasta el viernes los padres pidieron conocer los salones y les dijeron que no, porque todavía no estaban habilitados”, señaló Verónica Ferreira. Su hijo, que ahora tiene 23 años, también fue alumno del jardín. “Al patio le faltan baldosas, en la cocina no hay gas y la electricidad funciona mediante un grupo electrógeno”, relató una de las madres que fue a conocer el jardín de la manzana 66.
«Necesitamos los dos jardines»
La construcción del jardín de la manzana 66 –entre las avenidas Belgrano y Jujuy, y las calles Moreno y Catamarca– fue un logro de vecinos y vecinas de Balvanera, agrupados en la “Red Manzana 66” desde el 2014. “Cuando nos enteramos de que se iba a hacer un estadio con hoteles y patios gourmet en nuestra manzana, presentamos un proyecto alternativo para que se haga la escuela y la plaza”, relató a Página/12 Alberto Aguilera, vecino de la manzana 66. El proyecto de los vecinos fue aprobado en 2016, con la promesa de un jardín de infantes y maternal que alojaría a 300 chicos y chicas. “Tenemos la necesidad de que funcionen ambos jardines”, afirmó Aguilera.
“Este jardín no es solo el más requerido por su nivel pedagógico, sino que es un espacio histórico porque es producto de una lucha de los trabajadores del hospital durante los ochenta”, señaló José Machain, vecino del barrio, que desde abril del año pasado manda a su hija de poco más de un año al establecimiento del Ramos Mejía.
Cuando empezó a sonar el himno nacional como cierre de la jornada, las chicas y chicos dejaron las escondidas y se unieron a la ronda de adultos, alrededor de la bandera. Entre los guardapolvos celestes cuadrillé de docentes, se intercalaban los blancos de trabajadores del hospital. “El Ramos no se cierra, el Ramos no se va”, cantaron en conjunto.