Las claves de la economía de Alberto Fernández

Los objetivos ya fueron expuestos: recuperar el ingreso y el consumo popular, aliviar la carga de intereses y capital de la deuda, mejorar la situación fiscal, bajar la tasa de interés, desdolarizar las tarifas de los servicios públicos y una concertación de precios y salarios.

Los objetivos ya fueron expuestos: recuperar el ingreso y el consumo popular, aliviar la carga de intereses y capital de la deuda, mejorar la situación fiscal, bajar la tasa de interés, desdolarizar las tarifas de los servicios públicos y una concertación de precios y salarios. Cuál debería ser el rol de los economistas en el nuevo gobierno. La pesada herencia del macrismo.

Mientras la histeria mediática, de analistas y de hombres de negocios se expone sin pudor con la especulación acerca de quién será el ministro de Economía, Alberto Fernández no ha dejado de fijar posición en cómo quiere organizar las cuestiones básicas de la economía. Esa desesperación por conocer el nombre del futuro titular del Palacio de Hacienda es una deformación sobre cuál es el lugar que deben ocupar los economistas en el espacio de la gestión pública. No son, y ya lo demostraron en más de una ocasión, personas especiales ni con cualidades diferentes respecto del resto de los miembros de un gabinete nacional.

En esta instancia, con la inmensa crisis que deja el macrismo, la cuestión principal reside en conocer cuál es la orientación política en el área económica que fijará el habitante más importante de la Casa Rosada. La decisión subsidiaria que le corresponde a Alberto Fernández es elegir a la persona que pueda dar respuesta fiel a su proyecto político, cuyo modelo económico es base para su consolidación. Todos quienes siguen siendo mencionados como candidatos, ya descartado Guillermo Nielsen, responden a esa condición.

La incertidumbre que reina entre financistas y empresarios, de acuerdo a lo que se transmite en insistentes crónicas en los medios, apunta, más que a conocer el plan económico, a condicionar al próximo gobierno. Más que incertidumbre deberían sentir alivio de que está por culminar un ciclo económico neoliberal que ha provocado una licuación del valor patrimonial de sus empresas, además de acumular tres de los últimos cuatro años en recesión.

Las claves de la economía de Alberto Fernández, según las iniciativas que él ha expuesto, deberían entusiasmar a la mayoría del establishment, porque les aseguran recomponer la tasa de ganancia a partir de la recuperación de la economía impulsada por la actividad del mercado interno.

Medidas
Pese a lo mucho que se ha escrito y hablado, Alberto Fernández, ya como presidente electo y no en tono de campaña, ha dado a conocer varias medidas y definiciones centrales de cuáles son sus objetivos en el área económica y de cómo conseguirlos:

* Mejorar el ingreso real de trabajadores, jubilados y titulares de AUH. Mencionó la posibilidad de un inmediato aumento extraordinario del 20 por ciento para los ingresos más bajos. Una alternativa es la de disponer un aumento de suma fija no remunerativa por decreto, como lo aplicó en su momento Eduardo Duhalde y luego continúo Néstor Kirchner, quien posteriormente fortaleció las negociaciones paritarias a partir de un piso más elevado para los asalariados.

* Alentar de ese modo el consumo popular y, con ese impulso, reiniciar un ciclo de crecimiento de la economía.

* También prometió que los jubilados tendrán acceso gratuito a medicamentos.

* Avanzar en una concertación de precios y salarios, para frenar la inercia inflacionaria y emprender una dinámica de desindexación de las principales variables. Para ello propone la creación de un Consejo Económico y Social.

* Bajar fuerte la tasa de interés para aliviar la carga financiera de las empresas, al tiempo de favorecer el crédito productivo.

* Recuperar y fortalecer la industria después de cuatro años de destrucción de ese vital entramado productivo.

* Reducir el desequilibrio de las cuentas públicas.

* Para mejorar los ingresos fiscales planteó la necesidad de aplicar retenciones al complejo agroexoportador, excluyendo a las economías regionales y a la industria.

* También mencionó que los sectores de más altos ingresos deben hacer un aporte mayor en términos impositivos (alza de las alícuotas de Bienes Personales).

* Afirmó que no habrá una reforma laboral general, sino que se impulsarán actualizaciones de los contratos de trabajo por sector.

* Desdolarizar las tarifas de los servicios públicos, que implicará un alivio para hogares y pequeñas y medianas industrias y comercios. A la vez, ofrece un régimen especial al sector de hidrocarburos, concentrado en los proyectos de Vaca Muerta.

* Con respecto a la pesada herencia de la deuda fue tajante: existe un default encubierto. Se comprometió a pagar la deuda, pero antes propone crecer para generar recursos suficientes para cumplir con los compromisos. Para avanzar en esa secuencia impulsará una renegociación de los vencimientos de capital e intereses con los acreedores privados.

* Esto implica necesariamente la postergación en el pago de capital e intereses de dos a tres años, como recomienda el economista Martín Guzmán, colaborador del premio Nobel Joseph Stiglitz y candidato a manejar el área de Finanzas del gobierno de Alberto Fernández.

*  Adelantó además que no pedirá el saldo del megacrédito del FMI entregado al gobierno de Macri, y que buscará la refinanciación de los vencimientos de ese préstamo. O sea, que no habrá un acuerdo inmediato con el Fondo, esquivando así condicionalidades en las políticas fiscal y monetaria, además de las exigencias de reformas regresivas.

Para un presidente electo que todavía no está al frente de la gestión diaria de gobierno son definiciones más que contundentes para dar cuenta de cuál será la orientación en materia económica. ¿El nombre del ministro de Economía es importante? Sí, lo es, pero para saber si será la persona con fortaleza política y cualidades técnicas adecuadas para cumplir con esas directrices.

Rumbo
Analistas del establishment y reportes de bancos internacionales enfatizan que existe mucha incertidumbre acerca del rumbo económico de Alberto Fernández. Lo dicen porque no lo leen ni lo escuchan o porque es la forma que tienen de ejercer presión para defender intereses sectoriales, en especial los del sector financiero local e internacional.

Pretender que sin haber asumido presente el plan económico integral es un absurdo; sólo serviría para que los especuladores se lancen a hacer su juego al conocer cuáles serían cada una de las medidas específicas de un programa económico.

Antecedentes de otros planes económicos muestran que el factor sorpresa y la inmediata ejecución de las medidas no pueden ser rifadas por la ansiedad mediática y, mucho menos, por la actuación de los lobbies. El Plan Austral, durante el alfonsinismo, o la Convertibilidad, en el menemismo, no fueron presentados previamente para el debate público. No existe un escenario similar para el lanzamiento de un programa económico tan radical como aquellos, pero está claro que habrá un imprescindible cambio de rumbo.

El mensaje y la orientación económica de Fernández son muy transparentes. Hasta brindó la definición que puede ser considerada como la más importante respecto a la concepción que tiene de la gestión de la economía, y la entregó en el primer debate presidencial: «no soy un dogmático. Van a ver en mí decisiones heterodoxas, otras tal vez ortodoxas, lo que no van a ver nunca que haga son cosas contra los que producen y trabajan».

Es una estrategia política que se reconoce en Néstor Kirchner. El caso Redrado es una interesante referencia para comprender ese estilo de funcionamiento político en el área económica. En una de las pocas apariciones en la televisión, Kirchner participó en el programa 6,7 y 8, en enero de 2010, y ante la interpelación de las razones de haber puesto al frente del Banco Central a un economista cercano al establishment, respondió que en un escenario de renegociación de la deuda «no iba a poner al Flaco Kunkel». Es el ejemplo de pragmatismo con el que se identifica Fernández.

Redrado cumplió con esa tarea hasta convalidar el pago total del crédito al FMI con reservas, pero cuando se sublevó ante la decisión política de Cristina Fernández de Kirchner de pagar con reservas deuda con acreedores privados fue lógicamente desplazado del cargo. No lo fue por ser un representante de la ortodoxia y del mundo de las finanzas, sino por haber desafiado al poder político de entonces, que fijaba la orientación y la estrategia económica.

Cuando economistas que ocupan cargos relevantes en la estructura de gobierno pretenden ser líberos o rebeldes se convierten en factores perturbadores de la estabilidad, tanto económica como política. Su origen ideológico es importante, pero más lo es si son funcionales para ejecutar el plan definido en la esfera política.

Alquiler
El poder económico se siente más cómodo cuando la Casa Rosada alquila el manejo de la economía al mundo empresario y de las finanzas. Así fue, con resultados desastrosos, cuando transitaron los equipos liderados por un delegado de la Fundación Mediterránea (Domingo Cavallo), por los ortodoxos del CEMA (Roque Fernández), por los liberales de FIEL (Ricardo López Murphy), por economistas de un grupo económico (Miguel Ángel Roig y Néstor Rapanelli, de Bunge & Born), y por un miembro de la Sociedad Rural y director de Acindar (José Alfredo Martínez de Hoz). El macrismo entregó el manejo de la economía a ex ejecutivos de las finanzas locales e internacionales (Alfonso Prat Gay, Luis Caputo y Nicolás Dujovne).

Las crisis económicas brindan al establishment la oportunidad de ofrecer su elenco de economistas para «colaborar» con los gobiernos. La idea de que los economistas son profesionales bendecidos con un don especial para atender casi todos los problemas de la sociedad es uno de los desvaríos más notables.

Ese disparate alcanzó el clímax con el gobierno de la Alianza 1999-2001, que integró su gabinete con seis economistas: José Luis Machinea (Economía), Juan José Llach (Educación), Ricardo López Murphy (Defensa), Adalberto Rodríguez Giavarini (Cancillería), Chrystian Colombo (Jefe de Gabinete) y Fernando de Santibáñez (Side). Cargos claves de la administración en manos de economistas, para depositar su suerte final en manos de otro: Domingo Felipe Cavallo. El saldo de esa experiencia fue una catástrofe económica, social y política.

Durante el ciclo de gobiernos kirchneristas, en cambio, los economistas estuvieron al servicio de los objetivos económicos definidos en la esfera política; cuando se opusieron a esa lógica fueron desplazados.

Con el macrismo regresó la preeminencia de economistas, a lo que se le agregó una elevada cuota de descoordinación, originado en internas y batallas de egos, lo que tuvo como consecuencia una elevada inestabilidad económica.

Cuando eran jóvenes economistas, quienes hoy están muy cerca de Alberto Fernández, Matías Kulfas, Cecilia Todesca, Martín Abeles, tuvieron una efímera experiencia editorial («Epoca. Revista argentina de economía política», diciembre 1999), y en ese espacio se rebelan a la lógica de la ortodoxia y a ese lugar que el establishment asigna a los economistas.

En la carta de presentación de esa publicación, esos economistas escribieron que la «oposición entre la visión de largo plazo de la ‘elite’ esclarecida y las pulsiones de corto plazo del pueblo o de sus representantes, es típica del pensamiento reaccionario de todos los tiempos y de todos los países. Uno de los rasgos en que se expresan –y que ha contribuido a hacer posible– las transformaciones sociales, políticas y económicas experimentadas en la Argentina de los ’90 es la consolidación de la figura del economista rey. Se trata de la preeminencia de un discurso que establece qué es lo que se puede y qué no se puede hacer en materia de política económica». Para sentenciar que, en definitiva, se trata de un discurso acerca de lo económico pretendidamente técnico, pero eminentemente político e ideológico.

Esta es la concepción política y económica de los economistas más cercanos a Alberto Fernández. No es un misterio, sabiendo el origen de ellos, qué es lo que piensan y lo que han escrito en estos años y las posiciones ya expresadas por Alberto Fernández, cuál será el papel que cumplirá cada uno y cómo se distribuirán las responsabilidades. Y, fundamentalmente, cuál será la orientación de la estrategia económica y que estarán a su servicio.

Práctica
A partir del 10 de diciembre empezará la compleja tarea de llevar a la práctica los lineamientos económicos expuestos por Alberto Fernández. Las resistencias que tendrá ya se empezaron a manifestar. Desde representantes del negocio agropecuario, que amenazaron con movilizaciones por el tema retenciones, hasta grupos financieros, que están presionando por diferentes frentes para conseguir una reestructuración liviana de la deuda.

El gobierno que se va, acompañado por el mundo de la ortodoxia y el establishment, ha comenzado la tarea de ocultar la pesada herencia de la economía macrista. La estrategia es obvia: aspiran a cargar toda la responsabilidad en la administración Fernández de las previsibles complicaciones que habrá en los próximos meses.

Por eso mismo, Alberto Fernández y su equipo de economistas no deberían pecar de ingenuos y precisar en detalle el pésimo cuadro de situación que recibirán del gobierno de Macri.

Se enfrentarán a fuertes restricciones fiscales, un Banco Central con un patrimonio devastado, un stock de deuda impagable, el FMI de regreso auditando la economía local, el entramado productivo y laboral debilitado, tarifas de servicios públicos dolarizadas, demandas de sectores muy castigados (docentes, científicos, empleados estatales) y un sistema cambiario desquiciado.

El ministro de Economía será anunciado en los próximos días. Pero los lineamientos económicos del nuevo gobierno ya están expuestos para comenzar la compleja tarea de la reconstrucción de la economía luego de los cuatro años de noche macrista.

Fuente: Página 12