Lo que ya fue
En la Argentina de los comedores populares que no dan abasto y si es por grandes debates mediáticos, los problemas graves son un acampe en la 9 de Julio, un piquete que cortó acceso turístico a las cataratas del Iguazú, que Juan Grabois habló de reforma agraria.......
10/09/2019 OPINIÓNEn la Argentina de los comedores populares que no dan abasto y si es por grandes debates mediáticos, los problemas graves son un acampe en la 9 de Julio, un piquete que cortó acceso turístico a las cataratas del Iguazú, que Juan Grabois habló de reforma agraria y, más vale, si Maradona no será el técnico de CFK (para reírse es mejor el posteo de que Diego consiguió en 48 horas más inversores que Macri en cuatro años).
Por suerte el riesgo-país bajó a unos 2 mil puntos, el dólar no se dispara después de una devaluación del chiquicientos mil por ciento y Hernán Lacunza tiene pinta de buen tipo, pero no alcanza contra las sospechas de que podría venirse una horda chavista.
El remate de la furia simiesca lo consolidó Miguel Ángel Pichetto, un odiador serial que designó a los movimientos sociales como vagos que no quieren trabajar, a la defensa de los inmigrantes como una patología y a la emergencia alimentaria -en paralelo con el inefable secretario cultural de la Nación, Pablo Avelluto- como un slogan.
Pichetto, quien hasta la noche de las primarias era la “movida maestra” de los cambiemitas, es con toda seguridad el personaje más asqueroso de nuestra dirigencia política. Compite mano a mano con el segundo energúmeno mayor del gorilismo, Fernando Iglesias, pero ni éste ni otros personajes humorísticos tienen el rango candidateable del senador de Juntos por el Control de Cambios. La pregunta elemental es si Pichetto apenas simboliza a sus resentimientos, o si Micky Vainilla es una construcción social que no surgió precisamente de la nada.
En trazado diferente pero no distinto y en un ineludible artículo publicado el jueves en este diario, Raúl Dellatorre se refirió al discurso que, durante el encuentro de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), dio el economista Ricardo Arriazu.
Algunos voceros periodísticos de lo que aún se denomina “macrismo” se deshicieron en elogios ante la intervención de ese “veterano consultor de la City” que asesoró al Banco Central durante la última dictadura. Es más: fue uno de los mentores de la tablita cambiaria, anunciada el 20 de diciembre de 1978, “que explicitaba el calendario de devaluaciones; una suerte de ‘seguro de cambio gratuito’ que posibilitó fabulosas ganancias especulativas con las altas tasas de interés en pesos y posterior fuga de divisas. Con otros instrumentos, los mismos resultados que la política actual: crisis externa, inflación y recesión interna”.
Como dice Dellatorre, “sin demasiado apuro para resolver la pobreza, Arriazu prefiere que sea por derrame (de los ricos) en vez de las tan detestables políticas públicas específicas (…) Y si alguien piensa que, después de la actual experiencia, a nadie se le ocurriría volver a aplicar la misma fórmula, se equivoca: si les dan la oportunidad, como (…) en los ’70, en los ’90 y en el último cuatrienio, lo volverían a hacer”.
También recuerda el colega que la AEA tuvo en 1975 el antecedente (más inmediato) del CEA, la usina golpista que proveyó la parte cívica de la dictadura militar. Son, literalmente, los mismos nombres del capital más concentrado. Y en efecto volverían a hacer la misma cosa, como desde la Revolución Fusiladora de hace casi 65 años.
En medio del irreversible derrumbe electoral de Ex Cambiemos, no es una extravagancia prestarle ojo a quiénes son los auténticos protagonistas del muy en boga “eterno fracaso argentino”. Así lo mentan desde la perorata cursi de los medios tradicionales: todos somos responsables, qué nos pasa a los argentinos, no tenemos remedio, de nuevo la historia que ya conocemos.
Ese escueto palabrerío de llorones intenta esconder al elefante a través del archisabido recurso de rodearlo con más elefantes, como diría alguno de los monologuistas oficiales pero para echarle la culpa, si es necesario y como de hecho sucede, a la gente que pasa hambre, a los que protestan aunque no prendan fósforo alguno, a cada frase y hasta cada palabra que lanza todo miembro de la oposición sin importar su grado representativo.
Mientras tanto y en su visita a Córdoba, Macri dijo que “la elección no sucedió”.
Es una tentación enorme caer en interpretaciones psicologistas y de comicidad. Las redes se inundaron de memes, algunos ingeniosos, y foristas variados con presunto conocimiento profesional opinaron e hicieron citas sobre estados de negación de la realidad, características sociopáticas, perversión, etcétera.
De ser por ese tipo de juegos interpretativos uno prefiere otro más al alcance de lo que cree saber, el análisis político, y que para el caso tampoco conlleva grandes novedades.
Ignorar unas elecciones perdidas por paliza es compatible con el pensamiento de alguien que se sentía a sus anchas en la dictadura. Supo confesar literalmente que prefiere el escenario de ver al país como una empresa, en donde se hace lo que la patronal decide y sanseacabó. Por un lado.
Por otra parte, Macri le habla al poder real. A los que siempre están. A los que, como señala la nota de Dellatorre, a la primera de cambio volverían a hacer lo mismo.
Eso es independiente de la suerte que vaya a correr “el hijo de Franco”, que es lo que nunca dejó de ser en los corrillos del gran empresariado.
No se trata ya del ámbito electoral, sino de uno tribunalicio donde es probable que le aguarde de todo menos buenas noticias.
Macri le pide a su círculo rojo no quedarse solo. Pero ni siquiera entendió -ni él ni sus grandes cuadros duranbarbescos- que se le fue el tren para darse cuenta de las únicas lealtades esperables de sus socios. Timba de especulación sin riesgos, amarroque, panquequería. La torta particular está a salvo, al igual que la de su equipazo y -especifiquemos con algo de maldad imprescindible- la de su ex ministro Dujovne, desaparecido en inacción con la plata invertida en el exterior que jamás retornó. Para reiterar, eso sí, no puede salir ni a la vereda. Ni él ni el equipazo.
El jefe de Estado, siendo magnánimos, traga su propia medicina.
Como perfecto ignorante de cuanto no fuere su patrimonio individual, Macri acaso esté comprendiendo que nunca entendió a la política ni en su sentido más alto ni el más rosquero ni, muchísimo menos, en el de la complejidad de Argentina.
Un país efectivamente anormal, pero tanto por sus defectos como por las virtudes capaces de hacerlo más cabeza dura que, es probable, ningún otro del mundo. Tarde o temprano, aquí siempre retornan, en su estructura partidaria o en sus bases colectivas, aspiraciones de equilibrio social que en otros lares se abandonaron, naturalizando que pobres habrá siempre.
Llámenle peronismo, populismo, culturas de izquierda que contribuyeron a ser diferentes, líderes objetivamente impresionantes o como se les antoje.
Decirlo es más o menos fácil.
Pero resulta que esta etapa de las mentalidades-Macri se cobró, sin ir más lejos, unos 5 millones de nuevos pobres y graves carencias alimentarias.
La clase media, para la que “hambre” es esa palabra que físicamente no se sufre, está entre arruinada y absorta aunque, por favor: la catástrofe que gobierna sacó alrededor de 8 millones de votos.
La buena noticia es que otra vez se volvió a reaccionar, según el resultado de esas elecciones que no sucedieron y que volverá a ocurrir con más contundencia todavía.
La noticia peligrosa sería dejar de advertir que esos votos hoy ganadores representan en primer lugar un castigo a la cana al aire tirada en 2015/17. No la conciencia extendida sobre el poder real que permanece.
Es ese enemigo íntimo al que Macri le habla para que no lo deserte, cuando ya lo había abandonado en la previa del 11 de agosto.
Macri le recreó las oportunidades para que robe, no para que invierta.
Ese amante frustrado sólo quiere hablar con Fernández para imponerle condiciones, no para saber qué hará. Y mañana sólo querrá hacerlo con algún piojo artificioso o redivivo, que jamás volvería a ser Macri como significante pero sí como significado.
Por eso la batalla que se viene debería ser de reconstrucción o edificación cultural, de manera que no pueda retornar imaginarse como viable, socialmente distributivo, y republicanamente honesto, un modelo de derecha devastador.
No es poesía ni facilismo retórico. Es entender que lo que ya fue es Macri.
No lo que Macri representa.
Por Eduardo Aliverti