La agroecología le pone el pecho a la sequía en las huertas y quintas de Rosario

Son 155 familias quienes realizan la labor en uno de los dos programas de este tipo en el municipio: el de Agricultura Urbana, con pequeñas superficies, y el de Cinturón Verde, en zonas no urbanizables.

Si bien La Niña dejó las napas más secas, se llevó puestas algunas verduras y sumó bichos. Pero la resiliencia se logró por la preparación del suelo, las medias sombras y el riesgo constante

Después de vivir el 2022 en Rosario como el año de menos lluvias en 90 años, la sequía y el cambio climático con un calor inaudito que ronda los 40 grados, la ciudad se topa por estos días con más de 50 milímetros de agua en pocas horas, tornados y granizo. No hay verdura que aguante, diría cinseualquiera. «Salvo la agroecológica», contestan quienes trabajan en los Parques Huerta de la ciudad. Así lo dijeron a La Capital quienes realizan la labor a la par de 155 familias en uno de los dos programas de este tipo en el municipio: el de Agricultura Urbana, con pequeñas superficies, y el de Cinturón Verde, en zonas no urbanizables.

Allí la Niña no pudo hacer daño a sus anchas porque si bien su aridez se llevó puestas algunas verduras y sumó insectos como los «7 de oro» (un escarabajo negro y amarillo), la resiliencia dio sus frutos. En esos espacios de producción, menores que los de la horticultura industrial, la preparación del suelo, las medias sombras y el riesgo constante «salvaron la cosecha». Y además, los funcionarios trajeron calma a los consumidores. «Si se consumen productos de estación, como zapallo, tomate, morrón, chauchas, acelga, berenjena o choclo, las comidas no son tan caras». Dato al que un quintero agregó: «La gente protesta por el precio de la verdura, pero el trabajo que lleva es terrible, hay que laburar 6 o 7 horas bajo el sol o con helada».

«Parque Huerta Oeste»: Verdura agroecológica», se lee en la entrada al predio de una hectárea y media en Favario 8050, donde trabajadores y trabajadoras llegan en bicicletas o motos. Se trata de un pulmón verde -por las verduras, las lonas plásticas de protección y un flamante sistema de riesgo- que puede observar sin dificultad la guardia del Complejo Penitenciario 16 desde lo alto de la garita, casi al límite de la ciudad.

Es el Parque Huerta número 7, el más nuevo y más pequeño (el más grande es el Parque Huerta El Bosque). Tiene 40 parcelas que otorgó a través de un convenio la empresa de siderurgia Fexa. De ese terreno que se habilitó en plena pandemia y su producción dependen 155 familias. Todo un brote en medio de la desolación.

Se trata de un laberinto ordenado con canillas dependientes de un gran tanque de agua que almacena el agua de pozo apta para riego, y callejuelas. Es una vidriera de los zapallos más coloridos y diversos, además de zapallitos, zucchinis, lechuga, rúcula, maíz, tomates, repollo, pimientos y kale. Verduras y hortalizas frescas y de estación.

«La semana próxima semana inauguraremos el Parque Huerta Nº8, que estará ubicado en el Punto Cuidar Sudoeste, por otro convenio, en el predio del Colegio Latinoamericano en Avellaneda y Uriburu y, prevemos el 9º, de 4 hectáreas y media en Distrito Norte», anticipó el subsecretario de Economía Social del municipio, Pablo Nasi Murúa, quien agregó que las parcelas son en promedio de 10 por 40 metros. Se entregan en comodato por un año a individuos, familias u organizaciones como la Corriente Clasista y Combativa (CCC) que de hecho en esta recorrida estuvo representada por un grupo de mujeres, con sus niños, quienes contaron cómo se reparten la labor y mostraron el resultado de la producción a este diario.

Junto a los huerteros y huerteras, en asambleas y talleres, se va evaluando el nivel de producción y las ganas de continuar o no con la actividad económica.

«Siempre hay lista de espera. Algunos usan los productos para autoconsumo, otros los venden en las ferias o los reservan para ollas populares», remarcó Nasi Murúa.

El coordinador General de Espacios Productivos, Patricio Flinta, añadió que toda esta actividad es posible desde las 6 a las 10 y de 16 a 20, en esta temporada agobiante, gracias al riego programado por ingenieros hiudráulicos (y realizado con manguera y por goteo, por el que se turnan los huerteros para cubrir las jornadas). Pero también se logra por las medias sombras y la cobertura (yuyos secos que se ponen sobre la verdura para mantener la humedad).

«Antes esos yuyos se tiraban, ahora son un bien preciado; también sin sequía y este solazo los zapallos eran bien anaranjados, ahora pierden un poco ese color, los tomates, que son re sabrosos y no como los del súper, se achicharran, o las lechugas crecen hacia arriba en lugar de en matas, pero son ricas igual», dice Flinta y aclara también que para los cambios o perjuicios siempre encuentran una alternativa.

«Los insectos son controlados con la planta de caléndula, de flor amarilla con la que se hacen jabones y cosméticos, o se usa jabón potásico, un insecticida natural», señaló

Las primeras huertas en Rosario comenzaron como resistencia a las crisis económicas a principios de los años 80 cuando la la agroecología en Argentina era casi desconocida. Un precursor y referente de esa acción fue el ingeniero agrónomo Antonio Lattuca, que junto a decenas de familias convirtieron baldíos en lugares de alimentos sostenibles y saludables, además de resistentes al calor extremo y las inundaciones. Y cuatro décadas después el trabajo rindió sus frutos.

El junio de 2021, el Centro Ross para las Ciudades Sostenibles del WRI (Instituto de Recursos Mundiales de Washington) premió con el galardón mayor al municipio de la ciudad por la Producción Sostenible de Alimentos para una Rosario Resiliente. Recibió 250 mil dólares entre 262 propuestas de 54 países sobre el tema y todo ese dinero fue invertido en ambos programas locales (los otros cuatro finalistas fueron las ciudades de Ahmedabad (India), Londres (Reino Unido), Monterrey (México) y Nairobi (Kenia) que recibieron 25 mil dólares cada una).

Huertera de toda la vida
Alejandra Méndez es una huertera de 41 años, 3 hijos que trabajan o estudian, y una pareja que tiene trabajo. Vive en el barrio y heredó la actividad de su papá.

«Soy huertera de toda la vida», se presenta. Tiene una parcela amplia, con un sauce que da una sombra reparadora. Las hojas alargadas del ejemplar le sirven para hacer una especie de brebaje donde humedece lo esquejes. De las ramas del árbol cuelgan unas botellas plásticas de gaseosas de litro cortadas a modo de macetas y de ellas, plantas como adorno. No es la única que adorna el espacio, hay parcelas con flores y hasta con móviles de madera.

Esta huertera también posee un cuartito donde guarda herramientas y protege los plantines del sol. Después de varias insolaciones dice que trabaja con mangas largas y protector solar 50, cosechando verduras y también algo de sarpullido en la piel, «por los bichos y la transpiración», asegura al referirse a las picaduras de la arañuela, el pulgón y al famoso 7 de oro que se apodera de las hojas y según el INTA Balcarce es el culpable de la muerte de bovinos a través de la alfalfa).

Trabaja varias horas todos, los días, y gana unos 50 mil pesos al mes como aporte a la economía familiar donde como en la Perinola, «todos ponen».

«Me pongo un tablón y vendo bolsones por el barrio, levanto pedidos y también vendo en Plaza Suecia, ese es el plato fuerte, ahí se vende bien ‘power'», dice la mujer al referirse a la Feria Municipal de Economía Social ubicada en Oroño y el río, que funciona los domingos.

Su orgullo son los gladiolos.

«Traje unas papitas y ya me dieron flores rojas, rosas, naranja y amarillas y rojas. Para la primavera próxima pienso tener muchas más flores y venderlas», adelanta Alejandra como relatando un sueño en medio de la sequía y mostrado en su celular las fotos que les sacó a sus gladiolos.

Cinturón verde
El precio de las manzanas a mil pesos el kilo disparó esta semana quejas justificadas de los consumidores. Pero quienes saben del trabajo con la tierra lo analizan.

«No es época de manzanas que provienen del valle inferior de Río Negro y la cosecha se dio entre marzo y abril; las que se consiguen son de refrigeración y ese costo más el transporte, encarece el producto», señala el coordinador de este proyecto alimentario de quintas periurbanas, el ingeniero agrónomo Raúl Terrile; un trabajo que gestiona la Secretaría de Desarrollo Económico, la de Ambiente y la de Salud.

«A nosotros en las quintas nos pasa lo mismo con el riego, los síntomas extremos de la sequía o las temperaturas altísimas se trasuntan en pérdidas del 40% de la producción, la verdura de hoja se quema y dependemos del riego artificial, eso es más tiempo y más mano de obra».

Y no es el único perjuicio. Las napas también se van secando y hay que cavar más. «Las que estaban a unos quince metros hay que perforarlas más y eso le cuesta a un productor familiar unos 300 mil pesos», dice el coordinador antes de precisar que está haciendo gestiones para conseguir financiamiento.

Las quintas, muchas de ellas en transición agroecológica, están básicamente en zona sudoeste de la ciudad, si bien hay otras en el oeste y algunas más al norte, cerca de la autopista Rosario-Córdoba. Y hay un área de 800 hectáreas protegidas para producir alimentos, contiguas a la zona frentista de calle Uriburu, más industrial.

En el marco de Cinturón Verde se lograron reconvertir como agroecológicas 100 has, 65 de producción extensiva y 50 de hortalizas involucrando a 9 productores. Este sistema productivo es el que permite una mejor respuesta a situaciones de sequías y otros eventos de cambios climático, gracias a fertilizar los suelos con altos porcentajes de materia orgánica», asegura Terrile.

Trabajan 60 productores, 47 hortícolas (en su mayoría de origen boliviano que les arriendan tierras a los tradicionales, de origen italiano y un rango etario arriba de los 70 años) y el resto extensivos.

Terrile no duda al momento de decir que a la sequía de más de tres meses y a la insolación de la producción se la combate con insumos biológicos, biodiversidad, más arboles, cobertura de yuyos y media sombra y canales cortos de comercialización que deberían ser una política pública de todo el área metropolitana.

«Producir alimentos locales y regionales, de cercanía para que los productos no se encarezcan como las manzanas y frenar los desarrollos inmobiliarios sobre las quintas, sería un modelo a seguir».

Fuente: La Capital