Francia le firma un cheque en blanco a Macron
La ola macronista barrió en todas las regiones, incluso en las zonas donde sus candidatos eran desconocidos y sin ninguna experiencia política. Se hunden los partidos tradicionales ante el éxito de la narrativa de “extremo centro”.
12/06/2017 EL MUNDOLa ola macronista barrió en todas las regiones, incluso en las zonas donde sus candidatos eran desconocidos y sin ninguna experiencia política. Se hunden los partidos tradicionales ante el éxito de la narrativa de “extremo centro”.
El macronismo se volvió una tendencia política. La última creación de la sociedad liberal arrasó a sus rivales en la primera vuelta de las elecciones legislativas. Cinco semanas después de haber ganado la presidencia de la República con un partido creado hace apenas un año, el jefe del Estado, Emmanuel Macron, y su partido, La República en Marcha, consiguieron en las urnas un resultado histórico. Con 32% de los votos, el partido presidencial dejó muy lejos a la derecha de gobierno agrupada en el partido recreado por el ex presidente Nicolas Sarkozy, Los Republicanos, 21,2%, a los socialistas, 13,3%, a la misma extrema derecha de Marine Le Pen, 13,9%, e incluso al movimiento Francia Insumisa de Jean Luc Mélenchon, 14, 2%. Emmanuel Macron tiene delante un horizonte sin nubes que el próximo domingo le permitirá llegar a contar con una mayoría absoluta para aplicar sus reformas. Había anoche un clima de final de reino. Los años del bipartidismo y de las transiciones políticas sin mucho contraste entre los conservadores y los socialistas ingresan a la museología. “Es el último día antes del nuevo mundo”, comentaba en la radio un dirigente del PS. Pese a un par de escándalos que afectaron a una de las figuras del Ejecutivo y a una renovada y ultra polémica reforma laboral, Francia le firmó un cheque en blanco al macronismo mientras que la izquierda, una vez más, no dio la sorpresa con una movilización capaz de desmentir a los sondeos. Muy por el contrario, la nueva marca histórica de la abstención muestra que la resignación o la indiferencia constituyen conductas profundas del electorado. Poco más del 50% de los electores no acudieron a la urnas, la cifra de abstencionistas más alta registrada en la Quinta República. Olivier Faure, presidente saliente del grupo socialista en la Asamblea Nacional, repetía en los medios: “esto es cualquier cosa:hay una participación históricamente débil para una mayoría históricamente fuerte”.
De las 5 fuerzas políticas con ambiciones amplias, La República en Marcha, Los Republicanos, la ultraderecha del Frente Nacional, Francia Insumisa y el PS, dos se quedaron en la frontera de sus sueños: El Frente Nacional y Francia Insumisa. En lados opuestos del tablero, ambos esperaban convertirse en la primera fuerza de oposición en la Asamblea. El FN, cuya candidata, Marine Le Pen, disputó la vuelta final de las presidenciales (perdió por 66% de los votos), se quedó trabado en un casi 14%, muy lejos de sus pretensiones y sus referencias en las presidenciales. Lo mismo le ocurrió a Jean Luc Mélenchon. Francia insumisa había salido cuarta en la consulta presidencial, a apenas una décimas de los conservadores. Ahora, con un 14,2%, el partido de Mélenchon perdió muchos de los votos obtenidos en la elección presidencial. El tercer actor castigado es el socialismo. El PS reitera en las legislativas su estado de muerte prematura. La mayoría socialista saliente había obtenido en 2012 29,35% de los votos. El discreto 13,9% de este domingo termina de arrinconar a un PS fracturado en tres corrientes irreconciliables cuyas incompatibilidades explotaron de manera oprobiosa durante la campaña para las elecciones presidenciales. El ex presidente socialista François Hollande y su escudero liberal, el ex primer ministro Manuel Valls, teórico y constructor de la desaparición de la izquierda, habrán actuado como eximios sepultureros del partido que los llevó al poder en 2012. El “castigo histórico” pronosticado por el candidato del PS a las presidenciales, Benoît Hamon, se plasmó en lo real. En 2012, los socialistas conquistaron la mayoría absoluta. En 2017, ganaron la derrota global. No se salvó ni siquiera su primer secretario, Jean-Christophe Cambadélis, eliminado desde la primera vuelta en su circunscripción.
La ola macronista barrió en todas las regiones, incluso en las zonas donde sus candidatos eran totalmente desconocidos y sin ninguna experiencia política. El macronismo se vistió de gala:sus candidatos, sumados, obtuvieron 8 puntos más que lo que consiguió el mismo Macron en la primera vuelta de la elección presidencial de mayo pasado. En este sentido, la derecha de Los Republicanos también sufrió otra derrota, la segunda después de su tercer lugar en las presidenciales. Como el lepenismo y Francia Insumisa, los conservadores habían alimentado la esperanza de forzar a Emmanuel Macron a someterse a una cohabitación política. Con apenas 21, 2% de los votos, el objetivo se quedó en retórica y espejismo. A diferencia del socialismo, la derecha salva su honor porque, primero, no desaparece, y, luego, sí se constituye como la segunda fuerza política de la Asamblea y la primera de la oposición. Las proyecciones para el próximo domingo reflejan claramente el hundimiento de los partidos tradicionales y el éxito de la narrativa de “extremo centro” difundida por la mayoría presidencial. La República En Marcha obtendría la mayoría absoluta, entre 390 y 435 diputados del total de 577, Los Republicanos de 85 a 125, los socialistas y sus aliados ecologistas entre 20 y 35, Francia Insumisa y aliados de 11 a 21 y el Frente Nacional entre 3 y 10.
Esta cita electoral profundiza además la disolución del eje izquierda derecha que dominó la política francesa durante décadas. La Francia por la que apostó Macron y en la cual creen los electores se reconstruye desde un círculo central a donde se incorporan los antagonistas de antaño. Hay poco precedentes en el mundo que citen a un partido que hace justo año no existía y que, ahora, está a punto de tomar el control total de la Asamblea Nacional luego de haber conquistado el Palacio Presidencial y sin que medie en ello una crisis política mayor, una guerra o un período de post conflicto tal y como ocurrió en Francia en 1919 luego de la Primera Guerra Mundial, o en 1958 cuando el General de Gaulle armó una mayoría parlamentaria en las elecciones que inauguraron la Quinta República.
Macron descabezó la relación de fuerzas izquierda / derecha en las presidenciales y, en un segundo tiempo, la estructura de esa relación en la Asamblea. Francia cree en ese centro liberal que, sin que nadie lo advirtiera, supo renovar las narrativas políticas, aprovecharse del desencanto de las alternancias izquierda / derecha, introducir nuevas caras y, colmo de la osadía, construir una mayoría parlamentaria con candidatos salidos de la nada. El crédito de Macron sube con los descréditos de los demás. El centro liberal macronista actúa como un remolino que absorbe todo lo que está a su alrededor. Edouard Philippe, el primer ministro surgido de las filas de la derecha, prometió que “La Asamblea Nacional encarnará el nuevo rostro de vuestra República”. La batalla para la segunda vuelta de las legislativas comenzó la misma noche con reiterados llamados a los electores a “evitar que los poderes se concentren en las manos de un sólo partido” (François Baroin, jefe de Los Republicanos), o a elegir una “oposición ecologista y de izquierda que disminuya los poderes presidenciales” (Jean Luc Mélenchon. El conjunto de las reacciones reflejan esa estrategia y la sensación de una humillación aplastante. En su trayecto triunfal, Macron y La República en Marcha relegaron a una mera posición de figurantes sin trascendencia a todos los cuerpos políticos que diseñaron la Francia contemporánea. Hay, hoy, un partido hegemónico sin, por ahora, adversarios de peso para regular su poder.