La pulseada contra quienes defienden la vieja normalidad

El Ejecutivo envió el proyecto de Presupuesto al Congreso, en tiempo y forma. Se empezó a tratar el apodado impuesto a las grandes fortunas. Es necesario prever y también recaudar. Algo así como 12.000 multimillonarios alzan la guardia clamando que no pasarán.

El Ejecutivo envió el proyecto de Presupuesto al Congreso, en tiempo y forma. Se empezó a tratar el apodado impuesto a las grandes fortunas. Es necesario prever y también recaudar. Algo así como 12.000 multimillonarios alzan la guardia clamando que no pasarán. Juntos por el Cambio (JpC) se dispone a defenderlos… es un partido de clase, como demostró cuando gobernaba.

Usemos un poco el espejo retrovisor aunque sea una costumbre en desuso. Hace cuatro meses, muchas provincias salían de la cuarentena estricta. El canje de deuda parecía naufragar, el Gobierno se tenía fe. Cuando empezó a imaginar las sesenta medidas para dinamizar consumo y producción en el corto plazo y delinear un esquema de desarrollo confiaba en que la reactivación iría de la periferia al centro, de las 20 o 21 provincias que dejaban la fase a la Zona Metropolitana. La perspectiva, que hoy sabemos errada, era compartida por oficialismo y oposición. El foco de contagios y muertes, creencia transversal, se confinaba en el AMBA, en Chaco, en alguna otra provincia. El resto avanzaba hacia la vagarosa nueva normalidad.

El mapa sanitario actual refuta dichas previsiones: expone el rebrote en casi todas las provincias. No es, para nada, consecuencia de haberse enamorado de la cuarentena; obedece a otras causas múltiples y variadas. La recidiva afecta a provincias con buen sistema de Salud preexistente, como Santa Fe, tanto como a otras que cantaron victoria con arrogancia, como Jujuy. La relajación ciudadana ahonda los problemas.

La pandemia gravita en la economía, doméstica e internacional. Se consuman caídas gigantescas del PBI en los grandes países del Primer Mundo, también en los de nuestra región. La tendencia es inexorable, los números estrictos se conocerán más adelante. La Argentina vive inmersa en la tormenta del mundo, sin ser ni el último orejón del tarro ni la excepción a la regla.

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Los presidentes de fuerzas nacional populares compartieron o comparten un ideario industrialista, con epicentro en las PyMEs; Raúl Alfonsín, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner… Alberto Fernández se entusiasma y trata de irradiar optimismo viajando, reabriendo. Días atrás, acompañado por el ministro de  Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, bendijo un nuevo modelo de Peugeot con una proporción elevada de autopartes de producción nacional. Usualmente es el 15 por ciento; en este caso se elevó al 40 por ciento calculan a ojímetro los funcionarios. Nuevos productos para un mercado que quizá se dinamice tras un parate mayúsculo. Y un avance en la sustitución de importaciones, en bienes que se coproducen con Brasil detallan en el equipo económico.

La industria mejora de modo paulatino y heterogéneo, miden en la Casa Rosada y zonas aledañas. Con protocolos que en promedio se cumplen, por el cuidado mutuo en la comunidad de trabajo. Con una estructura sindical que aún con sus fallas vela por la salud de los laburantes. No hay azar sino pura lógica: el peligro y la muerte rondan donde la explotación es mayor: el Ingenio Ledesma funciona como prueba palpable.

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El expresidente Mauricio Macri prometió que nuestro país sería la góndola del mundo mientras abría puertas y ventanas a la especulación financiera. El mundo jamás se dio por enterado.

Exportar asoma difícil en el actual contexto. China crece pero no a tasas chinas… igual reluce en la comparación. La Argentina tiene chances para acrecentar exportaciones tradicionales, muy primarizadas. Carne, granos que ya se exportan cuyo quantum puede incrementarse. Puede agregarse demanda de porcinos, que genera expectativas altas y debates ecológicos importantes. Fuera de eso, avizoran los economistas que rodean a AF, algunos bienes de economías regionales, como el vino. Exportaciones “de nicho” que pueden ayudar módicamente a generar divisas. Imprescindibles para remontar la cuesta aprovechando también el lapso en que no se deben pagar servicios de la deuda externa.

Para el ministro de Economía Martín Guzmán ese círculo necesita cerrarse pactando con el Fondo Monetario Internacional (FMI) una prórroga amplia, varios años. Tal su hoja de ruta inicial, que suscitó tantas burlas y que hasta hoy se viene cumpliendo.

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Pensar el mundo posterior a la pandemia constituye jactancia de ciertos intelectuales. Menos infatuado, el equipo gobernante observa lo que va pasando. El mundo actual propende a la protección de las economías nacionales.

En la Argentina las actividades esenciales se defienden, algunos otras ramas de actividad insinúan repuntes. El turismo, los espectáculos masivos por ahora requieren intenso apoyo estatal, subsidios, ATP. Si la pandemia menguara, el panorama podría cambiar. El turismo interno reviviría ciudades, regiones. Un acicate al consumo interno, clave en la recuperación deseada. «Con este dólar –imagina un funcionario– la Argentina sería accesible para el turismo internacional”. Si el virus aminorara, en otra pantalla.

Los objetivos de la política oficial en grandes trazos se orientan a minimizar daños, preservar puestos de trabajo y empresas. Dentro de un contexto opresivo se torna crucial sostener el consumo popular, redistribuir la riqueza. Los cambios en el reparto de fondos nacionales, los ATP, el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), la moratoria, apuntan en ese sentido.

La pandemia arroja ganadores y perdedores agravando la inequidad previa. El rol del Estado es compensar las asimetrías, atenuarlas. Un nuevo modelo de crecimiento exige tomar partido en la disputa.

La derecha nativa es siempre reaccionaria, su objetivo perenne es volver atrás. Hoy en día a la “normalidad” previa, plagada de desigualdades. El impuesto a las grandes fortunas combina el ingrediente recaudatorio con un contenido simbólico, rotundo. La rapacidad de los más ricos versus las necesidades de las mayorías. Eso es lo que se debate en el Congreso, en el Agora, en los medios, más allá de banderazos enclenques o de alusiones falaces a la República perdida.

Por Mario Wainfeld

Fuente: Página 12