El riesgo del precipicio
Los debates, los tironeos, las negociaciones, todo plagado de idas y vueltas, de bravuconadas varias y de contradicciones lamentablemente ostensibles, pululan en el espacio político.
09/02/2024 OPINIÓNLos debates, los tironeos, las negociaciones, todo plagado de idas y vueltas, de bravuconadas varias y de contradicciones lamentablemente ostensibles, pululan en el espacio político. Sin excepción, todas y todos los protagonistas de estas escaramuzas dicen hacerlo en bien de la ciudadanía y de la democracia, aunque en la mayoría de los casos lo que se pregona es una democracia vacía de personas de carne y hueso: de los que sufren por falta de alimentos, por hambre o por falta de empleo y de quienes, por otra parte, son reprimidos de manera indiscriminada e inescrupulosa por el solo hecho de querer manifestarse o, sencillamente, por ejercer tareas profesionales, como les ocurrió a decenas de periodistas. Sin embargo, todo tiene una justificación desde el relato de los intérpretes. No debe sorprender tampoco que la mayoría de los diputados usen banales argumentos para negar un cuarto intermedio en una sesión maratónica para no prestar atención a la represión fuera de lugar que fuerzas federales practicaban en torno al propio edificio del Congreso. ¿Para qué? Al fin al cabo… esas escenas no forman parte ni de su mundo ni de sus prioridades. Es una manera muy propia del macri-mileismo y sus aliados (no importa si más o menos blandos) de proclamar “la libertad… carajo”.
Quedó claro que el PRO es parte esencial de la gestión de la La Libertad Avanza: perdieron las elecciones pero ahora cogobiernan. Es evidente también que la casta (¿lo peor de la casta?) está también en acción. Porque participa activamente en el canje de votos por favores o prebendas sectoriales o porque, como demostró un estudio de la CELAG, la mayoría de los funcionarios designados ya fueron parte de gestiones anteriores. La casta está… y gobierna. Tampoco paga al ajuste.
Javier Milei y sus pocos operadores se mueven en oscuras negociaciones para remendar la “ley bases” y poder mostrarla como un triunfo a pesar de todo y de que nadie conoce a ciencia cierta cuál es el destino final y la suerte última de la norma. Mientras recula, el Presidente sigue sosteniendo que “no se negocia nada” y sus operadores navegan desconcertados en medio de un mar agitado por presiones del más diverso tipo, de orden político, corporativo y sectorial. Mientras, la ministra Patricia Bullrich apuntala la política del mileismo cuando sostiene que no está dispuesta a quedarse “a mitad del camino”. La represión indiscriminada y el atropello al legítimo derecho de demanda ciudadana es parte de la misma estrategia política del oficialismo. Como también lo es que la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, se rehúse a reunirse con los referentes de los movimientos sociales, se comprometa a recibir personalmente a “todos los que tienen hambre” y, paso siguiente, deje pagando a quienes de manera pacífica formaron fila para ser atendidos. Como bien lo dijeron los obispos católicos, “la comida no puede ser una variable de ajuste”.
Es muy preocupante la instalación de la violencia (por hambre, por represión, institucional, simbólica y de todo orden) como algo normal. Tampoco se puede admitir el agravio personal (ninguno, contra nadie y de ningún tipo), físico o por redes sociales a quien piensa diferente. La aceptación de la violencia como parte de la disputa política, social y simbólica no puede conducir sino a una calamidad aún mayor a la que se transita y con consecuencias imprevisibles.
Mientras tanto, la catástrofe social, particularmente la crisis alimentaria, sigue creciendo a pasos agigantados, sin que los reclamos puedan ser canalizados y atendidos ni siquiera por las innumerables iniciativas solidarias que se multiplican a lo largo y ancho del país. No hay escucha ni disposición para atender la gravedad de la hora porque lo único que interesa y tiene valor es alcanzar el déficit fiscal cero o darle a Milei herramientas de gobernabilidad. ¿Para qué? Como se ha dicho tantas veces, en el cementerio no cuenta el déficit cero.
No la ven… o no la quieren ver.
No menos cierto es que, enredada en sus propios dilemas, la oposición no encuentra o carece de capacidad y credibilidad (¿intenta?) para generar respuestas significativas y eficaces para la hora.
Crisis alimentaria y de sobrevivencia, violencia de todo tipo, fragmentación, inexistencia de escucha y represión forman parte de un cocktail tan grave como explosivo. Solo la solidaridad creativa, pero también la disponibilidad para abandonar –así sea por un momento– el propio dogmatismo, la ventaja personal o sectorial, el revanchismo y todos los males que ello conlleva, para atender a la realidad del pueblo pobre y siempre sufriente, nos puede salvar de una catástrofe mayor y de imprevisibles consecuencias. Todas y todos debemos poner un pie en el freno si, efectivamente, hay un resto de sentido ciudadano.
La pregunta es quién puede dar el primer paso en ese sentido. ¿Hay quienes puedan intentarlo? Sin perder de vista que, sea quien sea el que tome la iniciativa, la salida es transversal, multisectorial, con diversidad política y organizacional. Nadie se salva solo y uno solo no salva a nadie. Si no hay o no aparecen actores que apunten en ese camino, la caída al precipicio será inevitable.
Por Washington Uranga