El loco, el gato y las Provincias Unidas

Es innegable que el paisaje social argentino está en un proceso de deterioro progresivo alarmante. Cada vez más veloz y más profunda, la pérdida de calidad de vida en este país es impactante, sobre todo para las clases medias y bajas y ni se diga el inmenso pobrerío que se aglomera en todos los suburbios urbanos.

Es innegable que el paisaje social argentino está en un proceso de deterioro progresivo alarmante. Cada vez más veloz y más profunda, la pérdida de calidad de vida en este país es impactante, sobre todo para las clases medias y bajas y ni se diga el inmenso pobrerío que se aglomera en todos los suburbios urbanos. Lo que es un indignante contrasentido en un país que es un vergel.

Lo cierto es que la realidad cotidiana, negada solamente por el actual gobierno, va conformando un lamentable paisaje que a este paso será socialmente atroz y violento en poco tiempo más.

En particular es el deterioro salarial lo que se ha profundizado, provocando un abrupto y vertiginoso déficit alimenticio, sanitario y educativo de la niñez argentina. Millones de familias ­–sí, millones– ya no pueden afrontar mínimos gastos para sobrevivir, comer, educar. Y tan brutal y veloz está siendo este proceso que ya es obvio que el desguace del sistema productivo nacional va a producir peligrosos resentimientos a medida que se sigan expandiendo el desempleo generalizado y la ausencia de un Estado protector y proveedor.

En estos contextos, es también obvio que se corren serios riesgos de descalabro institucional como país federal, porque son 47 los millones de argentinos sometidos a un Poder Ejecutivo desalmado y sectario que viene provocando –¡y no sin goce perverso!– que el federalismo constitucional y la paz social se debiliten y quebranten hasta extremos nunca antes vistos.

Hoy esta república está en manos de un imprevisible y psicopático primer mandatario cuya personalidad manifiesta absoluta falta de empatía hacia las demás personas, así como ausencia de remordimientos o culpas cuando daña a terceros. Lo cual increíblemente hasta parece agradarle.

Claro que también en la política el panorama es alarmante: más de la mitad de los 24 gobernadores de las provincias federadas se ubica en posiciones cuestionables.

Por lo menos hay 8 mandatarios provinciales fuertemente colonizados y por el momento irrecuperables para un sistema democrático protector del pueblo: son los gobernadores de las provincias de Córdoba, Mendoza, San Luis, Santa Fe, Corrientes, Salta, Jujuy y Tucumán, casi todos ellos dirigentes del PRO, la UCR y JxC, junto a un peronista de ultraderecha: el tucumano Osvaldo Jaldo.

Por su parte, los gobernadores de otras 6 provincias se mantienen hasta el momento relativamente silenciosos, si bien la matriz electoral de todos ellos en las pasadas elecciones fue parecida: son los de Catamarca, Misiones, Chaco, Entre Ríos, Santiago del Estero y San Juan.

Y sólo se perciben gobernadas con autonomía 4 provincias: Formosa, La Rioja, La Pampa y Buenos Aires, esta última a cargo del gobernador Axel Kicillof, sometido a tensiones y tironeos por los mentimedios y desde el propio peronismo.

A esas 18 provincias hay que añadir 5 más: las patagónicas ­Río Negro, Chubut, Neuquén, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Que con la limítrofe provincia de La Pampa, forman la media docena de gobernadores que firmó un ardoroso documento entre amenazante y furibundo en el que protestan porque el Ministerio de Economía nacional no le entrega a Chubut recursos retenidos por $ 13.500 millones en concepto de deuda. Lo que desató la furibunda decisión del joven gobernador Ignacio Torres (PRO y JXC) al bramar que «entonces Chubut no entregará a la Nación su petróleo y su gas».

Los intercambios han sido coloquialmente durísimos: «repudiar tajantemente el ataque que está haciendo el Gobierno Nacional a una provincia hermana»; «no aceptamos patrones de estancia ni el unitarismo de quienes se creen que van a poder pisar a las provincias»; «responder con acciones contundentes en caso de que el Ministro de Economía de la Nación persista en retenerle a las provincias los fondos que por derecho le pertenecen»; «Los gobernadores no son empleados del Poder Ejecutivo Nacional ni están sujetos a órdenes» y así siguiendo hasta cerrar, amenazantes: «Si el Ministerio de Economía no le entrega a Chubut sus recursos entonces Chubut no entregará su petróleo y su gas. Quitarle a una provincia más de un tercio de su coparticipación es una acción criminal, que persigue el objetivo deliberado de hacer sufrir a sus habitantes».

El documento de los 6 mandatarios patagónicos terminó afirmando: «Ningún gobernador lo va a consentir ni permitir, porque se juega la existencia misma de la República Argentina». Y así blindaron una posición común en contra de otra arbitraria decisión del presidente, aunque ninguno de ellos parece haber sido, hasta ahora, ejemplo de sostenido patriotismo.

Además debe tenerse en cuenta que, en caso extremo, nada garantiza que una mayoría de los 24 mandatarios no acabe aceptando pasivamente la destrucción del federalismo constitucional, porque ellos igual tendrían (o eso parecen creer algunos) asegurados los porotos.

Y del otro lado quedó clara una de las estrategias presidenciales más perversas: distraer a todo el país con gritos destemplados, burlas, acusaciones, payasadas, estupideces y provocaciones tuiteadas.

Por eso cada vez son más numerosos los nucleamientos de ciudadanía de acendrado patriotismo que vienen impulsando propuestas políticas de cuño indefectiblemente federal y urgente. Y que conscientes del sano rol democrático no están pendientes de las insanías mentales del presidente y no le hacen el juego.

Así las cosas, lo verdaderamente más grave podría anidar en otras hipótesis:

a) que continúe la degradación veloz que promueven el presidente y su banda de apátridas ignorantes, manipulados por poderosas huestes empresariales y el macrismo residual y sus trolls.

b) que se produzca una explosión popular violenta y masiva capaz de llegar a ser sangrienta por imprevisible, y cuyos resultados en todas las hipótesis son absolutamente indeseables.

c) que los poderes mundiales decidan mantener la situación de crisis de la Argentina, pero manipulando el ritmo y eternizando el desguace y la claudicación, a fin de que se profundicen tensiones y violencias y el desgaste social sea definitivo y acaso sangriento, lo cual no sería disgustable para esos poderes, acostumbrados a provocar guerras y holocaustos.

d) que se abra un período de diálogos entre algunos o todos los gobernadores con los poderes mundiales, en aras de salidas negociadas con cierta autonomía, condicionada y monitoreada por esos poderes extranjeros, y siga o no ese loco formalmente en la presidencia. Lógicamente, se contaría para esto con acuerdo de las dirigencias políticas y económicas argentinas más retrógradas y retardatarias.

e) que aunque completamente imprevisible pero no necesariamente descartable, en caso extremo nuestro territorio nacional pueda ser o sea convertido en sangriento escenario, descontrolado e incontrolable, si acaso potencias mundiales –y/o gobiernos o coaliciones regionales americanas– se atreviesen a intervenir militarmente en territorio argentino, lo cual no es necesariamente descartable y podría ser interpretado como un sinceramiento de la anarquía reinante, que se agudizaría si cualquier fuerza militar se atreviese a intervenir en nuestra Patria.

Como se aprecia, el panorama no es en absoluto alentador y obliga a permanecer atentos y vigilantes y a nunca abandonar –y algún día cristalizar– el sueño legado por Juan y Eva Perón: una Argentina JUSTA, LIBRE Y SOBERANA.

No vaya a ser que detrás de todo eso pueda haber, como se dice vulgarmente, gato encerrado. Gato. O sea.@

Por Mempo Giardinelli

Fuetne: Página 12