La comunicación política en tiempos de crisis económica

Tras la renuncia de Martín Guzmán y la asunción de Silvina Batakis, todos los elementos apuntan en una misma dirección. La falta de un mando único en la economía

Tras la renuncia de Martín Guzmán y la asunción de Silvina Batakis, todos los elementos apuntan en una misma dirección. La falta de un mando único en la economía, producto de las internas entre las diferentes fracciones del gobierno y la indefinición del Presidente para resolver las dicotomías en un sentido u otro, agravaron la situación económica más de lo necesario. ¿Cuál es el lugar de la comunicación en esta crisis?

La crisis es una situación donde se puede modificar sustancialmente la posición de poder de los actores involucrados. La comunicación de crisis pretende controlar, con la mayor eficiencia, una situación de desequilibrio y ataques constantes, para eso resulta imprescindible la coordinación de las partes que integran las instituciones. Al mismo tiempo, debe tomar control del rumbo de la agenda mediante la concentración de la información. Logrando esto, podrá disminuir la pérdida de imagen positiva y credibilidad frente a la sociedad. Es importante remarcar que estos escenarios requieren una comunicación concisa y directa, sin intermediaciones ni analogías.

La incertidumbre que genera encontrar posturas tan variopintas frente a un mismo escenario por parte de los diversos sectores del Frente de Todos exhibe la ausencia de un horizonte definido. Juan Courel, un experto que estuvo a cargo de la comunicación de gobierno de Daniel Scioli en la Provincia de Buenos Aires, de su campaña electoral de 2015 y de Alberto Fernández en 2019, sostiene que “el problema reside en si la gente percibe que se está cumpliendo el contrato electoral de encender la economía y bajar la pobreza o el actual lema de que primero está la gente. Lo mejor que ocurrió en estos días fue que hubo reuniones entre el presidente y la vice y no hubo foto. La no existencia de una foto demuestra que por primera vez no fue una puesta en escena”.

En ese sentido, para Courel: “Cada vez que se habla de relanzamiento o de la unidad y después pasa otra cosa, la coalición termina perdiendo credibilidad”. Además, incorpora que “el silencio también comunica” y remarca que es de suma importancia no enunciar sino exponer resultados, dado que “emitir mucho devalúa la palabra”.

Después de la renuncia de Guzmán, Alberto estuvo en silencio (lo que alteró para dar su discurso programado para el Día de la Independencia). Sobre esto Courel comenta: “si me pidiera un consejo, le diría que está bien que se haga desear”. Al contrario, le preocupa que el sigilo actual del Presidente quizás no dure mucho, porque “no pareciera estar en su esencia”. Cuando la sociedad no está escuchando al gobierno y ya no le cree, son momentos de “parar la pelota”, reactualizar el discurso y evitar los excesos de confianza.

2018: Crisis bajo el macrismo
2018 fue un año de crisis para el macrismo en el gobierno. Los descalabros económicos de Cambiemos llevaron a que el 8 de mayo Mauricio Macri tuviera que anunciar el pedido de financiamiento al FMI. El 29 de agosto usó la cadena nacional: la idea era contener el dólar, aunque los mercados no “creyeron”, y el dólar siguió subiendo.

La crisis económica fue transformándose en una crisis política a medida que las declaraciones del exprimer mandatario perdían credibilidad. Luego de finalizar un 2017 con una imagen positiva del 66% (Udesa), construyendo un modelo comunicativo que conjugaba el relato personal de perfil empresario y registro informal, con el de gobierno que estaba respaldado por una economía relativamente estable y promesas de mejor futuro, el 2018 encontró en este modelo una confrontación entre resultados y discurso. Su imagen cayó alrededor de 25% y su credibilidad acompañó este resultado, por eso se buscó quitarle visibilidad frente a un escenario complejo. De esta forma, se podía desvincular en cierta medida, la curva decreciente sobre su imagen particular, de la del gobierno en general, dado que aún arrastraba aires de la no tan lejana victoria en las legislativas 2017. El cambio que se generó ante esto fue contundente, descentralizando la comunicación y dándole más espacio a la palabra de su gabinete de ministros.

Consultado por las diferencias entre la comunicación de Macri y la de Alberto Fernández, Juan Courel plantea que la “animosidad mediática” es distinta y esto supone formas diferentes de afrontar encuadres con mayor sesgo. Aunque, en contrapartida, Courel sostiene que “también hay en los dos casos cierta hiperactividad inerte. El gobierno anterior se vanagloriaba del cemento cuando la gente no tenía para comer y éste a veces habla demasiado del empleo formal cuando la demanda es claramente otra”.

La guerra contra la inflación y el hiperactivo
El gobierno de Alberto Fernández tuvo que atravesar la pandemia, una situación de riesgo en varios niveles. Este antecedente directo puede ayudar a comprender su comportamiento. En su libro “Cualquiera tiene un plan hasta que te pegan en la cara”, el experto en comunicación política Mario Riorda y la psiquiatra Silvia Bentolila señalan los sesgos de diferentes gobiernos a la hora de comunicar frente al COVID-19. Respecto a Alberto Fernández, analizando su acción en los primeros meses de la pandemia, lo muestran como parte de los “voluntaristas”. Para Riorda y Bentolila, Alberto Fernández es un caso interesante de “hiperactividad”, puesto que “asistía a gran número de las reuniones y concedía entrevistas en exclusiva a múltiples medios”. Para ellos, “este proceder pierde efectividad en la gestión del encuadre, además resta equidistancia para que todos los ciudadanos puedan informarse y genera más chances de errores discursivos o polémicas”.

Un ejemplo de esto pudimos verlo incluso antes de que asuma formalmente su cargo. Recordemos que previamente a las generales en el 2019, post PASO, pretendió una demostración de poder sosteniendo que “el dólar a 60 está bien”, calzándose una responsabilidad sobre los acontecimientos que no tenía. Este tipo de excesos de confianza, ya durante su mandato, fueron erosionando su imagen en múltiples oportunidades.

Cuando se alcanzó el acuerdo con el FMI (marzo de este año), que fue apoyado por la vasta mayoría de la población –a pesar de que la vicepresidenta, junto con su organización, no se definieron en ese mismo sentido– el propio Alberto Fernández diluyó el peso de lo que había conseguido, puesto que de forma inmediata buscó declarar “la guerra contra la inflación”, cuyo mismo anuncio se postergó varias veces, y nunca se pudo establecer concretamente en qué consistía.

La “guerra” se deshilachó desde el inicio por la falta de planificación y se evidenció en la comunicación: pareció en realidad, un circo y un desbande sin ton ni son, en un marco de internismo creciente y ministerios loteados. Esto ocurrió porque en realidad no había acuerdo entre las diferentes áreas económicas sobre cómo afrontar el problema, y la ansiedad por mostrarse activo profundizó el desgaste de la imagen del Presidente, reflejada en una enorme ola de memes. Uno de esos memes tenía el formato de una invitación a una fiesta de cumpleaños infantil, con un payaso sosteniendo dos globos y rezaba: “Te invito a la guerra contra la inflación. Es el viernes, no faltes”.

Marcos Peña y Santiago Cafiero, Cerruti y Manzur
A lo largo de este proceso de erosión de la imagen presidencial, muchas veces se machacó sobre la incapacidad de Santiago Cafiero, quien fuera originalmente su jefe de gabinete, para “llevarse la marca” y desconcentrar la atención que Alberto Fernández recibía. Contrastaba fuertemente con el caso del gobierno de Macri, por ejemplo, donde el rol de Marcos Peña en ese sentido fue constante, absorbiendo presiones y buscando protegerlo activamente.

Luego de las PASO (2021), fue designada Gabriela Cerruti como portavoz presidencial y a su manera Juan Manzur formó parte de un ensayo para descentralizar la comunicación y aportar el tan mentado “volumen político”. La consigna parecía ser correr del foco a AF y seleccionar sus apariciones, para frenar el desgaste. Fueron ensayos que en la forma parecían estar a tono con lo que la comunicación política sugiere, pero que en concreto no lograron arreglar el problema. Si bien Cerruti ha logrado que Alberto se exponga muchísimo menos, al mismo tiempo su capacidad de marcar agenda está muy diluida, el formato suele ser aclaración posterior a los hechos, en vez de anticipatorio.

Para recuperar solidez, se debe instalar cierta periodicidad en la información que se produce y evitar los vacíos informativos, ya que los mismos suelen ser completados por la subjetividad basada en experiencias recientes de los receptores, siempre cuidando la congruencia entre el decir y el hacer. Uno de los problemas de Alberto Fernández a la hora de comunicar fueron siempre los cambios de último momento en los horarios, marcados por retrasos y reprogramaciones hasta el cansancio. Cerruti buscó cambiar eso, mostrando disciplina en el ejercicio de su rol, pero como las certezas que el gobierno tenía que transmitir no eran tales, sigue siendo un instrumento débil. Una expresión de esto fue la suspensión de la conferencia de prensa conjunta entre Cerruti y Manzur desde Olivos que debía anunciar a Silvina Batakis, a causa de una protesta de un puñado de manifestantes, que se terminó comunicando solamente a través de Twitter.

La renuncia del ministro Guzmán no solamente impactó en la economía y en la política del gobierno de manera negativa, sino que también en su comunicación específicamente, ya que el otrora Ministro de economía absorbía gran parte de los ataques que de otra manera se hubiesen enviado directamente a Alberto Fernández.

La obsesión por el mensaje
Según un estudio publicado en julio de este año por la consultora de opinión pública Zuban Córdoba, el 64,7% de la sociedad cree que son necesarias medidas económicas de shock, pero al momento de desglosar las políticas que comprenderían el shock, el 95,1% se muestra disconforme con “que se recorten jubilaciones” y el 63,2% con una “reforma laboral que facilite el despido de los empleados en relación de dependencia”. Esa inconsistencia de la sociedad es la que tiene que resolver la política, y en particular, el gobierno del Frente de Todos.

Al preguntarle a Courel sobre si las comunicaciones de Batakis están en la buena senda para mostrar las certidumbres que la sociedad necesita, fue claro: “El problema de la coalición no es de nombres. A la gente no le importa demasiado si el ministro es Guzmán o Batakis. Ningún ministro del gobierno se destaca. Todos tienen mala imagen”. El análisis político de los periodistas mejor informados corrobora esta perspectiva. Guzmán renunció porque pidió que Alberto Fernández le de el control de todas las áreas económicas. Lo mismo pidió Sergio Massa cuando se propuso para dar una salida a la crisis.

Una analogía de este planteo fue el cruce expresado entre Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández, cuando el actual mandatario menciona que “El poder no pasa por ver quién tiene la lapicera, el poder pasa por ver quién tiene la capacidad de convencer” y en respuesta a este dicho CFK remarcó parafraseando a Perón “persuasión con hechos, ‘yo no persuadía a la gente con palabras, porque las palabras poco persuaden, yo la persuadí a la gente con hechos y con ejemplos»’. En ese sentido, la razón parece asistir a Cristina Fernández y no al Presidente, porque ella sí supo construir un “mito de gobierno” y en eso se sostiene su capital electoral. En su libro “Cambiando. El eterno comienzo de la Argentina”, Riorda advertía que: “Si no hay consenso, no es un problema comunicacional. Es sencilla y básicamente, un problema político”.

Para Juan Courel, “la comunicación no va a evitar el malestar económico pero sí el problema de representación que se está agravando. Sintonizar en la misma frecuencia que la gente ayuda a cuidar la confianza y eso es esencial para el nivel de consenso alrededor de las decisiones que se toman y las expectativas que sí van a tener efectos sobre la gestión de la economía”. Por eso, siempre que esté claro y definido el curso económico que vaya a tomar la gestión de Batakis, Courel recomienda una obsesión fuerte para cuidar el mensaje: “El contexto editorial anticipa que va a haber frases sacadas de contexto y enmarcados negativos de cada declaración que enuncie un funcionario. Eso requiere un esfuerzo extra para pensar la formulación de cada frase. Tiene que primar la mesura y ajustarse mucho a lo fáctico. Evitar valoraciones y adjetivaciones”.

Fuente: Página 12