Hebe: el pañuelo y la palabra

Ha muerte Hebe de Bonafini, presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, el mayor símbolo de la lucha y resistencia contra el terrorismo de estado que asoló a nuestro país hace décadas, pero cuyos efectos continúan presentes

Ha muerte Hebe de Bonafini, presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, el mayor símbolo de la lucha y resistencia contra el terrorismo de estado que asoló a nuestro país hace décadas, pero cuyos efectos continúan presentes habida cuenta de los 30.000 desaparecidos que la dictadura cívico militar secuestró durante su gestión genocida. Hebe se constituyó en la voz de esas “viejas locas” que con el valor como solo recurso se atrevieron a desafiar el plan de exterminio implementado por un brutal aparato de represión. Mujeres en marcha que, haciendo de la vulnerabilidad su arma más poderosa, lograron que el reclamo por Memoria, Verdad y Justicia se constituyera en clamor universal. Si hoy nuestro país es vanguardia en la lucha por los derechos humanos se lo debemos a personas como ella. Desde ya, su lucha no terminó con el retorno de la democracia, antes bien su voz se hizo oír cada vez que el Poder Real amenazaba la frágil legalidad que la sociedad argentina había recuperado tras la guerra de Malvinas. Hebe se encargó de señalar una y mil veces las defecciones, retrocesos y capitulaciones que los gobiernos democráticos sufrieron y/o admitieron, razón por la cual fuimos muchos los que convinimos en la frase: “Hebe es un faro”. Esto es: cada vez que la política retrocedía ante los poderes fácticos, Hebe habló para que el pañuelo de las Madres señalara el camino.

Cuando Néstor llegó al poder, la gesta de Hebe encontró en su gobierno (y luego en los de Cristina) el correlato oficial que su lucha reclamaba. Esto es: los Derechos Humanos como política de estado. Quizás por eso, en oportunidad del fallecimiento de Néstor Kirchner, le preguntaron a Hebe qué le hubiera gustado decirle al expresidente. Su respuesta fue tan contundente como clara: “Que lo amo, que lo amo como un hijo”. Es que los hijos de Hebe, según ella misma refería, parieron a Hebe junto con los 30.000 desaparecidos. Tiempo después, con Macri en el poder, la ignominia cubrió todo el campo institucional de la Argentina. Y como no podía ser de otra manera, Hebe fue un rápido blanco de la corrupción judicial aliada al neoliberalismo. La quisieron encarcelar. El intento de un juez por detenerla dio pie una de las jornadas más inolvidables de estas mujeres decididas a enfrentar, en este caso, la violencia institucional. Mientras los carros de la policía aguardaban frente a la casa de las Madres, Hebe se escapó en camioneta por un hueco de la vereda rumbo a la Plaza de Mayo donde, en cuestión de minutos, miles de personas se congregaron para defender a esa mujer, emblema mundial de la lucha por los Derechos Humanos. Es que son muchos los que piensan que el terrorismo de estado encarna un punto de no retorno para nuestra comunidad. Ese Real que, en lo social, Lacan supo ubicar en el campo de concentración[1]. De esta forma, entre muchos otros ejemplos, gracias a mujeres como Hebe, esta sociedad rechazó de manera categórica el infame beneficio del 2×1 a los genocidas de la dictadura que la nefasta Corte Suprema de Justicia pretendió imponer en uno de sus actos más ruinosos de su ya largo historial de atropellos al estado de derecho.

Desde ya, hubo muchas otras jornadas inolvidables, tanto en dictadura como en democracia. Tal como aquella en oportunidad de la demencial represión del 2001, cuando en plena Plaza de Mayo las Madres se abroquelaron como un nudo de pañuelos para enfrentar a los caballos de la Policía. No tengo dudas de que la mirada altiva y desafiante de esas mujeres frente la brutalidad uniformada rescata lo mejor que la dignidad humana puede donar a este mundo enloquecido por la codicia. Esas mismas Madres que hoy se van despidiendo después de haber entregado todo para que la sensibilidad por el Otro encuentre un lugar en los corazones.

En las oportunidades que me tocó participar de los Congresos en la Universidad de las Madres, Hebe solía acercarse mientras esperábamos nuestro turno para exponer, a veces en los pasillos del edificio, otras allí enfrente en la plaza, y entonces nos preguntaba: “¿Hola, cómo estás? ¿Estás bien?” Si, querida, qué ganas de decirte que estoy bien, pero ahora mismo estoy llorando frente a este teclado, disculpame. Disculpame porque vos te sobrepusiste al dolor, nos enseñaste tantas cosas: sobre el duelo imposible; sobre la presencia de los que no están; sobre el valor de la dignidad; sobre la función de la Memoria; el lugar de la Verdad y querida, muy querida: el valor de la Justicia. Por Dios… qué sería de mi vida y de este país sin mujeres como Hebe, sin el horizonte que estas madres mujeres abrieron en nuestras cabezas, sin el amor que con su presencia inclaudicable supieron transmitir para que nuestras existencias fueran algo más que un mero deber ser. Gracias querida, porque cada vez que hablabas fluía la Vida, vibraba algo mucho mejor que la rebeldía. Era la convicción. Sí, la convicción de que con algunas cosas no se transan. Por eso otra vez resuena aquel: “¿Cómo estás? ¿Estás bien?”. Sí, estoy bien, Hebe querida. Estoy llorando, pero gracias a vos aprendí que llorar es también signo de vida, de amor y de lucha. Ese mismo don con el que seguiremos honrando a lxs que, como vos, siempre estarán a nuestro lado.

Por Sergio Zabalza

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.

Notas:

[1] Jacques Lacan, “Proposición del 9 de octubre de 1967”, en Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 276.

Fuente: Página 12