En el aumento de la desigualdad se puede ver el futuro

De la traumática crisis global de la pandemia no emergió un mundo mejor. Por el contrario, en estos años hubo una aceleración de tendencias previas de concentración de riquezas y ampliación de las desigualdades.

De la traumática crisis global de la pandemia no emergió un mundo mejor. Por el contrario, en estos años hubo una aceleración de tendencias previas de concentración de riquezas y ampliación de las desigualdades. Este proceso provoca el crecimiento de la derecha y la ultraderecha, expresión de la insatisfacción y deterioro de la calidad de vida de grupos sociales frágiles, en especial el de los jóvenes.
Por Alfredo Zaiat

El anuncio de la Organización Mundial de la Salud de que la pandemia está por terminar y el símbolo de que en Argentina ya no es obligatorio el uso de barbijos invitan a evaluar el saldo económico, social y político de esta crisis global.

Es evidente que después de esta debacle traumática que atravesó a los países no emergió un mundo mejor, como el pensamiento mágico imaginó en los primeros meses de la irrupción de un virus desconocido que provocaba miles de muertes a diario. Por el contrario, hubo una aceleración de tendencias previas de concentración de riquezas y ampliación de las desigualdades.

Este proceso tiene su reflejo en el espacio político con el crecimiento de la derecha y la ultraderecha, expresión del descontento y deterioro de la calidad de vida de grupos sociales frágiles.

Las élites siempre se han identificado con las corrientes conservadoras y excluyentes, incluso con vertientes violentas, pero ahora la ampliación de ese universo hacia otros sectores socioeconómicos tiene su origen, fundamentalmente, en la profundización de la desigualdad y la insatisfacción por la ausencia de expectativas de un futuro aliviado. Esta crisis global ha castigado con más intensidad en términos económicos, sanitarios, educativos y de seguridad personal a una porción amplia de la población.

Discurso de odio clasista
De esta manera se puede comprender la naturalización de discursos de odio clasista en ámbitos públicos y mediáticos, que en otros momentos eran políticamente incorrectos manifestarlos porque había una mayoría que los rechazaba.

En las democracias occidentales, las derechas y sus derivadas ultra (libertarios) avanzan montadas en una desigualdad creciente de un sistema neoliberal que no da respuestas a las necesidades básicas de las mayorías desplazadas, en especial a los jóvenes.

En Europa, cada una de las últimas elecciones refleja esta dinámica, y en América latina Brasil es una referencia ineludible en este sentido.

Después de cuatro años desastrosos en casi todos los ámbitos de la administración pública y la vida social, Jair Bolsonaro mantiene el apoyo de poco más de un tercio del electorado.

Lo mismo sucede en Argentina con la alianza macrista-radical luego de transitar la experiencia de un gobierno con resultados pésimos y, pese a ello, retiene la adhesión política de un porcentaje importante de la población prometiendo sus dirigentes que van a hacer lo mismo, peor y con más violencia.

El desafío entonces es múltiple porque no es solamente impulsar políticas públicas eficientes que ofrezcan expectativas de mejoras materiales, sino que también se requiere de una estrategia efectiva para neutralizar la acción del dispositivo mediático y política que crece y se beneficia de un sistema económico que profundiza la desigualdad.

Descontento social pese al crecimiento económico
El punto de partida en Argentina de la insatisfacción socioeconómica de un sector amplio de la población, en especial por la pérdida de un horizonte de progreso, puede ser motivo de controversia.

Pero no hay muchas dudas para quienes respetan la rigurosidad de las evidencias de que el actual período de deterioro general comenzó en el gobierno de Macri, al provocar una brutal transferencia de ingresos con una primera gran devaluación y medidas posteriores que ahondaron la desorganización familiar con tarifazos y aumento del desempleo.

La pandemia, pese al diseño de una red económica de protección de emergencia, no permitió comenzar a ordenar el cuadro social. Y la estrategia de recuperación pospandemia no está alterando esta tendencia.

Por ese motivo existen variables macroeconómicas positivas, como las del crecimiento económico, expansión industrial y reducción de la desocupación, pero sin alterar las bases de la desigualdad, que se agudizan por la elevada inflación, la consiguiente insuficiencia de los ingresos de los hogares y el creciente endeudamiento familiar.

Claroscuros del universo laboral
Las recientes cifras del mundo laboral local muestran esta situación crítica: descendió el desempleo hasta el 6,7 por ciento en el segundo trimestre de este año, el nivel más bajo de los últimos siete años, con tasas record de empleo y actividad.

Pero estas cifras positivas están acompañadas de una mayor informalidad laboral (2 de 3 empleos creados son precarios, alcanzando el 37,8 por ciento del total, el porcentaje más elevado desde fines de 2008) y retribuciones al empleo por debajo de la línea de pobreza.

Además, la trayectoria salarial al interior del universo de trabajadores refleja una marcada heterogeneidad, siendo el empleo asalariado formal el que puede, en la mayoría de las actividades, empatar la evolución de la inflación, sin poder todavía recuperar la pérdida del período 2015-2019. Mientras, el ingreso promedio del empleo informal se ubica varios escalones por debajo de los aumentos de precios.

Un porcentaje importante de hogares entonces no puede sostener niveles mínimos de ingresos para una vida cotidiana desahogada con todos sus miembros adultos trabajando, lo que impulsa el pluriempleo. De hecho, según el último informe del Indec, en los últimos doce meses el indicador de las personas que declararon estar sobreocupadas aumentó de 26,9 a 27,4 por ciento, equivalente a medio millón de trabajadores más en esas condiciones laborales.

Así se va consolidando un escenario de desigualdad que va construyendo sentido respecto a la falta de respuesta que brinda el actual sistema económico y político a la mayoría de la población, que deriva en que una parte de ella rechace las propuestas tradicionales de promesa de que el crecimiento económico general redundará en desarrollo personal y familiar.

El escenario mundial de la desigualdad
El informe de la ONG Oxfam «Cómo la Covid 19 ha provocado una explosión de las desigualdades» ofrece una precisa radiografía del estado de situación mundial para entender las actuales tendencias políticas globales –y también local- de la radicalización hacia la derecha de sectores populares.

Uno de los datos más impactantes de este reporte indica que la riqueza de una pequeña élite mundial formada por 2755 milmillonarios ha crecido más durante la pandemia que en los últimos 14 años juntos.

Se trata del mayor incremento anual jamás registrado y se ha dado en todos los continentes. Este aumento es el resultado del fuerte aumento de los precios de los mercados de valores (el retroceso en este año apenas reduce en el margen las ganancias acumuladas), el apogeo de las entidades no reguladas y el auge del poder de los monopolios (en especial, las tecnológicas, como Amazon, Google, Facebook) y la privatización, junto a la erosión de las normativas, las alícuotas impositivas a las personas físicas y las empresas, los derechos laborales y los salarios.

Las cuatro clave de un mundo con ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres
La investigación de Oxfam ofrece cuatro frentes de evaluación acerca de la creciente desigualdad que está provocando un incremento de la protesta social por el descontento de la población, en especial entre los jóvenes.

1. Se estima que las desigualdades contribuyen actualmente a la muerte de cerca de 21.300 personas al día; dicho de otra manera, a la muerte de una persona cada cuatro segundos. Se trata de una estimación conservadora de las muertes ocasionadas por el hambre, por la falta de acceso a servicios de salud y los efectos del cambio climático en países pobres, y por la violencia de género, arraigada en sistemas económicos patriarcales y sexistas, a la que se enfrentan las mujeres. Millones de personas aún estarían vivas si hubieran recibido a tiempo una vacuna contra la Covid-19. Pero se les negó esa oportunidad, mientras las grandes empresas farmacéuticas continúan conservando el monopolio de estas tecnologías.

2. Las desigualdades afectan de forma desproporcionada a la mayor parte de las personas que viven en situación de pobreza, las mujeres y las niñas, y las personas racializadas y en situación de exclusión. La pandemia ha causado un drástico aumento de la pobreza en todo el mundo. En algunos países, las personas en mayor situación de pobreza tienen casi cuatro veces más probabilidades de perder la vida por la Covid-19 que las más ricas. Al respecto, Oxfam entrega una cifra escandalosa: 252 personas poseen más riqueza que los mil millones de mujeres y niñas de África, América latina y el Caribe.

3. La concentración extrema de dinero, poder e influencia en manos de unos pocos tiene efectos perjudiciales para el resto de la humanidad por las consecuencias del calentamiento global. Los países ricos son responsables del 92 por ciento del exceso de emisiones de carbono. El 1 por ciento más rico duplican las emisiones de carbono de la mitad más pobre de la población mundial.

4. El crecimiento descomunal de la riqueza de los milmillonarios no es indicativo de una economía sana, sino consecuencia de un sistema económico nocivo. Oxfam afirma que las desigualdades extremas son una forma de violencia económica en la que las decisiones legislativas y políticas a nivel sistémico y estructural, diseñadas para favorecer a las personas más ricas y poderosas, perjudican directamente a la amplia mayoría de la población mundial y, especialmente, a las personas más pobres.

Billonarios
A medida que la pandemia se extendía por el mundo, los bancos centrales inyectaban billones de dólares en las economías de los países para mantener a flote la economía mundial. Buena parte de este estímulo económico ha ido a parar a los mercados financieros, y de ahí al patrimonio neto de los milmillonarios.

Desde el inicio de la pandemia, los gobiernos han inyectado 16 billones de dólares en la economía global, lo que ha contribuido ampliamente a que la riqueza de los milmillonarios se incrementara en cinco billones de dólares, al pasar de 8,6 a 13,8 billones de dólares.

La riqueza actual de las personas extremadamente ricas y el ritmo al que están acumulando riqueza no tienen precedente en la historia de la humanidad. Oxfam afirma que en Estados Unidos la concentración de riqueza en manos de las élites sobrepasa el punto máximo de la Edad Dorada de finales del siglo XIX.

En el último año, apunta esta ONG, se ha visto a milmillonarios viajar al espacio cuando gran parte de la población mundial se enfrentaba a sufrimientos y aumento de la pobreza. Por caso, Elon Musk, dueño de Tesla y ahora de Twitter, ha recibido miles de millones de dólares en subvenciones públicas, mientras infringe la legislación laboral y socava los esfuerzos de los trabajadores y trabajadoras para organizarse sindicalmente. El mismo comportamiento reaccionario se observa en Jeff Bezos, dueño de Amazon, quien compite con Musk por ser el hombre más rico del mundo.

El descontento social
Hablar sobre desigualdad se ha puesto de moda entre dirigentes políticos y empresariales mundiales. Sin embargo, las medidas para dar respuesta a la gravísima crisis de desigualdad son insuficientes.

El huevo de la serpiente transmite la idea de que la crisis económica y social, el miedo generalizado y la indiferencia ante la injusticia siembran la semilla de lo que vendrá.

En concreto, lo que está viniendo es una corriente política y social de derecha y ultraderecha que no dará respuesta a la desigualdad, sino que la profundizará, aunque sí está ocupando el espacio de canalización del descontento social de un sector de la población vulnerable.

De este modo, sin recibir respuesta del sistema a las expectativas de mejoras en las condiciones de vida, una porción importante de estos grupos sociales terminan legitimando políticos y políticas que van en contra de sus propios intereses al abrazar a la derecha económica.

Fuente: Página 12