Peleas en el barro

La tasa de inflación sube y los principales funcionarios del gobierno dicen que baja. Las tensiones cambiarias van creciendo y el jefe de gabinete, Marcos Peña, afirma que el dólar no es una variable de crisis en Argentina.

La tasa de inflación sube y los principales funcionarios del gobierno dicen que baja. Las tensiones cambiarias van creciendo y el jefe de gabinete, Marcos Peña, afirma que el dólar no es una variable de crisis en Argentina. El déficit comercial se profundiza por la avalancha de importados y el ministro de Producción, Francisco Cabrera, apunta que los empresarios son unos llorones. El presidente Mauricio Macri habla del crecimiento invisible orientando su mano derecha hacia abajo cuando hace esa definición en el discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso. El secretario de Hacienda con cargo de ministro, Nicolás Dujovne, pretende enfrentar indicadores económicos negativos con declaraciones buenas ondas para modificar expectativas sociales negativas. Cuando un gobierno llega a esa instancia de pelearse con datos de la realidad, con uno de sus voceros oficiosos asegurando que la inflación está en la mente, es que la economía no sólo enfrenta las conocidas restricciones, sino que expone la carencia de conducción y coherencia para gestionarla.

Macri ordenó a las principales figuras del gabinete a que salgan a los medios a publicitar que la economía está mucho mejor de lo que sostienen analistas y percibe la sociedad. La orden fue cumplida y así quedó más en evidencia la descoordinación de la política económica. Es notable que un gobierno que tiene tan aceitado su inmenso aparato de propaganda se perciba a la defensiva en la construcción del sentido acerca de la situación económica. O puede ser que, en realidad, ni con casi todos los medios a favor puede ocultar el desbarajuste económico y social.

Plateístas
Síntoma del nerviosismo que atrapó al Gobierno es la pelea pública entablada con pares de la ortodoxia. El secretario de Hacienda, Rodrigo Pena, quien fuera jefe de asesores de Economía, cuando el entonces ministro Martín Lousteau lanzó, justo hace un año, la Resolución 125, que derivó en un conflicto de proporciones, publicó en La Nación el domingo pasado el artículo “La economía plateísta”. Señala que gran parte de los analistas que exponen sus opiniones en los medios y redes sociales comparten el diagnóstico de la necesidad de reducir el déficit y el ritmo de endeudamiento, pero –según Pena– fallan en “explicar razonablemente” cómo hacerlo. Dice que esa explicación racional debe incluir rigor intelectual, datos concretos y confiables, y la comprensión de las restricciones sociales y políticas existentes. Describe que en los estadios de fútbol nunca faltan las personas que desde la comodidad de su asiento insultan a los jugadores y al técnico, y les explican lo que deben hacer para salir campeones. Pena dice que esas personas, en general, se ubican en la platea, reflejo que muestra que no ha transitado la popular de los estadios. Para concluir que “en economía también hay plateístas que se especializan en soluciones mágicas”.

Esta disputa entre economistas ultraortodoxos, ortodoxos y heterodoxos conservadores en el pasado que hoy son simplemente voluntaristas, es muy interesante. Discuten el nivel de gradualismo, el error de no haber hecho un shock inicial o de no haber informado a la población cuál fue la herencia económica. Aislando los egos de los protagonistas, la pelea no es entre la platea y el campo de juego, sino que se da en el barro de la ortodoxia del ajuste al salario, de la política ofertista (reducción de impuestos a las empresas y ricos), de la apertura comercial, el endeudamiento y la desregulación financiera. No hay diferencias sustanciales de fondo entre ellos.

Transcurridos más de dos años de esa política, el saldo es de mediocre a malo en los indicadores económicos clave. La ortodoxia del ultra shock no quiere quedar asociada a la ortodoxia del shock, que es presentada como gradualista. Es cierto que frente a los gurkas de la ortodoxia, los del Gobierno parecen moderados, pero sólo por contraste porque en la esencia no difieren en mucho.

Culpa
Es conmovedor observar a economistas oficialistas, anti k furiosos y conservadores los intentos que hacen para no quedar emparentados con una política económica que no puede mostrar ni que la inflación baja ni que los déficits fiscal y externo pueden ser controlados. Los datos de crecimiento interanual de los indicadores EMAE (nivel de actividad) y EMI (producción industrial) que entusiasman a los funcionarios, porque la comparación es con meses malos del año pasado, empezarán a ser neutros o negativos a partir de julio y mayo, respectivamente.

La culpa de los resultados desalentadores siempre será asignada a otros factores ajenos a la propia política. Será por la falta de audacia de los políticos o del cambio del contexto internacional; nunca de los postulados económicos de la ortodoxia a los que se abrazan con pasión. Es el mismo comportamiento que tuvieron con el derrape de la política de Martínez de Hoz en la dictadura militar y luego con el estallido de la convertibilidad de Cavallo en el período que abarcó los gobiernos de Menem y De la Rúa. Casi todas las tribus de la ortodoxia ya tuvieron la oportunidad de manejar el Ministerio de Economía (hoy en manos de la Universidad Torcuato Di Tella), con el saldo negativo conocido. Los fiascos están registrados (Fundación Mediterránea, CEMA, FIEL), y la grey de la ortodoxia fuera del gobierno hoy no quiere sumar uno más y entonces busca desmarcarse de la política económica del macrismo. Pero la discusión entre gradualismo y shock es falsa, confunde y sirve como distracción mientras se va consolidando una pauta de distribución regresiva del ingreso. En esto coinciden unos y otros al identificar el mismo enemigo: el salario y la organización gremial de trabajadores. En otros términos, algunos dicen que el desafío que tiene la economía argentina es contener las demandas distributivas, que no son otras que las de los sectores postergados.

Con la perdida de efectividad de la estrategia de culpar al pasado por las penurias presentes, la descoordinación de la administración de la economía queda más expuesta. La fragmentación en el manejo del área en seis ministerios (Producción, Hacienda, Finanzas, Interior, Energía y Transporte), además con los bancos Central y Nación haciendo su juego, pretendiendo unir las piezas en la conducción de la jefatura de gabinete, tiene como resultado medidas y señales confusas hacia los actores económicos. Para el jefe de gabinete Peña, la meta de inflación es una orientación de la velocidad de la baja esperada en los precios y, por lo tanto, no hay que cumplir el 15 por ciento, mientras que para el secretario Dujovne es fundamental cumplirla. Si en ese nivel de responsabilidad en las decisiones de gobierno existe esa discrepancia discursiva en uno de los tres temas económicos más sensibles para la población –los otros son el empleo y el dólar–, se pone en duda la existencia de la mínima e imprescindible sintonía fina en la gestión.

Inflación
El errático manejo de la política anti inflacionaria muestra la desorientación económica del gobierno. Para Macri candidato bajar la inflación era lo más fácil de hacer y la tasa de interés fue inicialmente la principal herramienta para domarla. El fracaso en esa tarea del presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, orientó la mira hacia la cuestión fiscal, prometiendo el equipo económico reducir el desequilibrio de las cuentas públicas como aporte para bajar la inflación.

La devaluación de casi 20 por ciento desde diciembre pasado facilita la licuación de parte del déficit fiscal. Con gastos nominales subiendo por debajo de la inflación esperada, incluyendo salarios públicos, se evita el desborde de las cuentas públicas. Hacienda tiene de ese modo más margen de cumplir con las metas fiscales del año. El ajuste cambiario también acomoda un poco el frente externo.

El Central modificó la meta de inflación, bajó la tasa de interés y ahora reconoce que la suba del tipo de cambio está impactando en los precios. Para evitar una escalada del dólar empezó a rifar reservas (casi 400 millones de dólares en una semana) por el miedo a avivar el fuego inflacionario. Pasado mañana tendrá que decidir si sube la tasa de interés para aliviar la corrida o si sigue vendiendo más dólares para satisfacer la creciente demanda de billetes verdes

El Gobierno quiere que el salario también actúe como ancla inflacionaria al pretender la fijación del techo de las paritarias en 15 por ciento. Finalmente, otro frente de ataque es culpar a los empresarios “llorones” por los aumentos de precios. Completó así el cuado de acción, y de acuerdo al abordaje que esta haciendo de la cuestión de los precios, considera que la inflación en Argentina reconoce origen monetario (tasa de interés), fiscal (gasto público), cambiario (dólar), salarial (sindicatos) y monopólico (empresas).

No hay muchas posibilidades de que el estado de nerviosismo político que atrapó al Gobierno por la caída de la imagen de Macri junto a esa incoherencia conceptual, que se exhibe con la cuestión inflacionaria, no se traslade a una gestión económica con resultados decepcionantes transcurrida más de la mitad del mandato.

Por Alfredo Zaiat

Fuente Página 12