El ministro millonario e ideólogo del tarifazo que tiene en vilo a todo un país

Ex mandamás de la petrolera Shell, enemigo de los subsidios, es el padre del tarifazo que ha sublevado a las pymes, enconado a los jueces y desatado el primer cacerolazo masivo de la era Macri

Ex mandamás de la petrolera Shell, enemigo de los subsidios, es el padre del tarifazo que ha sublevado a las pymes, enconado a los jueces y desatado el primer cacerolazo masivo de la era Macri

Omnipresente como nadie, aparece en cada pava para el mate, en cada pollo recién horneado, en las interminables duchas insensibles al termotanque, en la marcial gestión de las estufas, en la indignada sobremesa después de los fideos o de un buen asado, en los sesudos reportajes sobre la matriz energética, en los irritados suspiros al cargar nafta al auto, en las cacerolas que este jueves contra él se entonaron, en el rostro desencajado de los jubilados, que ven cómo la boleta les lleva medio salario.

Bestia negra de los usuarios, dirigentes, productores y hasta de algunos empresarios, luce imperturbable cuando su rostro aparece en la televisión, inodoro, insípido, casi incoloro, siempre acompañado de un escudero cuya misión es decir, en buenos y amables modos, lo que él no tiene problema en explicar en español.

Es el más famoso del gabinete de Mauricio Macri y el que lleva chapa del villano, emerge sobre más de una veintena de ministros, cuya existencia, la ciudadanía ni ha registrado.

Único, inmune a las pestes del anonimato, ha debutado en la política y en la gestión pública aplicando cirugía sin anestesia, bisturí en mano.

Todos, grandes y chicos, lo conocen por Aranguren, aunque su nombre de pila no hayan memorizado.
Basta escuchar rabiar por el tarifazo del gas, de la luz (fuera de Mendoza) del costosísimo tanque de combustible para que Aranguren sea invocado.

Sería injusto, de injusticia absoluta, echarle la culpa de todo. Como el inefable Dos Caras, el famoso villano de Ciudad Gótica, Aranguren tiene dos rostros: uno es el suyo, y el otro cuando se da vuelta, el de Macri, su principal defensor, ferviente admirador y único fanático, el que detrás de la máscara firma, rubrica, avala y ordena el tarifazo, que tiene a todos indignados y hasta la Corte de la Nación pariendo un fallo.

Convencido, firme y decidido a Aranguren no le ha hecho mella ni convertirse en el malo de la película, ni que su cabeza haya sido pedida varias veces desde que con Cambiemos a la Rosada llegaron.

Hasta el presidente del peronismo, el «hermanito» José Luis Gioja, conciliador y campechano desde siempre, perdió el humor y pidió que sea expulsado.

El ministro de Energía declama para uno y otro lado que estamos cortos de gas, de luz, de nafta mientras exige que el que quiera pague, y a precios de mercado.

Con su impronta divide aguas hasta en el gabinete macrista, cuya ala política trata de controlarlo.
Su historial, su hoja de vida revelan el perfil de un duro que no le tiembla el pulso, ni lo conmueve el reclamo.

Ingeniero químico de profesión, hombre de laboratorio, arrancó desde abajo para llegar a ser por más de una década el mandamás, el número uno, el CEO de Shell Argentina, la petrolera holandesa para la que trabajó 37 años.

Conocido y respetado en el mundo empresarial, en plena década kirchnerista, se hizo famoso por plantarles cara a Néstor, Cristina y Moreno aumentando dos veces el precio de las naftas cuando la Casa Rosada lo había desaconsejado.

Cruzado y militante anti K, anduvo por televisiones y radios pregonando la utopía de la independencia energética con una pasión que sacó lágrimas al más pintado y cuando con Mauricio Macri presidente llegó al ministerio, cañoneó un descomunal tarifazo de hasta cuatro dígitos, sin ponerse colorado.

No dudó en explicar con despreocupada sinceridad ante un mar de reclamos que «no habíamos calculado el impacto en el 25% de los usuarios», ni tampoco se sintió mal el día que mandó a andar en colectivo a los que no tuvieran plata para ponerle nafta al auto.

Porque fue con la nafta que hizo su estreno, la aumentó casi 80% en plena luna de miel macrista, cuando todavía era verano.

También se metió en la crisis eléctrica y a los porteños esmeriló con cortes de luz programados, en medio de tórridas temperaturas por encima de los 30 grados mientras el sistema interconectado echaba chispas por los consumos disparados.

Cortó acondicionadores de aire en verano y aumentó 700% la tarifa del gas antes de un invierno que llegó adelantado, con boletas de hasta el 2.000% de incremento, un récord hiperinflacionario.

Logró lo que nadie dentro del gabinete de Macri había logrado, que los gobernadores desfilaran a Buenos Aires reclamando por el tarifazo; que la Justicia de medio país le suspendiera y anulara el ajuste; que la polémica estallara en los diarios; que el Presidente terminara hablando de los que andan «en patas y remera», que el nuevo gobierno ya tuviera en todo el país, en apenas siete meses, su primer cacerolazo.

Aranguren, Juan José para los que no saben su nombre completo, ya se ha ganado un lugar en la historia, en el año del Bicentenario.

El destino aguarda su nombre con pronóstico reservado: en el bronce, en la estufa, sonando como un mal presagio.

Fuente: Uno Mendoza