“No es la economía, estúpido”

Apenas terminaba de escribir esta columna cuando el anuncio del Presidente sobre la extensión de dominio en casos de corrupción me añade otro argumento en la dirección en que voy a razonar.

Apenas terminaba de escribir esta columna cuando el anuncio del Presidente sobre la extensión de dominio en casos de corrupción me añade otro argumento en la dirección en que voy a razonar.

El enigma de la voluntad del soberano: cumplidos tres años de políticas macristas que colocan al país al borde del default y que son un golpe confiscatorio a los ciudadanos, las encuestas de todo color muestran que el presidente Mauricio Macri tiene chances de ser reelecto.

Como lo señala la socióloga Paula Canelo, no tiene un solo logro para mostrar y, no obstante, las mayorías a las cuales empobreció podrían volver a votarlo.

Uno se siente tentado a contradecir a Perón: al parecer, la única verdad no es la realidad.

Y, vista la inflación cercana al 50 por ciento, la deuda externa remontada en 30 meses al 95 por ciento del PBI, las tasas aguantando al dólar por encima del 50 por ciento, la caída de la industria y el drástico aumento de la pobreza, también arremetemos contra otro autor de frase célebre: diríamos a James Carville, estratego de la campaña de Bill Clinton en 1992, “No es la economía, estúpido”.

Y, si no es la economía, ¿qué es? ¿Qué misterio mantiene a Cambiemos como una opción electoral en medio del derrumbe?

Si descartamos la posibilidad de que todas las encuestas estén meando conjuntamente fuera del tarro, y queremos ir más allá del indudable impacto del blindaje mediático, porque creemos que ese argumento no alcanza, se necesita explorar en el alma de tanto votante y adentrarse en el comportamiento del elector de Cambiemos. Es cierto que:

La performance, la gestión en CABA o la gestión presidencial nunca parecen haber sido un factor importante del voto a Cambiemos.
Tres años de desaciertos, pero, sobre todo, el durísimo 2018, afectaron, sí, la imagen ciudadana de Macri, pero no hicieron mella en su liderazgo sobre la Alianza de centroderecha…
Mientras que la oposición peronista sigue sin contar con un liderazgo reconocido por todos.
Hasta aquí, todo indica que la oposición peronista concurrirá a los comicios dividida.
En esa oposición tampoco se visualiza aún una narrativa de futuro, una promesa que enamore al electorado, como también sucedió en la campaña de Scioli en 2015, mucho más empeñada en desenmascarar las mentiras macristas que en explicarle al votante qué beneficios conseguiría si lo elegía.
Si hay un rasgo distintivo del gobierno de Cambiemos, ese es su cruzada “contra el populismo”.
Sobre este último punto, téngase en cuenta que dos componentes centrales del discurso macrista son los aspiracionales y los punitivos.

Los aspiracionales podrían simplificarse como la seducción que ejerce esta fuerza política creada y conducida por un millonario, y que gobierna con una superpoblación de hombres de negocios, sobre los cuales muchos votantes proyectan la idea de que poseen las claves del éxito. Esto es, por lo menos, tan antiguo como las promesas de Menem de entregar las llaves de la economía a un empresario exitoso.

Pero es indudable que, con un balance tan crítico en estos tres años, el discurso de Macri fue atenuando lo aspiracional, y se centra cada vez más en el componente punitivo. O lo punitivo es presentado como el ineludible paso previo para alcanzar el vago sueño de Cambiemos: el pacto entre el líder y sus votantes consiste en barrer al populismo, caracterizado por Macri, su equipo, los medios y muchos jueces y fiscales federales como una “asociación ilícita” cuya jefa encabeza la corrupción, ordenó asesinar a un fiscal que la denunciaba y es traidora a la patria.

No de otra forma se explica que sean estrellas del escenario político Elisa Carrió, en su exclusivo rol de acusadora; el juez Claudio Bonadio, el perseguidor; y la fama ascendente de la ministra de Seguridad-Rambo, Patricia Bullrich, a quien las encuestas favorecen tanto sin que hagan mella sus fracasos en materia de seguridad.

Si se mira desde el componente punitivo del voto a Cambiemos, muchas promesas se han cumplido: allí están los tres años de prisión y el aluvión de causas judiciales sin sustento contra Milagro Sala; la seguidilla de causas que hacen agua contra la propia ex presidenta; las detenciones de altos funcionarios del gobierno anterior, como Amado Boudou y Julio De Vido; y de empresarios vinculados al período kirchnerista, como Lázaro Báez, Cristóbal López y Gerardo Ferreyra; el cruel trato hacia el ex canciller Héctor Timermann, amén de las persecuciones judiciales de Luis D´Elía y otros personajes ligados a los 12 años K.

Pero la criminalización del opositor ejecutada por Macri y la coalición mediático-judicial no se detiene en nombres emblemáticos. Se ha negativizado a actores sociales enteros defendidos por la gestión anterior: los sindicalistas; las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y los organismos que, según Macri, se valen del “curro de los derechos humanos”; los docentes, que “usan de rehenes a los niños”; los empleados públicos, que son echados tratándolos de “ñoquis”; los jubilados de la última moratoria, “beneficiados sin merecerlo”; los trabajadores, que “creyeron que podían comprar televisores planos y celulares, y tener vacaciones”; los más vulnerables, cuyas mujeres “se embarazan para cobrar la AUH y “gastan ese dinero en el juego y la droga”; y hasta el conjunto de los argentinos, “que creyeron que podían vivir por encima de sus posibilidades”.

Había que terminar con esa imaginaria “fiesta populista”. Es paradójico: la verdadera “fiesta” de beneficios es la que se concede desde el Gobierno a las empresas de energía, a los bancos y a los exportadores, pero el poder económico no está bajo sospecha en el discurso macrista.

Es, entonces, con la “fiesta populista” que ha venido a terminar Mauricio Macri en una ceremonia sacrificial para la que no alcanzaría una gestión como presidente y cuyo raid de sufrimientos y privaciones puede enojar a muchos votantes pero no cambia su decisión “redentora” de apoyarlo porque los llevará al paraíso prometido.

Primero, expurgar el mal; luego llegará el momento de la resurrección.

Estamos lejos de afirmar que Mauricio Macri va a conseguir su reelección, como tampoco están convencidos de ello desde María Eugenia Vidal a muchos de sus socios y aliados de provincias.

Partiendo de la base de que, si obtuvo un triunfo de apenas el 2 por ciento en 2015, es obvio que su acompañamiento del voto no puede haber crecido en estos tres años de pesadilla, mientras que gran parte de los sectores peronistas que lucían en aquel momento irreconciliables con la ex presidenta vienen reagrupándose y reconociendo otra vez su liderazgo (de hecho, es la única que lo revalidó en la elección de 2017, mientras que sus mayores rivales peronistas derraparon). Pacientemente, Cristina y el impacto destructor de las políticas de Cambiemos fueron reacercando a los líderes del Movimiento Evita, a los Moyano, a Ricardo Pignanelli, a Alberto Fernández, a Felipe Solá y sectores del massismo, entre ellos el intendente del Tigre, Julio Zamora, a Victoria Donda, y a gobernadores como el sanjuanino Sergio Uñac en un desplazamiento que aún no tiene techo, mientras la imagen negativa de la ex presidenta va disminuyendo. Es una dinámica que habla del gradual abandono de sectarismos y de una inteligencia frentista de CFK.

Sin contar con que a la economía se la puede ningunear por un momento, pero al dólar no: se calcula que la fuga de divisas podría acelerarse este año ante la incertidumbre política hasta llegar a los U$S 40 mil millones, mientras que los recursos que allegará el FMI apenas cubren la mitad de las obligaciones de pago.

Las presiones pueden hacer que el verde resulte en 2019 un color lapidario para el sueño amarillo, y Macri y su “mejor equipo” pasar a la historia como una fuerza que embriagó a la política con unos buenos trucos hasta que la ilusión se desvaneció.

Por Jorge Halperín

Fuente: Página 12