Elecciones al ritmo del dólar

Se aleja el vendaval de las PASO y nos deja una grieta indeleble. De sus profundidades surge un gobierno débil, pero a la ofensiva.

Se aleja el vendaval de las PASO y nos deja una grieta indeleble. De sus profundidades surge un gobierno débil, pero a la ofensiva. Detrás de un relato triunfal – apoyado por el blindaje de los medios de comunicación y la manipulación del conteo de los votos – los hechos parpadean furiosos y nos gritan que dos de cada tres argentinos votaron por un proyecto distinto. Esto se oculta tras nuevas violaciones a la legalidad institucional: desde la persistente negación de una desaparición forzada, al involucramiento de máximas autoridades de los tres Poderes en la “limpieza” del Consejo de la Magistratura, pasando por aprietes de todo tipo a gremialistas y dirigentes de la oposición. Todo esto, inmediatamente después de las PASO. Al mismo tiempo, una lectura del escrutinio en clave de “ pos-verdad” califica como éxito oficial el haber plasmado una “nueva realidad” constituida por intenciones y aspiraciones atribuidas a los votantes. De un plumazo, la falsedad es sustituida por un término equivoco: pos-verdad, y la subjetividad de los votantes y de los analistas reemplaza al mundo de lo factico y del análisis objetivo. La posibilidad de dimensionar la fortaleza del gobierno a partir de un análisis de las relaciones de fuerza desaparece de la escena. En lo que sigue, intentaremos aproximarnos a este objetivo.

La apertura al mundo de Macri constituye el talón de Aquiles de este gobierno. Hoy el funcionamiento diario del gobierno depende totalmente de la entrada de dólares obtenidos a través del endeudamiento externo y la afluencia de capitales golondrinas que, atraídos por la bicicleta financiera con las Lebac, hacen ganancias especulativas extraordinarias. En este contexto, los intereses de la deuda externa y la fuga de capitales enlazan al país a una coyuntura financiera internacional signada por una crisis sistémica inédita. El fenómeno Trump potencia la fragilidad económica global. Un “golpe blando” ha acorralado a un presidente elegido democráticamente, y lo ha colocado al borde de la destitución. En estas turbulencias políticas, la tensión geopolítica sumada al posible default técnico de la deuda pública norteamericana en diciembre y a la consiguiente clausura del gobierno, amenazan a las finanzas internacionales y desnudan la vulnerabilidad de nuestro país ante las decisiones que pueda adoptar, en cualquier circunstancia, la Reserva Federal norteamericana. Así, la evolución de las tasas de interés y del dólar afectan a nuestra capacidad de endeudamiento externo y a los movimientos de los capitales golondrina. Si la bicicleta financiera se desacelera o se interrumpe, una masa de dinero superior a la base monetaria se volcará a la compra de dólares culminando en fuga de capitales. Solo el 20 por ciento de los 49.000 millones de dólares de reservas del Banco Central es de libre disponibilidad y puede ser afectada al control de una corrida. Si esta última se descontrola, el gobierno enfrenta un callejón sin salida. Como veremos enseguida, esta posibilidad asomo en vísperas de las PASO.

Desde un inicio, el principal desafío al gobierno surgió al interior de su base de apoyo. Históricamente, los sectores empresarios que controlan monopólicamente los puntos estrategicos de la economía, han aumentado sus ganancias y rentas monopólicas a través de la suba descontrolada de precios. Por este medio han absorbido ingresos del conjunto de la población, pero también han disputado entre si una mayor cuota de esos ingresos. Hoy asistimos a la reiteración de este fenómeno, en un contexto nuevo. Este gobierno, con legitimidad de origen y representando a los sectores más poderosos de la economía, dolarizó los precios de las tarifas públicas y de los combustibles líquidos, otorgando así a un sector empresario: las multinacionales del petróleo, poder de veto en la disputa por las transferencias de ingresos que se producen con la inflación. Esto es cuestionado por las grandes empresas al transferir totalmente, e incluso en una mayor proporción, los aumentos de las tarifas y de los combustibles a los precios de los productos y servicios que ellas controlan monopólicamente. Perpetúan así a la inflación y dolarizan al conjunto de la economía.

En enero de este ano el gobierno impuso un plan de aumentos cada cuatro meses de tarifas dolarizadas que rige hasta el 2019. Asimismo, acordó con las petroleras una fórmula secreta que las habilita a aumentar –en forma automática y cada tres meses– el precio de la nafta y del gasoil según las variaciones en los precios internacionales del crudo, del tipo de cambio y de los biocombustibles. Paralelamente, valido un aumento del 8 por ciento en los precios de los combustibles líquidos. Esto, sumado a los aumentos de las tarifas públicas, tuvo enorme impacto sobre el índice de precios cuya variación paso del 1,3 en enero al 2.5 por ciento en febrero. En los meses siguientes los precios siguieron incontenibles. A pesar de que el dólar se mantenía estable, entre marzo y abril las petroleras intentaron validar nuevos aumentos en sus precios alegando una depreciación cambiaria del 28 por ciento ocurrida desde diciembre del 2015. Asimismo, y exigiendo un dólar “más competitivo”, los exportadores dejaron de liquidar divisas por montos que superaron episodios semejantes ocurridos en los últimos siete años. El conjunto de estas presiones desemboco a mediados de Mayo en una apreciación del dólar del 4 por ciento en una semana. En junio, Macri recriminaba a “ una cantidad de empresarios vivos que cada vez que hay 2 de inflación, te enchufan cuatro y por las dudas te enchufan ocho”. También advertía que los movimientos del dólar carecían de importancia. Por ese entonces, la negativa de Morgan Stanley a calificar al país de “emergente”, la postulación de CFK al Senado, y el vencimiento de inversiones en Lebac enrarecieron el clima cambiario. En la primera semana de julio el anuncio de aumentos en los precios de la nafta y del gas oil (7 y 6 por ciento respectivamente) se convertiría en el detonante de la estampida del dólar. Mientras el Banco Central evitaba intervenir, cinco bancos privados “aliados” al gobierno ( 3 extranjeros y 2 nacionales) salieron a vender divisas en cantidades significativas al mismo tiempo y al unísono. A pesar de ello, la corrida continuo a lo largo del mes de julio. A dos semanas de las PASO los precios seguían galopando y el dólar había trepado 15 por ciento desde el inicio de la escalada. De ahí en más el Banco Central concreto la mayor intervención de su historia a fin de impedir que superara los 18 pesos. En una semana vendió 1490 millones de dólares, 42 por ciento de los cuales en un solo día. Lo que estaba en juego trascendía al resultado de las PASO. Dos días después de las elecciones vencía una masa de dinero invertida en la bicicleta financiera de las Lebac equivalente al 57 por ciento del stock de esa deuda y al 60 por ciento de las reservas. El triunfalismo, la manipulación de datos y el show mediático en la noche del 14 de agosto permitieron que el día 16 amaneciera sin corrida cambiaria y que se reciclara en la bicicleta financiera el 80 por ciento de las inversiones que vencían ese día. El peligro, sin embargo, no ha desaparecido: los parámetros que desembocaron en la corrida siguen vigentes y antes de las elecciones de octubre vence el 80 por ciento de las Lebac invertidas en la bicicleta financiera.

En este contexto, los resultados de las PASO también muestran la fragilidad institucional. Independientemente de su signo, desnudan las garras del clientelismo sobre las instituciones políticas. Una vez más, un partido político utiliza al aparato del Estado para nacionalizar su fórmula e impulsar divisiones en la oposición. Este ha sido tal vez, el principal éxito del gobierno, un éxito potenciado por su blindaje mediático. Paradójicamente, esto revela la necesidad imperiosa de construir espacios que, desde abajo hacia arriba, permitan articular alianzas entre diversos sectores sociales en torno a intereses comunes, a la participación ciudadana y al control de la gestión de los dirigentes. En este proceso, que no se agota en una elección, la inflación y las tarifas dolarizadas adquieren enorme importancia política.

Por Mónica Peralta Ramos

Fuente: Página 12