Memoria de los volcanes

Enclavada en el suroeste de la provincia cuyana, en el departamento de Malargüe, se encuentra una de las reservas más impresionantes del mundo, La Payunia.

Enclavada en el suroeste de la provincia cuyana, en el departamento de Malargüe, se encuentra una de las reservas más impresionantes del mundo, La Payunia. Con mucho por descubrir aún, pero ya declarada intangible en gran parte de su superficie, impresiona no sólo por lo que emerge, sino por lo que guarda debajo de ella

Será muy difícil, de aquí en más, no incluir a la Reserva Natural La Payunia entre los lugares más exóticos y únicos de Argentina y, por qué no, del mundo. Esa sensación, que a priori parece exagerada, encuentra fuerza de prueba cuando comenzamos a escuchar que, por ejemplo y hasta aquí, cualquier otro túnel lávicoi del mundo (sea en España, Rusia o Hawái, por nombrar los más conocidos) se quedan cortos contra la estimación de un largo de 200 kilómetros del canal que nace del volcán Payún Matrú y finaliza en La Pampa.

La magnitud de lo distinto arrasa con cualquier otra geografía vista de manera directa o en alguna pantalla, que jamás dimensionará de manera justa lo real. No hay forma bidimensional de hacerlo. No hay tecnología que supere la experiencia humana directa.

Nombro el imponente cráter del Quilotoa o el volcán Cotopaxi (Ecuador), nuestro Aconcagua o las portentosas Cataratas del Iguazú, la cordillera de Los Andes centrales también, pero, en términos de policromía, será difícil aproximarse a este cementerio de volcanes que aún respira y nos da permiso para asombrarnos andando sus corredores laberínticos.

Es imposible detenernos en cuestiones estadísticas porque las olvidamos en el preciso momento en que ingresamos a la reserva y observamos todo lo que nos rodea. Esos números, que se pueden encontrar y leer en cualquier otra publicación impresa o digital, se pierden cuando nos damos cuenta que ninguno de ellos nos preparó para lo que sentimos.

El recorrido dura aproximadamente 12 horas, incluyendo casi tres hasta el ingreso al parque (igual en el regreso, aunque se pueda optar por un recorrido distinto) y la primera parada es un puente (la pasarela) que cruza el río Grande. Un cañón de buena profundidad cuyo origen advierte lo que aún esconde este territorio. Desde allí en adelante el tránsito se hace más lento, una vez dejado atrás el impiadoso ripio de la 40, por la sinuosidad y los sedimentos arenosos. En el ingreso al parque es obligatorio registrarse para poder continuar. Lo que sigue es la entrada a un mundo que por momentos parece irreal.

Transitamos por un camino que se hace literalmente negro. A los costados, gigantescos piroclastos dan la impresión de haber sido arrojados con furia por alguien o algo; y de hecho eso ocurrió en algún tiempo con las múltiples erupciones. Todo el terreno elevado en derredor es o fue un volcán. Conos enteros y altos, cráteres profundos, paredes de chimeneas volcánicas colapsadas por la presión; todo aquí se trata de lo mismo, la fuerza de la naturaleza que dejó su huella y se abre paso.

Esa pampa negra formada por lapillis (pequeñas piedras en latín) comienza a contrastarse con el amarillo o el verde del coirón (planta gramínea que va invadiendo el terreno) y el rojo del óxido de hierro impregnado en las rocas. Entre los 800 volcanes sobresale como el más alto el ya nombrado Payún Matrú (3.680 metros). Las tropas de guanacos se adueñan de todo el territorio y suelen cortar el paso a los vehículos. Por suerte, muchas de las 450.000 hectáreas de la reserva son consideradas intangibles.

Bifurcaciones

Antes de continuar con estas impresiones, es preciso compartir que dentro del parque también se pueden visitar otros puntos de interés. Destacamos la verde-azulada laguna de Llancanelo y sus aves migratorias, la caverna de las brujas y sus sedimentos jurásicos, el volcán Malacara con su icónica chimenea que da al cielo o la visión fantasmagórica de los castillos de Pincheira.

Fuera del parque nacional, y con dirección suroeste, encontraremos múltiples opciones de disfrute. Podremos visitar las termas del Cajón Grande o El azufre, reconocer petroglifos en variados senderos u observar el cielo nocturno más limpio de esta parte del hemisferio. Observatorio Pierre Auger aparte, sólo necesitaremos alejarnos unos pocos kilómetros de las luminarias de la ciudad para ver, claramente en las noches, el paso de las constelaciones que inscriben sus huellas en el universo.

Volviendo a aquel lugar del camino que nos deslumbró, es necesario manifestar una idea que servirá más que la suma de datos: quien no pueda volver a habitar la mirada de asombro de su niñez siempre se perderá algo (y esto vale, aunque no nos movamos de nuestro lugar de origen). Imaginé durante todo el recorrido que, en ese lugar y en otro tiempo, se habría librado una batalla colosal entre los cuatro elementos de la naturaleza. Que las gigantescas rocas sembradas son restos de un bombardeo feroz y que los profundos surcos en la tierra son heridas de fuego abiertas en esas batallas. Que el rojo de las rocas guarda la memoria de la lucha cuerpo a cuerpo y que las crestas (que formaban círculos) ya derrumbadas son testimonio de bastiones caídos. Y que nosotros, cronistas tardíos, incapaces de imaginar las razones de aquella contienda, sólo podemos maravillarnos con su magnitud y el colorido epitafio escrito sobre el terreno que la conmemora.

Información necesaria

Se permite la entrada a la reserva con guía y vehículos habilitados desde Malargüe, adonde se llega transitando la mítica 40, y nos recibe un amplio bulevar con una variada oferta gastronómica y de alojamientos para todos los presupuestos (o casi).

Los costos de alojamiento no difieren a los de cualquier otro lugar turístico. Aunque no nos guste demasiado, sólo se pueden brindar estimaciones de precios tomando el dólar (oficial) como referencia. La estadía puede variar desde los 25 dólares en adelante. La excursión a Payunia cuesta 65 dólares con entrada incluida.

Desde Malargüe salen excursiones hacia el norte del departamento con destinos muy conocidos como Las Leñas y otros no tanto como Valle Hermoso. El Pozo de las Animas y la Laguna de la Niña Encantada son lindos lugares para detenerse.

Importantísimo: Si van con vehículos propios y deciden la opción de autoguiado, pregunten las condiciones de los caminos y chequeen las previsiones meteorológicas. En asfalto, y dependiendo la época del año, suele complicarse por el hielo y la nieve, y en los caminos de ripio por las crecidas de ríos y los desmoronamientos.

Fuente: La Capital