Las trabajadoras que salen a la calle en plena pandemia

Las personas exceptuadas en el decreto que dispuso el aislamiento social preventivo salen a la calle, aún con la pandemia que ocupa el prime time televisivo hace semanas

Las personas exceptuadas en el decreto que dispuso el aislamiento social preventivo salen a la calle, aún con la pandemia que ocupa el prime time televisivo hace semanas. Trabajadores de la salud, de la industria de la alimentación, jefas de obras públicas, trabajadores del transporte público y sanidad, se visten, llevan alcohol en gel y salen.

A las cinco de la tarde, Cali sale de su casa. Se toma el transporte público, llega al Hospital de Capital Federal donde trabaja y se pone el ambo. Ella trabaja en el área de terapia intermedia, donde hay sólo un barbijo 3M por turno, el que se necesita para proteger a los trabajadores de salud. Cali explica que no sólo está expuesta al virus como enfermera, sino también a la precarización laboral.

«Estoy tratando de que se sepa que enfermería no está en la Ley de Profesionales de la Salud. Está excluida y estamos tratando de juntar firmas, de visibilizar justo en este momento, porque estamos considerados como administrativos y nos da mucha bronca porque arriesgamos la vida todos los días para atender», dice.

Según Cali, a la guardia llega muchísima gente con barbijo, asustada. “Sé por compañeras que le dan barbijo común a la mayoría de enfermeros y enfermeras que tratan con estos casos y está mal, el barbijo común sólo te sirve para salpicaduras, no para no inhalar el aire que están inhalando los contagiados. También acá en el hospital no hay tantos insumos y los barbijos de tipo 395 -los específicos para médicxs y enfermerxs- salen más de $5000. Por eso ni sanatorios ni hospitales quieren repartir muchos”, cuenta.

A la misma hora que Cali entra a trabajar, María descansa después de trabajar de lunes a viernes en un laboratorio farmacéutico 8 horas y media. Además, hace dos guardias al mes de 12 horas en un hospital. Al principio para ella la preocupación era el dengue. Habían llegado cinco casos en un día a la guardia cuando lo usual era uno solo por verano como mucho. “No me preocupa tanto contagiarme yo sino contagiar a alguien de mi entorno. Sigo todas las indicaciones y lo tengo bastante incorporado por mi trabajo. Es duro, porque una va a trabajar con un poco más de tensión. Por otro lado, estoy esperando que me llamen a hacer más guardias, siento mucha adrenalina”, cuenta.

María forma parte de la categoría de personas exceptuadas al decreto que obliga a las personas a realizar el aislamiento preventivo. Tiene un hijo pequeño y reparte las tareas de cuidado y crianza con su pareja. Expresa su preocupación varias veces por el temor a contagiar a su hijo o su marido, sabe que tiene muy incorporadas las prácticas de prevención. “En el laboratorio no se puede dejar de producir, eso te empuja a seguir”, explica.

«Salir es parte de ser personal de la salud. Con el laboratorio lo pienso más porque hay pacientes que si o si tiene que tomar su medicación. Estar yendo a trabajar tiene ese fruto, lo pienso del lado de los pacientes. Con el hospital supongo que la semana que viene tendré guardia. Se que tendré que ir con más recaudos. Estoy ansiosa por ser útil, estoy con ganas. Pero obviamente tengo miedo, porque uno puede tratar de protegerse lo máximo que se puede, pero todo puede pasar»

El trabajo, la casa, la crianza
Paula cuelga la vincha de call center y resopla. Cierra la computadora y se estira en la silla giratoria. Parece una imagen cotidiana de alguien en su oficina, excepto que ella está en su casa vendiendo para una compañía de cable. Trabajó seis horas, además de estar a cargo de las tareas de cuidado y crianza de sus hijas.

«Ayer tuve que estar con las nenas todo el día con la tarea que le mandan, al mismo tiempo que tuve que trabajar atendiendo clientes desde mi casa. Estoy separada, y con el padre acordamos que ellas se quedaban conmigo. Pero es todo un tema. Me levanto muy temprano, trato de repasar un poco la casa, hacerles el desayuno, pedirles que estudien (lo cual en la casa, con todas las distracciones está complicadísimo). Después ponerme la vincha, conectarme al sistema y atender. No está fácil», cuenta, mientras se escuchan a sus hijas de fondo y ruido de cacerolas.

Paula forma parte del gran -e incalculable- número de trabajadores y trabajadoras que tienen que continuar sus tareas laborales desde la casa. Lo que al principio sonó a propuesta atractiva, luego pasó a ser un problema. La suspensión de clases y la cuarentena obligatoria -medidas necesarias para la prevención del contagio y la expansión del virus- llevaron a replantear rutinas cotidianas en muchos hogares.

Así como Paula aún puede mantener su actividad, Josefina está preguntándose cómo podrá subsistir los próximos días. Ella es artesana, autónoma, y la feria en la que vende tuvo que cerrar por la alta concentración de turistas que asisten.

«La feria se suspendió y no se cuánto tiempo pasará hasta que vuelva. Todos mis compañeros están desesperados, vivimos de eso y no tenemos otra entrada que no sea el turismo. Algunos tienen planes sociales, pero otros como yo no tenemos planes de nada. Cuando se habla de los que son totalmente autónomos, estamos incluidos en eso. Hay casos por ejemplo en que la familia zafa porque quizás la pareja tiene un trabajo formal y puede sobrellevar la situación. Pero otros viven totalmente al día. Hay que ver cómo sigue esto. Trabajé todo el verano muchísimo y sin descanso. Pensaba tomarme unos días, pero no lo hice. Menos mal, sino ahora no sé cómo estaría», explica.

Josefina forma parte del enorme número de trabajadores no registrados y monotributistas -se estiman que son alrededor de cinco millones de personas- que la cuarentena puso en jaque su sustento económico y, por ende, su supervivencia. El gobierno anunció que realizaría medidas para alivianar las cargas impositivas para este sector, pero tampoco hay una clara garantía de cómo van a vivir ni de qué, ya que el trabajo se cortó y los ingresos también. Las preocupaciones fueron en aumento y resta saber qué pasara con este sector enorme que es el primero en sufrir la precarización laboral.

Camila es arquitecta y jefa de obra de una de las obras públicas del gobierno de la Ciudad. Como también está exceptuada, tiene que ir a trabajar junto a los obreros para continuar la obra porque, aunque haya pandemia, algunas industrias no frenan. Tendrá que presentar comprobantes, permisos, higienizarse y arrancar. “Honestamente no me dan ganas de salir con esta situación. Pero es así. Con todo lo que está pasando, tenemos que exponernos en las obras”, dice. Desde su casa, diseña. Hace presupuestos. Trata de resolver lo más que pueda para evitar tener grandes cargas de tareas para cuando salga.

“Hay que seguir”, dice Cali, a punto de hacer guardia.

Fuente: Página 12